Por: Lizette Aguirre Morlet

Sin querer queriendo todos estamos en tregua en esta contingencia. En tregua necesaria con nuestro planeta, con nuestros vecinos, incluso con algunos familiares, con ideologías y necedades, con el yo y el otro. En tregua con lo no básico y con lo básico, con la creencia de que todo lo necesitamos, de que todo es nuestro. Es como un autoexilio, como un exilio que pretende a bien hacer, mostrarnos la realidad tan separada en la que estamos viviendo todos, en la cercanía pero lejos. Ahora la tregua nos ha alejado, acercándonos como nunca antes. Tal vez no nos encerramos por miedo, sino por la tregua pactada con la vida y nuestro deseo de volver a salir y de poder ver lo que ahora no vemos.

El marido no comprendía por qué parecía que su mujer no había hecho nada en todo el día. El patrón no entendía por qué sus empleados necesitaban más sueldo o mejores condiciones de trabajo. Los padres no comprendían por qué los hijos se comportaban de tal o cual forma. Los poderosos no entendían cómo es que una decisión a gran escala puede afectar. Los dueños del planeta no comprendían cómo es que se manda solo. Los amigos no entendían por qué necesitaban ese café o esa chela juntos. Los amantes no entendían por qué necesitaban ese espacio solo para ellos. Las familias no veían el recinto en el que debían forjar su hogar…. Y así la lista es grande de lo que ahora nos venimos a enterar con esta histórica realidad conjunta.

Estamos haciendo tregua con el esposo o la esposa a fuerza de la empatía que muchos estamos viviendo en el confinamiento de toda la familia. Estamos haciendo tregua con el vecino que tal vez ni conocíamos y al que ahora estamos haciéndole su súper. Estamos en tregua con los que no pueden guardarse, porque aun con el entendimiento de que debemos estar en cuarentena, sabemos que muchos no lo pueden hacer porque viven al día. Estamos en tregua con el tiempo y las miles de cosas que todos teníamos que hacer diariamente.

Y en lo personal la tregua que más me ha impactado es la que ha vivido Cancún con esta contingencia. Llevo 18 años viviendo aquí, soy chilanga de corazón pero cancunense por convicción y me sigue sorprendiendo la contundente y única forma de ‘ser’ que tiene esta ciudad que se hizo a sí misma, pues aunque aquí sucede que por la gran población flotante que hay a veces no conoces a tus vecinos, sí en lo general somos una especie de ente unido, un pueblo que se mueve a veces al unísono por inercia. Será porque los huracanes nos han devastado a tal grado que nos han enseñado a unirnos como ciudad o porque sabemos que estamos tan expuestos a las fuerzas de la naturaleza que entendemos la fragilidad con la que, si bien hemos crecido como sociedad, también hemos padecido como economía dependiente del turismo y de la propia naturaleza. Entonces la sociedad y muchos empresarios prefirieron cerrar antes de que esto se haga más grave.

Hoteles completos cerrados, puertos y pueblos, islas y bares han ido cerrando filas, pidiendo tregua, actuando antes que cualquier mandato, antes que cualquier emergencia. Esto ha afectado a miles de personas, empleados, asociaciones, grandes y pequeñas empresas, pero es la realidad a la que sin quererlo, nos estamos enfrentado todos, y lo enfrentamos como sociedad, en una unión que nadie nos enseñó. Huracanes, sargazo, virus, cualquier cosa puede desestabilizar nuestra economía, así que hemos aprendido a hacer treguas. Cumplamos a cabalidad los acuerdos que estas nos piden para salir lo mejor librados de esta contingencia.

Cesemos como sociedad, como país, como individuos la hostilidad con la que, sin darnos cuenta, íbamos por el mundo en lo cotidiano. Busquemos los acuerdos que nos está pidiendo nuestro planeta, nuestro día a día, nuestro propio cuerpo, nuestra familia, nuestro tiempo. Aprendamos la lección.

Hemos tenido que aprender a hacer tregua y hacer las paces con todo y con nosotros mismos para empezar. Conocernos en lo cotidiano, en lo simple, en lo profundo, en la real convivencia con nuestra familia y con nuestro ser. Eso es lo que nos pide el planeta, conócete humano para que aprendas a conocerme también a mí, valórate humano para que aprendas a valorarme a mí. Tengamos nuestro propio juicio de lo que estamos haciendo, pues al descubrir estas nuevas formas de fraternidad y solidaridad, nos estamos dando la oportunidad de realmente evolucionar.

Ya comprobamos que lo que pasa afuera, quien mueve los hilos nos mueve, ahora, ¿qué estamos haciendo nosotros con eso, qué podemos hacer con eso?