Los ‘Sanfermines’ derrotan al COVID-19. “Ya no hay vuelta atrás”, confirmaba, en la noche de las hogueras de San Juan, este 23 de junio, el alcalde de Pamplona, España, Enrique Maya. ‘Fiesta’, la novela…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Después de dos años suspendidos por culpa de pandemia, los ‘Sanfermines’ de este año, del miércoles 6 de julio al jueves 14 de julio, ya han empezado a coger forma. “Se ha presentado el cartel de la Feria del Toro y ya tenemos quién va a lanzar el Txupinazo; Juan Carlos Unzué…”. El sector del turismo y la hostelería ha recibido con euforia el anuncio municipal. No es de extrañar. El balance de las últimas fiestas en 2019, las actividades programadas atrajeron a 1,3 millones de personas. Una cifra que después se ve reflejada en la afluencia de bares y restaurantes y en las ventas de los comercios del Casco Antiguo. “Tenemos ganas de recuperar horarios y trabajadores”. Desde la Asociación de Hostelería y Turismo de Navarra indican que cerca del 20% de los ingresos anuales corresponden a los nueve días de fiestas. “Que vuelva a haber Sanfermines es el empuje total”. Otros comercios de Pamplona, Iruña en vasco, como las tiendas de souvenirs o con productos relacionados con San Fermín, acogen también con esperanza el regreso de las fiestas. “En el plano profesional, para nosotros tiene mucha repercusión por la gente que viene de fuera que nos va a conocer”, relata Yolanda Lacunza, de ‘El Pañuelico de Hemingway’.

La imagen de Ernest Hemingway, icono internacional de los ‘Sanfermines’, vuelve a provocar diferencias en el seno de la sociedad pamplonica. La frase ‘Ley Campoamor’ se basa en el texto del famoso poema del asturiano del realismo literario español del siglo XIX, Ramón de Campoamor que dice: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”, el cual supone una manera de expresar, y admitir, que nada vale, que ningún valor es inmutable, y que inevitablemente impera el subjetivismo, la arbitrariedad, y el relativismo, en todas las facetas de nuestro mundo (por ello, traidor a la verdad y justicia, según el poeta), sin embargo, la afirmación de Campoamor no cae solamente en el relativismo y en el subjetivismo, sino en un desencanto del mundo, en donde la referencia al “mundo traidor” significa que el mundo en sí, la realidad, no es confiable, es sujeto de desconfianza debido a que cambia, se transforma, un día nos muestra un rostro y otro día otro. Ello supone que en el verso de Campoamor lo mismo impera el subjetivismo, con la referencia al color del cristal con que se mira; que la desconfianza en el mundo y su constante transformación. El escritor falangista pamplonés Rafael García Serrano decía que Hemingway era “el mejor agente publicitario de las fiestas de San Fermín”. La propia propaganda franquista, pese a la contrastada postura del personaje en favor de la causa republicana, y porque le venía fetén, lo vendió como un mujeriego machista, simpaticote y buscabroncas, bebedor sin límite, amante de las viejas tradiciones de la patria española, enamorado de los toros y cazador de todo tipo de bestias —vaya, algo más parecido a un tipo de Illinois que votara a Vox que a un reportero militantemente rojo—. Juanito Quintana, propietario del hotel del mismo nombre (y en el que siempre se alojó Hemingway, en contra del mito del hotel La Perla, donde según los grandes expertos del tema nunca durmió) y en verdad el único amigo íntimo que el escritor hizo en Pamplona, lo definió así: “Ernesto era un tipo muy raro. Tenía mal carácter. Era orgulloso. Con el que le era antipático se ponía insoportable, sobre todo cuando bebía. Y era un tacaño”.

Finalmente, el propio Ernest Hemingway se autorretrató en una carta a su amigo Francis Scott Fitzgerald enviada desde la localidad navarra de Burguete, adonde solía ir a pescar, dándole su personal receta del paraíso: “Una plaza de toros y un río con truchas”. Todas estas frases y una montaña más de anécdotas, verdades, mentiras, mitos y bulos los encontrará el lector interesado en el autor de la novela ‘Fiesta’ o en los ‘Sanfermines’ (o en las dos cosas) en las páginas de ‘Hemingway en los sanfermines’ (Ediciones Eunate), libro del escritor y abogado pamplonés Miguel Izu. “Las leyendas abundan y a menudo desplazan a la historia”, cree Izu. Por ejemplo, y para desgracia de mitómanos mentirosos, Ava Gardner nunca pisó los ‘Sanfermines’. Ni Gertrude Stein, ni Picasso, ni Errol Flynn, ni Man Ray, ni Lauren Bacall, ni…, ni…, ni… No es cierto que Hemingway se pasara la vida de ‘Sanfermines’. Fue, eso sí, 10 veces. La primera, en 1923. Viajó con su primera esposa, Hadley, embarazada de seis meses. Volvieron en 1924 con el escritor John Dos Passos. Hemingway iba a los encierros, pero lo que de verdad le interesaban eran las vaquillas emboladas, que solía recortar. Regresaron en 1925. Y en 1926, cuando el escritor conoce uno de sus templos predilectos: Casa Marceliano, donde se ponía ciego de ajoarriero, vino clarete de Las Campanas y whisky. En 1927, cuando ya era una celebridad tras haber publicado su obra literaria ‘Fiesta’, popularizando los ‘Sanfermines’ en todo el mundo; en 1929, en 1931… y, ya mucho después, en 1953. Volvió en 1956 (ya tenía el Nobel) y cerró el ciclo en 1959, dos años antes de pegarse un tiro en su casa de Ketchum, Idaho. Estuvo en los ‘Sanfermines’ con cuatro esposas distintas, siempre rodeado de una cohorte de amantes, amigos y pelotas. Comió y bebió en Las Pocholas, el Txoko, el Torino y el Kutz, amó, escandalizó (solía llegar al hotel Quintana de madrugada como un ciclón y con un buen ciclón), desayunaba pollo y langosta…, y se las arregló para no hablar de política ya en pleno franquismo. Hasta ahí, todo verdad. Pero ni escribió sus libros en las mesas del café Iruña, ni fue detenido junto a su amigo Antonio Ordóñez, ni recorrió las calles de la vieja Iruña junto a los rostros más famosos de Hollywood, ni…, ni…, ni… El libro de Miguel Izu deja cada cosa en su sitio. La verdad, la leyenda, el mito, el bulo. Impagable. Riau-riau.

¿Fue Hemingway un homosexual reprimido? La respuesta corta es no. Fue indudablemente queer, de género ambiguo. A Ernest Hemingway (1899-1961) le volvían loco el boxeo, la caza, la pesca y las corridas de toros. Participó en tres guerras distintas, de las que regresó como un héroe. Exploró el continente africano, donde participó en numerosos safaris. Y trató a las mujeres con la crueldad y violencia conocidas. Se creó, en definitiva, un personaje a medida, con el que encarnó un paradigma de virilidad durante el siglo pasado. También en su obra dejó atrás el gusto por el lirismo, las metáforas y la adjetivación del modernismo literario. Prefirió adoptar un estilo más varonil, fundamentado en frases breves y contundentes como puñetazos. Esa fue su imagen pública hasta el final de sus días. La privada, sin embargo, era algo distinta. Lo dejó dicho Zelda, la inestable pero lúcida esposa de Scott Fitzgerald, autor de ‘El gran Gatsby’: “Nadie puede ser tan varón”. Una nueva biografía, a cargo de Mary V. Dearborn, publicada por la editorial estadounidense Knopf, confirma la inseguridad que Hemingway sentía respecto a su identidad sexual. “Eso fue parte de lo que lo destruyó al final de su vida”, apunta Dearborn, la primera mujer que se ha enfrentado al reto de condensar la agitada existencia de Hemingway, tras haber dedicado sendos volúmenes a otros hitos de la masculinidad literaria como Norman Mailer y Henry Miller. Esta biografía de 750 páginas examina todos los aspectos de su vida y obra, aunque es su estudio de las cuestiones de género lo que la distingue de sus antecesores. El libro revela la fascinación del escritor por la androginia y sus fantasías sexuales con los cortes de pelo: solía pedir a sus compañeras que lo llevaran lo más corto posible, mientras que él se lo dejó crecer y llegó a teñírselo de rubio y caoba (cuando le preguntaban qué había sucedido, respondía que era culpa de los rayos de sol). Al regresar de su segundo viaje de África, el autor insistió en perforarse las orejas. “Llevar pendientes tendría un efecto mortífero para tu reputación”, tuvo que disuadirle su cuarta esposa, la periodista Mary Welsh.

¿Fue Hemingway un homosexual reprimido? “La respuesta corta es no”, contesta Dearborn. ¿Cuál sería la larga? “Fue indudablemente queer [de género ambiguo]. Superó, si se quiere, el hecho de definirse como gay. Dio la vuelta a las expectativas que se tenían sobre la identidad y el comportamiento de hombres y mujeres”, añade. Recuerda también que en su novela póstuma e inacabada, ‘El jardín del Edén’, el alter ego de Hemingway, un escritor llamado David Bourne, pedía a su mujer que se cortara el pelo y luego lo sodomizara con un consolador, ejercicio que el propio Hemingway habría practicado con Welsh. Para Dearborn, esas fantasías “no hablaban de homosexualidad ni de travestismo, sino de adoptar el rol femenino durante el acto sexual”. Hemingway se habría adelantado así a esa fluidez de género que hoy llena todas las bocas. “En un mundo mejor, se habría perforado las orejas”, escribió su biógrafo, Paul Hendrickson, autor de ‘Hemingway’s Boat’. Antes de asentarse en París, Pamplona, Cayo Hueso y La Habana, Hemingway nació y vivió hasta los seis años en una residencia de tres plantas y estilo victoriano en el barrio de Oak Park, en la periferia de Chicago, que el escritor solía definir como “un lugar de jardines anchos y mentes estrechas”. En él se halla un pequeño museo dedicado a su memoria, en la misma calle arbolada donde se encuentra su casa natal. En el interior del museo se expone una caricatura dibujada para Vanity Fair, en 1933, en la que Hemingway aparece vestido con un taparrabos y echándose crecepelo en los pectorales. En otra vitrina figura una foto del escritor de bebé. Aparece vestido de niña, algo habitual a comienzos del siglo XX, cuando se vestía así a los retoños durante su primer año de vida. Salvo que su madre, una pintora y cantante de ópera llamada Grace, decidió prolongarlo bastantes años después. De hecho, crió a Hemingway y a su hermana Marcelline, 18 meses mayor, como si fueran gemelos, y los vistió indistintamente como si ambos fueran niños o niñas, según su humor. Para Hemingway, ese capítulo sería un gran trauma que terminaría provocando una ansiedad que desembocó en su sobreactuada virilidad, según la biografía que Kenneth S. Lynn publicó en 1987, que permitió alterar su imagen pública y también abrir su obra a nuevas interpretaciones. Cuando se releen las novelas y cuentos de Hemingway, ganador del Nobel de Literatura en 1954, sobresalen menos los superhéroes y más los hombres inseguros. Igual que el protagonista de ‘La breve vida feliz de Francis Macomber’, avergonzado de haber salido corriendo cuando intentaba disparar a un león en un safari, muchos de ellos intentan alcanzar un ideal de masculinidad imposible.

Los ‘Sanfermines’ se cancelan por el coronavirus, la última vez se suspendieron por completo fue en 1938 por la Guerra Civil Española. La última vez que el Ayuntamiento de Pamplona decidió suspender las fiestas fue en 1997 durante 24 horas por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en Ermua, por parte de la organización independentista del País Vasco, ETA. También se cancelaron las fiestas en 1978, desde el 9 de julio, tras los sucesos del día anterior con la irrupción de la Policía Armada en la Plaza de Toros que se saldaron con otra muerte violenta, el asesinato de Germán Rodríguez. En aquella ocasión el Ayuntamiento decidió trasladar encierros y corridas de toros a la celebración del Casco Viejo en septiembre, conocidos popularmente como “sanfermines chiquitos”. Para encontrar una suspensión total de las fiestas hay que remontarse a los años 1937 y 1938, a causa de la Guerra Civil. No existen precedentes documentales de la suspensión de los ‘Sanfermines’ por una plaga o pandemia.

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