LA COVACHA DEL AJ MEN

CLAUDIO OBREGÓN CLAIRIN

 

“De ninguna manera volveré a México. No soporto estar en un país más surrealista que mis pinturas”, declaró Salvador Dalí.

André Breton, fundador del surrealismo, comentó: “México tiende a ser el lugar surrealista por excelencia” y abundó: “Imperiosamente, México nos convida a esta meditación sobre los fines de la actividad del hombre, con sus pirámides hechas de varias capas de piedras correspondientes a culturas muy distantes que se han recubierto y oscuramente penetrado unas a otras. Los sondeos dan a los sabios arqueólogos la oportunidad de vaticinar sobre las diferentes razas que se sucedieron en ese suelo e hicieron prevalecer en él sus armas y sus dioses”. Concluyó que es inútil tratar de “entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo.”

El Surrealismo fue un movimiento artístico que germinó en Francia después de la Primera Guerra Mundial y se sustentó en los trabajos de Sigmund Freud sobre el subconsciente; las obras surrealistas están por encima de la realidad y fusionan formas, colores y atmósferas sin que la mente racional participe en el proceso de creación.

A los artistas surrealistas del siglo pasado, México les ofrecía escenarios y realidades humanas que escapaban del racionalismo y es que en México, los contrarios no combaten, son complementarios.

El ojo creador occidental, observa desde el individuo, mira “al otro” – “ a lo mexicano”, con la afición del coleccionista y no se percata que en nuestro país: el tiempo se pone en duda, los objetos son sujetos y las formas no siempre son el fondo.

México no es un país surrealista, en él, confluyen diversas realidades, equidistantes, antagónicas, complementarias. Los mexicanos somos los frutos de múltiples semillas, milenarias migraciones, gratos encuentros, feroces desencuentros, constantes invasiones y cruentas conquistas.

Nuestro imaginario autóctono está vigente cuando comemos un tamal y lo acompañamos con un atole. La memoria religiosa de la tierra que habitamos recuerda con gratitud la supervivencia y se torna tangible durante las festividades de Día de Muertos en las que hablamos de frente con lo inevitable masticando cráneos de amaranto o azúcar.

Los pueblos autóctonos no tuvieron culpas, sino deudas con las entidades divinas que se pagaban calendáricamente con peregrinaciones, mandas, faenas y rituales que ubicamos transfigurados en nuestro sincretismo religioso.

Ciertamente, además de ese pasado autóctono, poseemos un imaginario occidental configurado de culpas que expiamos con un sentido de persecución y ambas realidades crean nuestras contradicciones.

El día que los mexicanos hagamos las paces con nuestros ancestros peninsulares, tratemos en equidad a los pueblos autóctonos, entendamos que nos comunicamos oficialmente con la sintaxis ibérica pero que en México se hablan 63 idiomas más y nos veamos sin rubor delante al espejo de obsidiana, podremos entonces reconocer que nuestra mayor riqueza, es la diversidad.

 

Facebook: Claudio Obregón Clairin / Investigador, Guía y Promotor Cultural