Roberto Hernández Guerra

Cuando los políticos de oposición a la par que los comunicadores de los medios tradicionales, en su afán de culpar a López Obrador de la pandemia del COVID ponen más énfasis en el número de lamentables defunciones que en el descenso de la morbilidad o en el avance de la vacunación, parece resonar el eco de aquel grito  del general español Millán Astray “¡Muera la inteligencia…! ¡Viva la muerte…¡”.  Cabe recordar que el suceso que mencionamos aconteció en el año de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, cuando el militar falangista interrumpió un discurso del filósofo Miguel de Unamuno con dicha expresión. La respuesta de don Miguel no se hizo esperar: “A veces, quedarse callado equivale a mentir. …Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito “Viva la muerte”… esta ridícula paradoja me parece repelente… Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa”.

Desde luego que puede parecer exagerado comparar a los exponentes y voceros del antiguo régimen de corrupción neoliberal con el “novio de la muerte”, llamado así por el estribillo del himno de la Legión española de la que Millán fue comandante, pero sin duda que hay rasgos psicológicos que la justifican. Creemos que los unifica la llamada por Freud “pulsión de muerte” que es una actitud inconsciente en el ser humano de sentir placer ante la destrucción, ya sea de forma directa o sublimada, sobre el prójimo o sobre sí mismo.

Aquella resonante exclamación que estremeció los muros del claustro universitario más antiguo de España, no es el único ejemplo que podemos dar de esa tendencia innata a la agresión y que no es exclusiva de fascistas, racistas, talibanes y discriminadores de toda índole. Si buscamos en el otro extremo de la geometría política encontramos las palabras que el Ché Guevara dirigió como recomendación a los integrantes de la Conferencia Tricontinental realizada en la Habana en 1967: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones al ser humano y lo convierte en una violenta, selectiva y fría máquina de matar…” Los 500 prisioneros que sirvieron al régimen de Batista, juzgados sumariamente y fusilados en la Fortaleza de la Cabaña al triunfo de la revolución cubana, eran su carta de presentación.

En el arte también encontramos referencias a esa predisposición a la destrucción. En la pintura podemos citar como ejemplo el cuadro de Goya llamado “Saturno devorando a su hijo” y en la literatura las palabras de Oscar Wilde en su “Balada de la cárcel de Riding”, que nos advierte: “Destruimos siempre aquello que más amamos, en campo abierto o en una emboscada; algunos con la ligereza del cariño otros con la dulzura de las palabras; los cobardes destruyen con un beso, los valientes destruyen con la espada.”

Pero por fortuna para la humanidad también coexiste en la mente la “pulsión de vida” que busca la auto-conservación del yo a través de vínculos con otras personas u objetos, misma que podemos identificar como la fuerza del amor. Y a propósito de tal cosa, podemos recordar aquella intervención del Presidente de la República en la celebración del Grito de Independencia el año pasado cuando a las tradicionales “vivas” a las que estamos acostumbrados agregó una más: “Viva el amor al prójimo”. Proposición que desde luego no fue bien recibida por aquellos que han acumulado riquezas mal habidas sin importarles el dolor ajeno.