LIZETTE AGUIRRE MORLET

 

No puedo evitar relacionar el mundo de la naturaleza con nuestra experiencia humana. El hecho de que seamos “animales evolucionados” parece que nos ha puesto en un eslabón realmente perdido, que pareciera, que sí y solo si, o en la mayoría de las ocasiones, encuentra maneras de regresar a su ruta, cuando se topa con las lecciones que la madre naturaleza le da.

Cuando investigaba sobre el sargazo, lo poco, me sentí abrumada por la maravillosa lección de resiliencia que el planeta nos da. Él no se espera a que alguien haga algo por él, él no mira cuantos grupos pro ambiente hay o cuantos millones de humanos destruimos sus esquinas y recovecos, casa cariñosa, acogedora y brumosa de oxigeno.

Él solo es. Con su magnificencia, nos envuelve y nos enseña a la vez cada día, para que vea quien quiera ver. Nos muestra en la luz y en la oscuridad lo completos que somos y al mismo tiempo lo dependientes que somos de él. Pero tampoco espera nuestro agradecimiento. Solo es y sigue dando casa y vida hasta que su propio ciclo se cumpla.

Andamos en nuestro día dando por sentado todo, y al mismo tiempo aprovechando cada partícula de oxigeno. Algunos nadamos por rincones tranquilos y aguas mansas, otros transitamos por las más terribles tormentas, pero todos tenemos la oportunidad de decidir. Para un lado o para otro, tal pensamiento u otro, tales acciones u otras, sufrimiento o no, aprendizaje o no.

Por instinto nos vamos salvando, por aprendizaje vamos trascendiendo. Y con ello jalamos nuestra vida ya sea para sobrevivir o para trascender, la vida nos da igual oportunidad.

Hace tiempo pensaba que no era así, porque hay muchas personas que nacen o viven en situaciones verdaderamente difíciles, pero la vida misma va demostrando lo contrario, personas resilientes hay en todos lados, gente que trasciende de una manera maravillosa, pese a circunstancias y contratiempos. Y ejemplos tenemos muchísimos, en nuestra propia familia, gente famosa, personas que vivieron las de Caín y al pasar de los años se les ve renovadas y en pie de vida.

Y sonará absurdo pero sí nos podemos comparar con este pulpo y con millones de animales y plantas que casi mueren y renacen, la naturaleza, el planeta, la vida, da oportunidad a las especies de regenerarse, re iniciar, renacer, si hay la posibilidad.

Es un documental, está en Netflix y se llama “Mi maestro el pulpo” y me pareció una verdadera película de amor. Todos atravesamos por situaciones que nos marcan y que por difíciles que parezcan, de alguna manera logramos salir, pero no todos logramos avanzar. Y este documental nos invita a la reflexión de que pese a lo complicado por lo que estemos pasando, es nuestro ‘deber’ aprender, no solo sobrevivir, y en el aprendizaje va el gozo por la vida.

El pulpo, que es hembra, es atacada por un tiburón… y en su corta vida, logra ser su vida y su destino y en ello llena de lecciones a este cineasta en esta peculiar relación que entablaron en ese corto y pequeño espacio tiempo. Le muestra cómo ella ha aprendido a cazar y no cometer los mismos errores, a tenerle confianza, a bailar y jugar con los peces cuando todo pasó y a tener amoroso contacto físico incluso, y sobre todo le muestra lo vulnerables que somos pero al mismo tiempo lo importantes y magnificentes que somos.

Ahora estamos llenos de información, cómo un pulpo puede enseñar más que miles de redes sociales y páginas y páginas. La naturaleza es maestra y vida, solo que a veces estamos tan acostumbrados a dar todo por sentado que ya no nos sorprende el crecimiento de un árbol, la vida de los animales o la vida misma en sí.

Yo lloré al recordar que somos ejemplo de vida para nuestros hijos también y que lo que vivamos y aprendamos les ayudará a ellos también para su propio crecimiento. Lloré de ver cómo la naturaleza en su sencillez, es magnificente. De ver cómo si contemplamos de verdad, podemos apreciar cada milagro que ocurre a cada instante.

La naturaleza y la vida son romance puro, solo que dejamos de verlo y preferimos decir, no romanticemos las cosas. Hay tantos problemas en el mundo, que pareciera que debemos tomarlo y hacerlo todo con gritos y sombrerazos. Este cineasta curó su ansiedad o depresión inmerso en el mar y con un pulpo.

En verdad suena absurdo o banal, pero qué de banal vemos en la vida misma como catalizadora y dadora de oportunidades y resiliencia. Miles de hombres y mujeres curan sus heridas transcurriendo en catarsis con la vida hasta alcanzar su sanación y la alegría de estar vivos y de haber superado situaciones que pensaban no superarían.

Casos como el de Olimpia Melo, quien después de pasar por la humillación de ver su intimidad sexual en las redes, logró hacer con su sufrimiento una ley, la Ley Olimpia, para sancionar la divulgación de la intimidad sexual de las personas a través de medios digitales. En verdad es de admirarse a personas que como ella, encontraron la manera de salir delante de una situación difícil pero también de aprender de ella y además de ayudar a otras personas con su experiencia, y ejemplos hay muchos más.

Así que, aunque a veces parezca absurdo de dónde te viene la lección, logra reconocerla para poder aprender, porque como vemos, puede venir de otra persona, de un animal, de circunstancias o cosas, y de la vida misma, porque todo está conectado.

¡No volveré a comer pulpo!

IN LAK’ECH