José Juan Cervera

Los valores del romanticismo permearon la novelística mexicana del siglo XIX, y en tal virtud, son muchas las similitudes que se pueden encontrar entre las obras que en este género se produjeron en dicha época; a ello es preciso añadir el esfuerzo de sustentar una literatura nacional que diera cauce al impulso que, desde el plano estético, permitiera consolidar la construcción de la república nacida con los aires insurgentes característicos de aquella centuria, después del breve paréntesis que significó el Primer Imperio mexicano.

Ignacio Manuel Altamirano desempeñó un papel decisivo en este proceso, y plasmó su ardorosa adopción de los principios liberales al confeccionar su obra narrativa. Así lo atestigua La Navidad en las montañas (1871), que en vida de su autor alcanzó varias ediciones, la primera de ellas en el folletín de un periódico de ese entonces. Cabe destacar, entre las publicadas más recientemente, la que preparó el doctor Manuel Sol en un volumen que incluye también Clemencia, ambientada en los días de la intervención francesa; por tratarse ésta de una edición crítica, encierra un valor cualitativo que restituye el espíritu original que quiso imprimirle el distinguido maestro.

El propio Altamirano define La Navidad en las montañas como “un cuadro de costumbres mexicanas”, novela que dedicó al yucateco Francisco Sosa, quien lo motivó a escribirla. La narración corre a cargo de un capitán defensor del orden constitucional, perseguido por las fuerzas del conservadurismo, que se interna en una cordillera en la que encuentra el calor hospitalario de un pueblo aislado que tiene a un cura progresista como figura relevante de la comunidad de montañeses.

El clérigo –que se hace llamar “hermano cura”, además de ser vegetariano– despierta la admiración del militar proscrito al comunicarle la serie de reformas que emprendió en bien de los habitantes de ese rústico asentamiento, incluyendo la supresión de obvenciones y la enseñanza de artes y oficios, prácticas que suscitaron una modesta prosperidad hasta entonces desconocida para ellos. Por tal razón, el autor hace decir al virtuoso pastor de almas que “el Evangelio no sólo es la Buena Nueva bajo el sentido de la conciencia religiosa y moral, sino también desde el punto de vista del bienestar social”. Altamirano apunta en una nota al margen que este personaje se inspira en un sacerdote que llegó a conocer y del que había preparado ya un estudio biográfico aún inédito en ese momento.

El aleccionador encuentro ocurrió un 24 de diciembre y es así que la evocación de costumbres navideñas, como la cena de Nochebuena y la interpretación de villancicos se hacen presentes en el relato, incluso los versos de varios de estos cantos aparecen transcritos en uno de los pasajes de la novela. De igual modo, a lo largo del texto se dejan ver referencias a obras de la literatura clásica, hispana y universal, como los Idilios de Teócrito y las Églogas de Virgilio y de Garcilaso, lo mismo que el Amadís de Gaula. La historia trae consigo el idilio contrariado de dos jóvenes que al fin logran unirse.

Algunos de los estudios académicos que han abordado esta novela se desenvuelven en el acercamiento comparativo con otras que se escribieron en el mismo periodo, como El monedero, de Nicolás Pizarro, tal como lo exponen María del Carmen Millán y Carlomagno Sol Tlachi en sus respectivos análisis textuales. La Navidad en las montañas abre la posibilidad de recrear en su lectura el mensaje profundo de la prédica cristiana.