EL BESTIARIO

Tom Wolfe y Truman Capote, los padres del llamado ‘Nuevo Periodismo’ y autores de obras como ‘La hoguera de las vanidades’ y ‘A sangre fría’ deben ser referentes: periodismo profesional, innovador, sosegado…

 

SANTIAGO J.SANTAMARIA GURTUBAY

“Todo ello sin olvidarnos de ejercer el obligado papel de difusión y control de la acción pública”, escribía el poeta lisboeta Fernando Pessoa, en ‘El libro del desasosiego’… Pasión en el sentido de positividad, de entrega apasionada a una causa. La pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una causa y no hace de la responsabilidad para con esa causa la estrella que oriente la acción. Para eso se necesita mesura, capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia entre los hombres y las cosas. “Se acabó el tiempo de la prepotencia, estamos en tiempos de la reconciliación, de la solidaridad y de la inclusión de todos, porque hay que invitar a todos a trabajar juntos para recuperar a Quintana Roo”. El espíritu de la obra ‘El político y el científico’ de Max Weber, filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo alemán, se impone. Es importante que muchos de nuestros políticos no se ciñan, casi en exclusiva, a tener como referencia en su acción pública a “El príncipe”, un tratado político escrito por Nicolás Maquiavelo en 1513, mientras se encontraba encarcelado en San Casciano por la acusación de haber conspirado en contra de los Médici, inspirándose en César Borgia. Este noble italiano de origen aragonés, duque, príncipe, conde, condotiero, confaloniero, obispo de Pamplona, con dieciséis años, arzobispo de Valencia, con diecinueve años, Capitán General del Vaticano y cardenal con casi veinte años de edad, durante el Renacimiento, se ha inmortalizado como el prototipo del individuo cruel y ambicioso que no abrigó ningún sentimiento generoso y para satisfacer sus odios cometió innumerables asesinatos. En realidad no fue una excepción, pues semejante conducta siguieron la mayoría de los príncipes italianos del siglo XV.

‘El príncipe’ nos legó el sustantivo maquiavelismo y el adjetivo maquiavélico y cuya influencia sigue vigente hasta la época actual. Su objetivo, siglos atrás, era mostrar cómo los príncipes deben gobernar sus Estados, según las distintas circunstancias, para poder conservarlos exitosamente en su poder, lo cual es constantemente demostrado mediante múltiples referencias a gobernantes históricos y a sus acciones. Presenta como característica sobresaliente el método de dejar de lado sistemáticamente, con respecto a las estrategias políticas, las cuestiones relativas a la moral y a la religión. Solo interesa conservar el poder. De hecho, para Maquiavelo así obran incluso papas como Alejandro VI, lo que constituye la clave de su éxito.

 

La máxima ‘weberiana’: trabajos elaborados con sosiego, sin prisas de rotativas, noticias contrastadas, consultados actores de la noticia…

 

La conservación del Estado obliga a obrar cuando es necesario “contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad y contra la religión”. Y ello requiere a nivel teórico -en oposición a toda la tradición de la filosofía política desde Platón en adelante- dejar de idealizar gobiernos y ciudades utópicas e inexistentes para inclinarse en cambio por los hombres reales y los pueblos reales, examinar sus comportamientos efectivos y aceptar que el ejercicio real de la política contradice con frecuencia la moral y no puede guiarse por ella. Los nuevos tiempos que corren no están para príncipes ni conspiraciones ni ‘guerras sucias’. Reconciliación, solidaridad e inclusión son las consignas que se imponen en esta nueva etapa política que tenemos por delante. La máxima ‘weberiana’ de la tranquilidad, de los trabajos elaborados con sosiego, sin prisas de rotativas, donde se contrasten las noticias, los diferentes actores de la misma sean consultados… debe imponerse también en nuestros periódicos y otros medios. Desde hace un tiempo atrás la imagen pública a nivel internacional de Cancún, Quintana Roo y México está sufriendo un preocupante deterioro. Nos quejamos de cómo nos tratan los ‘mass media’ exógenos. Se impone el rebelarnos y aportar nuestro granito de arena para revertir esta injusta situación. Problemas como el de la inseguridad ciudadana están ahí. Es algo que no se puede obviar. Ningún país, y menos los de nuestro entorno hemisférico tanto en el Norte como en el Centro o el Sur, está exento de los mismos. Tenemos que ser capaces de mostrar al mundo las otras aristas más amables de nuestra realidad. No seamos ingenuos. Cancún y Riviera Maya, primer destino turístico mundial del Caribe, provocan, sin querer, envidias, prólogo de miserias humanas.

 

Hay un dicho que hizo famoso Mario Benedetti: “Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas”

 

El hombre es un animal gregario, pero además es capaz de prever y planificar sus actos, lo que lo convierte en un animal político como insistía Aristóteles. Por eso Max Weber tenía razón cuando recalcaba que un periodista al igual que un político no debe guiarse en su actividad por la simple pasión. Ya que esta pasión puede también ser fuente de sus errores. Debe tener además las virtudes que el autor señala, responsabilidad y mesura, pero acompañadas de amplias dosis de sentido común. Este es el mejor de los guías. “En España hay la costumbre que hizo famoso a Manuel Fraga Iribarne, que amaba Inglaterra pero no sus modales. Fue ministro de Información, durante la Dictadura de Francisco Francisco, que siguió a la Guerra Civil Española, con un milón de muertos y cientos de miles de exiliados, esencialmente en México, Cuba y ConoSur.

Hay un dicho que hizo famoso Mario Benedetti: “Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas”. Eso es lo que hacía ‘Don Mariano’, y no solo él. Los políticos de nuestras democracias occidentales devuelven la pregunta o le dan la vuelta para responder lo que les da la gana. Esas circunstancias han acostumbrado mal a los políticos y a los periodistas. Como estos no obtienen respuestas que puedan resultar interesantes para el público, hacen varias por si aciertan con alguna en la diana de la política. En otras culturas periodísticas (y políticas) las preguntas se hacen una a una, los políticos las entienden como parte imprescindible de su oficio y no dejan a los periodistas con la palabra en la boca. Los políticos convocan a los periodistas hasta para leerles un comunicado. Se olvidan que hay Internet y Twitter.

 

Gabriel García Márquez dijo que él odiaba las conferencias de prensa porque todos iban a ellas con preguntas ya hechas mil veces

 

Esa otra costumbre, la del papelito que prohíbe las preguntas, ha oscurecido la relación de los periodistas políticos con sus fuentes naturales, y es lógico que cuando tienen la oportunidad de hacer una pregunta hacen hasta cuatro concatenadas por ver si rompen el muro de lugares comunes reiterativos con que los acogen los preguntados. Así que a los periodistas no se les debía culpar del amontonamiento, pero es cierto que si huyeran de él las respuestas serían al menos más comprometidas o más nítidas, o en todo caso menos barrocas. Gabriel García Márquez dijo que él odiaba las conferencias de prensa porque todos iban a ellas con preguntas ya hechas mil veces, “no saben que está prácticamente todo dicho”. Las preguntas ya hechas, y las respuestas ya repetidas, habría que añadirle al maestro. Y habría que juntar a estos hábitos uno que es muy nuestro, de los periodistas: juntar preguntas o lanzar excursos interminables con los que apabullamos al que tiene que responder. Una pregunta sencilla vale más que mil palabras. Y desconcierta más que un discurso.

Políticos y periodistas, amén de los ciudadanos, son piezas claves en una democracia y todos ellos deben ser conscientes de su protagonismo. No hay que tener miedo al debate, a las opiniones dispares, a la diversidad de siglas en nuestras instituciones, a un normal ejercicio del control de la gestión de los dineros públicos, a la defensa de un Estado de Derecho… Si no lo tenemos claro pudiéramos terminar con un mismo peinado, como el que impone el actual presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un, a sus súbditos. El mundo y Quintana Roo no quiere ‘príncipes’ sino servidores públicos plenos de pasión, sentido de la responsabilidad y mesura.

 

Las incertidumbres y miedos de la época actual permiten que afloren disparatadas teorías en un horizonte conspiranoico

 

El ser humano no soporta demasiada realidad, pero en mi opinión llevamos peor que haya demasiada incertidumbre alrededor. La crisis de los “grandes relatos” nos dificulta comprender lo que pasa insertándolo en un esquema general que le confiera sentido, y ha provocado el sentimiento de una pérdida de control sobre el mundo. Si es cierto que nuestra época se caracteriza por las incertidumbres y los miedos, no tiene nada de extraño que el lugar de las construcciones ideológicas esté hoy en parte ocupado por pequeñas historias de conspiraciones que se multiplican para explicar lo que de otro modo no comprenderíamos. Buena parte de su éxito se explica también por el aumento de situaciones que generan ansiedad, como el terrorismo internacional, las catástrofes ecológicas, la disolución del vínculo social, la inseguridad creciente del mercado de trabajo o la pérdida de confianza en las autoridades y los “expertos”.

Por muy delirantes que puedan resultar algunas de estas explicaciones, sirven para dar sentido a las cosas tan disparatadas y desconcertantes que suceden en un mundo caótico e inestable, en el que todo parece posible, incluso lo peor. De este modo se satisface nuestra necesidad de estructuras y modelos de inteligibilidad, que incluye también alguna indicación para saber quiénes son los buenos y los malos de esta historia. Tal vez eso explique el crédito del que gozan las historias que explican demasiado, como las conspiraciones urdidas por un sujeto omnisciente. De ahí también la obsesión por la transparencia en una cultura que, como la nuestra, gira en torno a lo visual. Si todo lo que pasa obedece a relaciones que no vemos es porque algo se nos está ocultando deliberadamente. El deseo de que nos muestren lo que esconden tiene dos presupuestos: que nuestro principal problema obedece a esa falta de visibilidad; y que deberíamos estar en condiciones de ver y vigilarlo todo.

 

Noam Chomsky se apunta a la estrategia de denunciar las ‘fake news’ y reivindique el uso de esa palabra frente a la no reflexión

 

En la anterior campaña presidencial estadounidense y en la prevista para este final del 2020 por ejemplo, han irrumpido y lo volverán a hacer este tipo de recursos, como recordaba Marc Bassets. Entre muchos de los complots imaginarios que se han llegado a denunciar destaca la acusación de Donald Trump a Barack Obama por haber fundado el ISIS, pero tampoco faltan explicaciones rocambolescas en el campo demócrata cuando consideran a Trump un infiltrado de Putin. El conspiracionismo y los ‘fake news’ tienen una larga tradición en Estados Unidos, como explicó en los años sesenta Richard Hofstadter en su estudio sobre el estilo paranoide de la política americana. Se trata, por cierto, de un recurso que comparten la izquierda y la derecha, como la crítica al establishment que tan buenos réditos da a unos y a otros. De diferentes maneras, ambos oponen un pueblo sano y armónico a un enemigo exterior, ya se trate de los inmigrantes, el Islam, las élites o los otros en general. Para quien razona en términos conspirativos, la sociedad se encuentra en un estado de inocencia y sin conflictos; el desorden solo se explicaría por la intromisión de fuerzas externas encarnadas por los conspiradores, que unos llaman extranjeros y otros, élites.

No es extraño que un intelectual de la izquierda altermundialista como Noam Chomsky se apunte a la estrategia de denunciar las conspiraciones y reivindique el uso de esa palabra frente a quienes “quieren que no reflexionéis sobre lo que verdaderamente pasa”. La cercanía entre el pensamiento crítico y el pensamiento conspiracionista es inquietante y quien esté interesado en impugnar las innumerables injusticias de nuestra sociedad debería evitar explicarlas con una visión binaria que simplifique todo en un combate demasiado nítido entre los buenos y los malos (y no porque no los haya precisamente). Quien emprende una batalla de denuncia, crítica y compromiso no está eximido de hacerlo con ecuanimidad y rigor intelectual, aunque no pocos denunciarán a su vez ese estilo como falta de radicalidad ante el mal.

 

Un día en la vida del poeta Fernando Pessoa en la piel del actor mexicano Gael García Bernal

 

Hasta el 12 de mayo en el Teatro Coliseo se presenta Ejercicios Fantásticos del Yo, obra teatral protagonizada por el actor mexicano Gael García Bernal que recrea un día en la vida del poeta portugués Fernando Pessoa. “El 29 de junio de 1914, día en que se movilizaron los ejércitos en Europa para desatar la Primera Guerra Mundial, el poeta Fernando Pessoa perdió una cuenta en la agencia de publicidad donde trabajaba; no pudo conseguir la mano de Ofelia, su gran amor, fue rechazado por la editora de su obra poética, y tampoco pudo conquistar el Gran Premio de la Reina Victoria de Poesía. Sin embargo, ese día Pessoa escribió el primer poema del siglo XXI, y uno de los más bellos de la Historia” dice la sinopsis de la obra. Esa anécdota, intensa y hasta inverosímil, es el centro de la trama de la obra, escrita por la dramaturga mexicana Sabrina Berman, y dirigida por Nelson Valente, bajo la producción general de Sebastián Blutrach, que cuenta con un elenco encabezado por Gael García Bernal, e integrado por Rita Cortese, Fernán Mirás, Vanesa Gonzáles, Martín Slipak, Javier Lorenzo, Fernando Sayago y Nacho Péres Cortéz.

 

“Dimos un triple salto mortal, y estamos tratando de caer parados”, sintetiza Sebastian Blutrach entrevistado por Palabras sobre la apuesta colectiva que implicó montar esta obra, “perturbadora” e “inquietante”, “en un momento donde abunda la sonrisa o la lágrima fácil”. ¿Cómo surge la idea de montar Ejercicios Fantásticos del Yo? La iniciativa surgió de Gael, con quien tengo una relación desde hace tiempo, y siempre rondamos en torno a la idea de hacer algo juntos. Un día me escribe para que nos juntemos, y me plantea que quiere hacer este texto en Buenos Aires, en México y en España, y me pregunta si me interesa producirlo. Leí la obra,  que realmente en principio y en el papel me pareció un material sumamente difícil, me reuní muchas veces con la autora, y nos pusimos a trabajar, siempre con la idea de estrenar en Buenos Aires porque Gael quería ensayar aquí para estar más tiempo con sus chicos. Tomada la decisión fuimos sumamente cuidadosos y nos impusimos rodear a Gael del mejor elenco posible, y hoy realmente estoy muy agradecido con que estos actores, a los que admiro y respeto mucho, hayan confiado en mí, y en esta combinación: un cóctel que nos salió muy bien, y con el que estamos muy contentos, pero que era muy arriesgado.

Sinceramente pensar en hacer un texto sobre la vida de Fernando Pessoa en el Teatro Coliseo, que tiene 1700 localidades, es una locura, que afortunadamente salió muy bien, porque el teatro sigue manteniendo su magia por sobre todas las cosas. Luego, por supuesto, este es un emprendimiento que se puede hacer en estas circunstancias, porque está Gael García Bernal, un Fernando Pessoa de esta magnitud sin él como intérprete no me parece que hubiese sido posible. Antes mencionabas la complejidad del texto, ¿esto se trasladó a la obra? La obra es fantástica, perturbadora, inquietante. La obra habla de esa inmensa capacidad de trabajo que tenía Pessoa, que le permitió escribir por él, y por 72 personajes inventados por él, porque Pessoa no es que escribía bajo otros nombres, sino que inventó 72 heterónimos, con una literatura, una prosa y una poesía particular cada uno. Algo que también nos habla de un ser totalmente atormentado e incomprensible para sus contemporáneos,  esos locos genios que solo terminamos de entender con el paso del tiempo.

 

Además del texto y trabajar con Gael,  ¿cuál fue el desafío más importante que te impusiste al montar este espectáculo?  Hacer esas dos cosas a lo grande. Hace mucho el papá de Carlitos Rotemberg me dijo: cuando elijas un proyecto elegí o plata o prestigio. Yo sabía que aquí el prestigio iba a estar, así que esperemos por lo menos no perder plata. Realmente es una obra muy atractiva, aunque sé que no es masiva, mucho menos en un momento donde todo lo que sea perturbador o inquietante se desecha y se elige la sonrisa, a la lagrimita fácil, entonces pretender hacer un espectáculo masivo, porque aunque sean solo 10 semanas El Coliseo es un teatro muy grande, es un triple salto mortal y estamos tratando de caer parados.

 

@SantiGurtubay

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