El devastador huracán que asoló la zona norte de Quintana Roo por más de 63 horas en octubre de 2005 no sólo dio muestra del poderío de la naturaleza, sino que exhibió los aspectos más negativos de la personalidad humana, con los actos de injustificada rapiña que se desataron tras su paso

Por José Pinto Casarrubias

Este lunes se cumplen 14 años de que “Wilma” tocó tierras quintanarroenses como huracán categoría 4, con vientos superiores a los 200 kilómetros por hora; luego de causar la muerte de 11 personas en Haití, el 21 de octubre del 2005 llegó a Quintana Roo, donde destrozó todo lo que tuvo a su paso; pero además de la destrucción que causó, tras “Wilma”, se cometieron actos de rapiña para nada justificables y la experiencia obligó a ciudadanos y autoridades a replantear las medidas de prevención para contingencias de esa magnitud.

Ese día, inolvidable para quienes vivieron la experiencia, el huracán pasó primero sobre la isla de Cozumel antes de tener su primer contacto con tierra firme cerca de Playa del Carmen para dejar daños devastadores en gran parte de la Zona Norte del estado.

Diversas zonas de la Península de Yucatán enfrentaron vientos huracanados por más de 63 horas consecutivas debido a que un frente frío no permitía que el meteoro avanzara, por lo que se mantuvo “estacionado” sobre Cancún, causando una destrucción de proporciones épicas, sobre todo en la zona hotelera.

Y mientras la policía preventiva realizaba recorridos por todo el municipio de Benito Juárez en apoyo a la ciudadanía, el techo de su cuartel general, ubicado sobre avenida Xcaret, se desplomaba.

Ante la escasez de combustible, las autoridades permitieron tomar gasolina de los carros que se encontraban en el corralón, porque no había forma de llenar las patrullas para seguir brindando el apoyo.

Aquel huracán no sólo fue un reflejo del poder y la furia de la naturaleza, sino que además puso al descubierto los rasgos más negativos de la personalidad humana, con el desbordado pillaje que se desató en diversos puntos de la ciudad, generando un gran desconcierto social, pues la realidad es que no había escasez de productos de primera necesidad y desde luego no se justificaba tal rapiña.

En un contagio colectivo, gente de diversas clases sociales, uno que otro turista e incluso policías fueron videograbados y fotografiados saliendo de las tiendas con televisores a cuestas y hasta con refrigeradores o aires acondicionados sobre sus camionetas, ante el asombro e impotencia de las autoridades.

Incertidumbre y temor ciudadano

De hecho, horas después elementos del ejército y de las Fuerzas Federales de Apoyo tuvieron que cuidar los establecimientos comerciales para evitar más saqueos.

La anarquía, la falta de electricidad y el rumor de que decenas de reos de la prisión habrían escapado por unos boquetes provocaron la incertidumbre y el temor entre la ciudadanía, sobre todo, en los fraccionamientos cercanos a la cárcel.

Cientos de vecinos se organizaron para hacer cuadrillas de vigilancia por las noches, encendiendo fogatas que a los pocos días trajeron como consecuencia enfermedades respiratorias, particularmente entre menores de edad.

La situación se restableció días después, pero la delincuencia se disparó durante varios meses, ya que muchas personas comenzaron a robar al verse desempleadas. Recuerda Melitón Ortega, líder de los tianguistas, que incluso muchos ciudadanos acudieron a vender todo tipo de cosas, en lo que se regularizaba la situación laboral.

En total fueron saqueados 73 negocios y con el paso de los días, muchos de los que cometieron los actos de rapiña, fueron denunciados de manera anónima, algunos arrepentidos se deshicieron de lo que robaron.

De los aparatos recuperados muchos quedaron a disposición de los jueces penales –pero  quién sabe dónde–, otros, aunque parezca increíble, permanecieron en las oficinas de la entonces Procuraduría de Justicia –hoy Fiscalía– y otros más, en las casas de algunos servidores públicos.

El entonces presidente de la República, Vicente Fox Quesada, acudió a Cancún y regañó al edil Francisco Alor Quezada porque no quería que las Fuerzas Federales de Apoyo estuvieran a cargo de la seguridad de turistas y locales, ante los actos de rapiña y la creciente incertidumbre social, pues éste pretendía que la policía municipal lo hiciera, pero al final de cuentas no le quedó más remedio que acatar la orden.

La recuperación

Alrededor de diez días después del paso de la tormenta, las plantas de energía, aeropuertos y carreteras ya habían reanudado operaciones. Los turistas varados lograron regresar a casa, el pillaje disminuyó poco a poco, y todo regresaba a la normalidad en la ciudad de Cancún, pero la zona hotelera seguía fantasmal y cerrada al acceso general, bajo la custodia de elementos de la Marina en la entrada y salida del bulevar Kukulcán, y también podían verse elementos custodiando la zona de discotecas que parecía muerta.

Durante algunas semanas sólo se permitió el acceso a trabajadores o gente relacionada con los locales y a medios de comunicación que pudieran acreditarse.

El huracán afectó gran parte de las playas del estado, sobre todo en la Zona Norte, un alto porcentaje de la infraestructura turística resultó afectada y si bien se pronosticaba que la zona hotelera de Cancún tardaría en recuperarse varios meses, afortunadamente sólo transcurrieron semanas cuando, poco a poco, los hoteles, restaurantes y discotecas fueron abriendo sus puertas, la mayoría envueltos en el complejo trámite de cobrar las pólizas de seguro. Otros pequeños empresarios tuvieron que buscar préstamos para acelerar su recuperación y no fueron pocos los que quebraron y tuvieron que cerrar.

“Wilma” sin duda dejó muchas enseñanzas; entre ellas, provocó que los parámetros de Protección Civil en la entidad se elevaran, y ahora las autoridades están preparadas para una contingencia de hasta 120 horas.

El huracán “Wilma” fue uno de los más intensos registrados en el Atlántico y el décimo ciclón tropical más poderoso registrado en todo el mundo, con la presión más baja reportada en el hemisferio occidental, un récord que ostentaba “Gilberto”, otro fenómeno de ingrata memoria para Quintana Roo, que padeció su cólera en septiembre de 1998.

”Wilma” fue el primer huracán en la historia en emplear la letra inicial “W”, desde la denominación alfabética que comenzó en 1950; su nombre fue retirado y sustituido por “Whitney”, en la temporada de huracanes de 2011.

El problema actual 

Ya pasaron 14 años de este poderoso meteoro y salvo el tema de la influenza AH1N1 que en 2010 provocó una baja considerable entre los visitantes, principalmente de cruceros,  por el infundado temor a un posible contagio –que por fortuna solo duró unos meses–, desde entonces la economía tuvo un envión tal, gracias a la bonanza turística, que conforme a las autoridades turísticas y los propios hoteleros desaparecieron las denominadas “temporadas bajas”. Pese a ello, la estrategia de los “descansos solidarios”, implementada precisamente como consecuencia del paso de “Wilma” para aligerar las nóminas en esos tiempos difíciles, se mantuvo como una costumbre.

Sin embargo, de un par de años a la fecha no ha sido ningún fenómeno de la naturaleza ni contingencia sanitaria los que amenacen la llegada de turistas al estado –principalmente en los destinos de la Zona Norte–, sino que la principal preocupación de empresarios y ciudadanos en general es la violencia por la presencia de cárteles del crimen organizado, que se ha recrudecido sobre todo en municipios como Benito Juárez y Solidaridad.

Lo peor del asunto es que este tema no parece ser temporal, sino que se está arraigando cada vez más pese al combate de las autoridades, y existe el temor compartido por la ciudadanía de que destinos como Cancún y Playa del Carmen no tardarán en seguir lo pasos de Acapulco, cuyos años de esplendor como uno de los principales polos turísticos internacionales han sido aplastados por los embates de la delincuencia.

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El impacto económico del huracán Wilma fue uno de los mayores en la historia de México, por detrás del Huracán Pauline, y provocó pérdidas estimadas en 7.5 billones de dólares. Su reconstrucción significó un costo económico y temporal desmesurado, afectando particularmente los sectores del turismo y la agricultura. Los daños de este último se cifraron en 4.6 millones de dólares.

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Cancún se mantuvo de pie y de frente. El meteoro saco lo mejor y lo peor de la sociedad. Cancún se recuperó en cuanto a la industria hotelera pero nunca se recuperó de la anarquía y la violencia social, la desconfianza y la bonanza. Todo se agravó por la migración.