Roberto Hernández Guerra

Las características visibles del neoliberalismo fueron las privatizaciones y la corrupción galopante. Con el señuelo de que la mano invisible del mercado era más eficiente para asignar los recursos de la sociedad que el Estado benefactor, nuestra conciencia fue adormecida, engañada. El interés particular se puso por delante del de la colectividad, de ahí a ver con normalidad el enriquecimiento desmedido de unos cuantos solo había un paso, y se dio con rapidez.

Pero el árbol no nos permitió ver el bosque. La ideología dominante nos impidió ver que este modelo económico impuesto por los organismos internacionales, Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial (BM), Organización Mundial de Comercio (OMC) entre otros, requería de una política salarial a la baja que permitiría la integración de nuestro país, vía Tratado de Libre Comercio (TLC), a la globalización neoliberal. Era la trampa de los bajos salarios. Quienes salieron ganando fueron los grandes consorcios internacionales y los consumidores de los países ricos, ya que la exportación de productos maquilados  con bajos salario, no produce otra cosa más que la transferencia de riqueza de unos a otros.

El documento SALARIO MINIMO EN MEXICO, 1935-2021, PODER ADQUISITIVO DE ACUERDO A LA INFLACION, que podemos consultar en la red, nos permite vislumbrar una tendencia histórica que explica sin la menor duda las causas de la desigualdad social y del estancamiento de la economía. Entre sus manifestaciones está que en los últimos años el 10 por ciento de la población más favorecida reciba la tercera parte de los ingresos, mientras que el 10 por ciento más pobre no alcance ni el 2 por ciento del total, que el crecimiento del PIB no rebase el 2 por ciento anual y que la violencia se haya generalizado.

Pero no siempre la tendencia del poder adquisitivo del salario fue a la baja. De 1958 a 1976, convertido a pesos de 2019, el salario mínimo pasó de 150 a 390 pesos diarios. De ahí en adelante siguió una tendencia descendente, estabilizándose en el  equivalente a poco más 90 pesos diarios. A partir de 2019, los sucesivos incrementos salariales permitieron una recuperación, aunque todavía insuficiente, pues los 214 pesos de 2021 equivalen en poder adquisitivo al que se tenía en 1941. 

Obras son amores y no buenas razones. El incremento del salario mínimo en el gobierno de la 4T sumado a la transferencia de recursos por la vía de los apoyos sociales y al envío de remesas de los migrantes, ha modificado ligeramente la distribución del ingreso. Si comparamos las cifras de 2018 con las de 2020 podemos observar que el 10 por ciento de la población con mayores ingresos disminuyo 3.92 por ciento su participación, al pasar de 36.18 a 32.46 por ciento; en pesos esto representó alrededor de 906 mil millones que se repartieron entre el resto de la población.  Aquí hay que tomar en cuenta que las transferencias gubernamentales a los hogares del país por la vía de los programas sociales, representaron en 2020 un promedio de 308 pesos mensuales y en el de los de menos recursos significaron 608 pesos.

Si se continúa por el mismo camino, incrementos salariales y transferencias directa crecientes, a la par que mejoras en la atención a la salud y una mejor oferta educativa, se estará en camino de salir de la trampa del subdesarrollo. La razón es muy clara, el fortalecimiento del mercado interno generará un círculo virtuoso, ya que a partir de una mayor demanda se genera más producción, una mayor oferta de trabajo, mejores salarios, mayor recaudación fiscal, incremento de los programas sociales y así sucesivamente.

Pero no todos piensan igual. A quienes anclado su pensamiento en el pasado consideran que las actuales políticas públicas no generan confianza, les recordamos de nuevo la opinión de don Carlos Slim: “El empresario invierte no porque tenga mucha o poca confianza, sino porque tiene mucha o poca demanda. Si hay demanda pues invierte, si no es un tonto, va a perder sus actividades”.