Cancún presume desde hace tiempo su liderazgo como destino turístico. No es para menos, recibe a poco más del 50 por ciento de los turistas que llegan al país, con lo que hace posible que el país se ubique en el “top ten” de las naciones más visitadas.

Además, capta prácticamente la mitad de las divisas que ingresan a México por concepto del turismo, contribuyendo así a nivelar los ingresos que se han perdido por la baja en los precios internacionales del petróleo.

Alcanzar esos logros ha sido posible gracias sus bellezas naturales, pero también a la calidad de su infraestructura turística y la del servicio que se brinda al visitante. No es exagerado decir que en ninguna otra parte del país los paseantes reciben una atención como la que se les brinda en Cancún o la Riviera Maya.

La capacitación de los trabajadores es continua porque nadie quiere que se pierda la excelencia alcanzada en el servicio.

Sin embargo, esos trabajadores que tanto se afanan para tratar al turista de la mejor manera posible no son recompensados por sus autoridades, pues la calidad de los servicios no es la misma que a ellos se les exige.

Ahí está el servicio de recolección de basura como ejemplo. Recorrer las calles donde viven los trabajadores de la industria turística da vergüenza: proliferan los baches, los desperdicios y persiste una grave carencia de nomenclatura, de pozos pluviales, de alumbrado, de banquetas y guarniciones.

Eso sí, quien no paga oportunamente el impuesto predial, ese que sirve para financiar servicios públicos, empieza a recibir requerimientos de pago aunque su atraso sea de sólo unos meses.

Eso habría que tenerlo en cuenta en un año electoral, como el que empieza a correr.