Roberto Hernández Guerra

A finales del primer siglo de nuestra era, el historiador Plutarco poco después de que se le concediera la ciudadanía romana, escribió una obra cuya fama ha trascendido a través del tiempo: Vidas Paralelas. En ella presenta por pares, biografías de personajes griegos y romanos a los que buscaba similitudes en su ser y en su actuar.

En la actualidad más interesante que reseñar vidas paralelas lo es hacerlo de vidas disparejas, tanto por el origen de las personas como por las posiciones políticas que adoptaron. Interesante es comparar a dos Presidentes de la vecina nación del norte, Franklin D. Roosevelt y Ronald Reagan, que son un claro ejemplo de enormes diferencias, salvo en el hecho de que ocuparon el cargo más importante de su país.

El primero de ellos, Roosevelt, hijo de un terrateniente y empresario ferrocarrilero, descendía de una familia aristocrática que había vivido por más de doscientos años en Nueva York. Reagan, por su parte, provenía de una familia pobre del norte de Illinois. Las conductas de ambos son una demostración de que la conciencia de clase puede ser sublimada en aras de un interés mayor o torcida por intereses particulares. Pero veamos cómo actuaron los que fueron poderosos mandatarios y cuya actuación significó cambios trascendentes, cada uno a su manera.

Al Presidente Roosevelt le tocó enfrentar las consecuencias de la crisis económica de 1929 en su país, aplicando un conjunto de políticas públicas que bautizó como “New Deal” y que significaron un viraje respecto a lo que hasta ese momento significaba el capitalismo: control de los monopolios, regulación de las instituciones financieras, programas de ayuda para los desempleados y construcción de obras públicas, entre otras. En el fondo de todas estas acciones estaba el haber podido desechar los dogmas económicos del libre mercado que significaban un freno al potencial de las fuerzas productivas. La crítica conservadora no perdió el tiempo y lo calificó como traidor a su clase.  

El mediocre actor de Hollywood, Ronald Reagan, después de ser Gobernador de California ocupó la Casa Blanca de 1981 a 1989 caracterizándose por el viraje que en lo económico y en lo social le dio a su país. Aprovechando el desconcierto que generó la llamada “estanflación”, estancamiento con inflación, propició el regreso de la ortodoxia neoliberal con la consigna de que “el Estado era el problema, no la solución”, desregulando el sector financiero, reduciendo impuestos a los más ricos, realizando a final de cuentas un conjunto de medidas que en el largo plazo hicieron más desigual a la sociedad. Como se puede deducir, él también fue traidor a la clase social de la que provino.

Pero como dice el dicho, en México “no cantamos mal las rancheras”. Una ligera revisión nos permite citar a dos personajes cuyas actuaciones son diametralmente opuestas a lo que se podía esperar de sus orígenes y primeras actuaciones.

Marcelo Ebrard Casaubón, descendiente de familias tradicionales y de posición económica acomodada tuvo importantes cargos en gobiernos emanados del PRI; cuando se decidió a participar en la corriente progresista se mantuvo firme y es en la actualidad uno de los potenciales candidatos del partido Morena. Su eficacia y lealtad al  proyecto actual de transformación son sus mejores cartas de presentación.

Aunque con mucha menor significación política, me atrevo a mencionar como la otra “cara de la moneda” a Jesús Zambrano, integrante de la tristemente célebre “tribu de los chuchos”. Actualmente preside los restos insepultos del PRD, fue promotor del llamado Pacto por México y es partidario de la alianza con el PAN con el PRI, con los grandes empresarios y con quien pueda volver a la vida a su membrete. Pero lo más interesante de su trayectoria estuvo en su etapa juvenil: fue integrante de la Liga Comunista 23 de Septiembre, la del asesinato de don Eugenio Garza Sada, participó en actividades guerrilleras y estuvo en prisión entre 1974 y 1975.

Como se puede deducir de los ejemplos anteriores, origen conocemos, destino no sabemos.