Roberto Hernández Guerra

Es de reconocerse la tozudez con que el bloque opositor a la 4T enfrenta la realidad. Son incansables cuando de lo que se trata es justificar los privilegios que en el viejo régimen disfrutaban, desde luego que unos pocos de ellos, o en el caso de amplios sectores de la clase media, “convidados de piedra” del festín, por mantener la ilusión de un “aspiracionismo” que nutría sus esperanzas Todos ellos absortos en el espejismo de un “México de sus recuerdos”.

Fueron prolijos en declaraciones catastrofistas sobre la pandemia de Covid y se regodearon con las cifras de lamentables defunciones que trajo consigo. Criticaron la política de salud pública y dudaron de la capacidad del estado mexicano de enfrentar las necesidades de vacunación. Se hicieron de “la vista gorda” cuando se les demostró que la tasa de fallecimientos en el país era inferior a la de nuestros vecinos del norte. Y desde luego, olvidaron el lamentable estado en que esta administración heredó el sistema de hospitales.

Pero de pronto cambiaron de tema y de epidemiólogos amateurs se convirtieron en expertos en aeronáutica. Pronosticaron que el aeropuerto que se planeaba construir en Santa Lucía, que sustituía al de Texcoco, no se terminaría en tiempo y forma y que el costo de su construcción rebasaría los 75 mil millones de pesos programados. La imaginación de todos ellos se desbordó en un orgasmo de especulaciones. Insistieron en que la existencia de un cerro impediría los despegues y aterrizajes seguros; en este caso no contaron con que el cambio de orientación de las pistas resolvería el problema. El expresidente Felipe Calderón se atrevió a reproducir una fotografía trucada que mostraba una torre de control que asemejaba a la de Pisa. Enfrentados a la realidad de la obra terminada del Aeropuerto Felipe Ángeles, se enfocaron a destacar lo intrascendente, como el de la venta de tlayudas e inventaron deficiencias operativas inexistentes.

No hay tema relacionado con las políticas públicas en el que no participen en el papel de agoreros del desastre. Como la mítica Casandra que anunciara la caída de Troya, ellos hablan de la destrucción del país, de “su país”; pero en esto tienen algo de razón, porque de lo que se trata de acabar es con aquel México de corrupción, privilegios e impunidad al que estaban acostumbrados.

Pero lo que estamos viendo no nos debe causar asombro. Cuando se realizan transformaciones sociales que pretender ser profundas, surge de inmediato la reacción de los afectados. La Guerra de Independencia tuvo sus opositores a los que se les calificó de “gachupines” y la Reforma Juarista los suyos, a los que se les denominó “cangrejos” por marchar en sentido contrario de la historia. Al triunfo de la Revolución, los “fifís” se opusieron activamente al presidente Madero y colaboraron con Victoriano Huerta en la traición.

Pero al igual que en el pasado, ahora tampoco el cambio puede ser detenido. A los que añoran los dorados años del neoliberalismo económico con corrupción, les recomendamos que hagan suyo el pensamiento del protagonista de la película “México de mis recuerdos”, representado por el actor Fernando Soler, al ver partir el vapor Ypiranga con Porfirio Díaz a bordo y que reproducimos a continuación: “Se alejaba para siempre toda una época, la época de mi generación. Moría un México para que naciera otro, más pujante, más justo; empezaba a agonizar lentamente el México de mis recuerdos”.

Y como en la mencionada escena final del filme escrita y dirigido en el año 1943 por Juan Bustillos Oro, con la participación estelar de Joaquín Pardavé, pueden acompañar su pensamiento con música de “Las Golondrinas”.