EL BESTIARIO

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Como el norteamericano Louis Rose de El ‘Alamo’ y el cubano Pedro Tortoló de Granada, “puede que les pareciera una tontería luchar por una batalla perdida”

 

En la épica defensa de El Álamo, donde las figuras de la historia se acrecientan con la larga sombra de la leyenda, un sólo nombre ha sido inscrito en el amarillo color de la cobardía: Louis Rose, apodado por los amigos ‘Moses’, Moisés (por la edad), y mucho menos cariñosamente pasado a la posteridad como “la otra Rosa Amarilla de Texas” -la original, la que dio pie a la canción, fue Emily Morgan, escultural mulata cuyo patriótico retozar con el general Santa Anna, quiere el mito, dio tiempo a Sam Houston para ganar la batalla de San Jacinto- . Rose, de origen francés, como recuerda maliciosamente la historiografía estadounidense, escapó con vida de la antigua misión española para lidiar el resto de su existencia con el sambenito de gallina. Nada peor que aparecer como el único cobarde entre valientes, que es lo que le ocurrió a nuestro Rose en las Termópilas tejanas, donde los heroicos Travis, Bowie, y Crockett y sus dos centenares de voluntarios se dejaron la piel ante las tropas mexicanas del general Santa Anna para defender, entre el humo de los cañones y el brillo de las bayonetas, la ‘independencia’ de Texas.

El momento decisivo de Louis Rose, su hora funesta, tuvo lugar, cuenta la leyenda, el 3 de marzo de 1836, tres días antes de la caída de El Álamo, cuando el mujeriego coronel Travis, a la sazón al mando de los rebeldes sitiados, reunió a la tropa para lanzarles un discurso que si bien se mira no era muy alentador. Chicos, vino a decirles, estamos rodeados por un ejército suficientemente poderoso para aniquilarnos de un solo golpe, la ayuda no llegará a tiempo, y no nos vamos a rendir. Uno casi puede oír las tosecillas y carraspeos y el murmullo del deslenguado de turno: “Pues vaya”. Deportivamente, Travis les anunció que su intención era quedarse y morir peleando por su país, pero que cada hombre podía tomar su propia decisión al respecto. Entonces, en uno de esos grandes gestos que pasan a la historia pero que causan tantos problemas, se supone que desenvainó su sable y trazó una línea en el suelo de arena de la vieja misión devenida fuerte: “Que todo hombre determinado a permanecer aquí y morir conmigo cruce esta línea”, dijo.

El primero fue el artillero Tapley Holland, con el que es difícil identificarse. Le siguieron todos los demás, incluidos enfermos que casi no podían andar; excepto Rose. Se dice que hasta Bowie, que estaba postrado con tifoideas y moriría en el lecho durante el último asalto (un mexicano le disparó a quemarropa y esparció su cerebro sobre la pared: la mancha se convirtió en un icono patriótico), se hizo llevar por cuatro hombres sobre una manta para cruzar la línea. El episodio entero de la arenga y la línea, como sucede generalmente con estas páginas ejemplares, es discutido por los historiadores serios y al cabo no se puede decir que quedaran muchos testigos. Lo de Rose, que contaba 51 años, es difícil de explicar: hay que ser un cobarde muy valiente -o muy perseverante- para en una orgía de valor como esa permanecer al margen. Nuestro hombre, además, no parecía estar hecho, según las fuentes biográficas que poseemos -y que son todo lo discutibles que se quiera-, de la madera de los cobardes habituales. Nacido en 1785 en Laferée, Ardenas (Francia), se alistó en el ejército de Napoleón en el 101 Regimiento, alcanzó el rango de teniente y ganó la legión de honor. Sirvió en Nápoles, España, Portugal y participó en la campaña de Rusia. Incluso estuvo en Waterloo.

Años después, cuando se le preguntaba a Rose porqué había tomado esa decisión de largarse, parece ser que contestaba invariablemente: “Por Dios, no estaba preparado para morir”, que es toda una respuesta. Puede que le pareciera una tontería luchar una batalla perdida. Seguramente había visto ya demasiada guerra y demasiados muertos. Quizá tenía planes. Quién sabe. El hecho es que se descolgó esa noche por el muro y huyó; consiguió atravesar el cerco, dejando la (buena) fama para los otros. Se refugió en casa de unos amigos que le tomaron por un fantasma  -“¡pero hombre, Louis, ¿no estabas en El Álamo?!”-. Reaparece luego en Nacogodoches trabajando como carnicero y actuando como testigo, sin pudor alguno, para los familiares de los defensores de El Álamo que aspiraban a cobrar pensiones del Gobierno tejano. Después se fue a Louisiana, donde murió en 1842.

Rose rehusó la gloria pero tuvo la oportunidad de contemplar otras puestas de sol, de disfrutar de la vida y acaso del amor. A cambio, aquí le tenemos, en la serie de los cobardes. Nunca se casó. En 1927 uno de los descendientes de su hermano cedió el que se cree era el rifle de Roses al museo de El Álamo. Es difícil valorar el regalo. La historia de Rose tiene muchos detractores, hasta el punto de que hay quien pone en duda incluso que estuviera alguna vez en El Álamo. Hubo bastante gente que se dio el piro, sin contar a los correos. Incluso el papel de David Crockett, el héroe capaz de matar 108 osos en ocho meses, se discute. Un grupo de historiadores afirma, que Crockett en realidad se rindió y sólo fue ejecutado luego cumpliendo las órdenes de Santa Anna. A ver si en vez de una rosa amarilla solitaria resultará que en El Álamo se cosechó todo un ramillete…

Morir resulta un suceso efímero, un instante en que el hombre como ente biológico da una vuelta y termina en la nada. Pero vivir con el baldón de cobarde en una sociedad como la cubana, andar en boca popular, protagonizando burlas y chistes, no es nada fácil.  Pedro Tortoló Comas es el otro protagonista de esta columna sobre los cobardes en la historia. El escenario de su cobardía, la isla caribeña de Granada.  El coronel y jefe del Estado Mayor del Ejército Central de Cuba, Tortoló, fue designado por la Revolución para liderar la resistencia. La Invasión de Granada, operación militar de nombre en código Urgent Fury (Furia Urgente), fue una invasión de la nación insular de Granada por los Estados Unidos y varias otras naciones caribeñas en respuesta al golpe de Estado del viceprimer ministro Bernard Coard. El 25 de octubre de 1983, EE UU, Barbados, Jamaica y miembros de la Organización de Estados del Caribe Oriental desembarcaron buques en Granada, derrotaron a la resistencia granadina y cubana y derrocaron el gobierno de Coard.

Estos fueron los antecedentes. El 13 de marzo de 1979, un golpe de Estado incruento, liderado por el líder del Movimiento New Jewel Maurice Bishop, derrocó al gobierno de Eric Gairy para establecer un gobierno que fue acusado de adherir al marxismo-leninismo y de alinearse con la Unión Soviética y Cuba. El gobierno de Bishop fue acusado de promover la militarización de su país, el que mantenía un pequeño ejército. El gobierno también comenzó a construir un aeropuerto internacional con la ayuda de Cuba. El presidente norteamericano Ronald Reagan señaló a este aeropuerto y varios otros sitios como evidencia de la amenaza potencial de Granada hacia su país. Acusó a Granada de construir instalaciones para ayudar a la militarización soviético-cubana en el Caribe, y de ayudar al transporte soviético y cubano de armas a los insurgentes centroamericanos. Sin embargo, el gobierno de Bishop afirmaba que el aeropuerto estaba siendo construido para albergar a los aviones comerciales que llevaban turistas.El 19 de octubre de 1983, una facción liderada por el viceprimer ministro Bernard Coard se hizo con el poder de Bishop. Las fuerzas de Coard posteriormente ejecutaron a Bishop a pesar de las masivas protestas a su favor.

La invasión, que comenzó a las 05:00 el 25 de octubre, fue la primera gran operación realizada por el ejército de EE UU desde la Guerra de Vietnam. La lucha continuó durante varios días y el número total de tropas estadounidenses alcanzó unas 7.000 junto con 300 tropas de la OECS (Organización de Estados del Caribe Oriental). Las fuerzas invasoras encontraron unos 1.500 soldados granadinos y unos 700 cubanos, la mayoría eran obreros de la construcción y algunos ingenieros militares. No hay evidencias que personal militar de otros países comunistas estuviera en Granada. Fuentes oficiales de EE.UU., afirman que los defensores estaban bien preparados, bien posicionados y opusieron fuerte resistencia, hasta tal extremo que los marines tuvieron que pedir dos batallones de refuerzos en la tarde del 26 de octubre. El no descartable error en la designación de Pedro Tortoló Comas, sería, paradójicamente, un beneficio en vidas conservadas para el país caribeño. La toma del aeropuerto constituía uno de los objetivos primordiales de la invasión, que la Casa Blanca miraba como una escala para el trasiego de tropas y armamentos hacia distintos confines.

La historia colocó a Tortoló  en una difícil textura. De continuar la resistencia, exponía a sus compatriotas a ser víctimas de una carnicería, dada la superioridad de fuerzas y armamentos yanquis.  De quedarse en semejante ratonera, si no moría a mansalva, obligatoriamente sería tomado prisionero, con todo lo que eso significaba para un oficial de su cargo y jerarquía. Decidió entonces burlar individualmente el cerco y más tarde introducirse en la embajada soviética en Saint George’s. La prensa norteamerican no coincidió ni mucho menos en explicar la invasión como una gran victoria militar, sino como un triunfo político, pues era sobradamente conocido que las fuerzas en la liza eran muy desiguales. Esto le ayudó a Tortoló. Este, en un primer momento, fue recibido en el aeropuerto José Martí de La Habana como un héroe nacional. Poco le duró la gloria. Varios heridos arribaron horas después. Varios de ellos, en director, describieron la ‘espantá’ de Tortolo, “quien corría rápido y veloz”. Uno de los testimonios que más conmovió a la opinión nacional cubana fue el de un joven -desde una silla de ruedas- quien estar al lado de Tortoló cuando algo explotó, pero que luego del estallido ya el oficial no estaba para ayudarlo. “Nos dejó abandonados…”. Horas después el coronel recibió la orden de presentarse en el Ministerio de Defensa. Tras las acusaciones fue degradado a soldado ‘raso’.

Los ‘jodedores’ habaneros cargaron sus ‘misiles’ contra Tortoló. En aquellos tiempos, los ‘tennis’ (zapatillas de lona o piel) estaban de moda y si eran Adidas, Nike, Puma…, con más razón. Los zapatos eran enviados a Cuba desde los talleres de la antigua Unión Soviética… “Aquellas botas de los ‘bolos’ -rusos- habían sido diseñados para la gente que vivía en Siberia, no para la tropical Cuba. Parecían ortopédicos. Si uno no tomaba un hacha y los destruía, no había forma de acabar con ellos. Eran irrompibles. Comprenderá usted que teníamos los pies siempre escaldados por el calor de aquel calzado. Yo estoy convencido que si en aquellos tiempos, los yanquis nos hubieran lanzado unos misiles, si uno de ellos me hubiera alcanzado en uno de aquellos zapatos, estoy convencido que mi juanete ni se hubiera enterado…”, nos explicaba un ‘puro’ -cubano mayor de 50 años- junto a la tienda de “El Encanto”, entre Centro Habana y Habana Vieja, junto al boulevard de San Rafael. “En aquel tiempo todos añorábamos con unos ‘tennis’. Nada más correr la noticia de la carrera de Tortoló, los artistas que sacan cuentos por todo, sacaron el slogan de ‘Si quiere correr rápido y veloz, use ‘tennis’ Tortoló’. Desde entonces este ex coronel se quedó con la ‘propiedad intelectual’ de esta marca de tennis en Cuba…”.

Cobarde es una palabra muy fuerte; está en la serie de palabras que se decían los chicos en el recreo para molestar a los otros, y no figura, por ejemplo, entre las opciones que ofrece Rudyard Kipling en su poema ‘If’ como soportes de la idea contraria: la valentía. Ser valiente es aguantar los sesenta segundos que te lleven al cielo si pones igual cara ante la victoria y la derrota. ¿Y ser cobarde? Ser cobarde es no ser héroe, quizá, pero ser héroe es ser humilde. Ningún valiente es valiente todo el rato, y cuando alcanza la perfección de su valentía es cuando muestra la parte cobarde del alma. Pues cobarde, como hubiera dicho el músico José Alfredo Jiménez, es todo el mundo. Ser valiente está tirado, tiene premio. Ser cobarde se confunde con aceptar que el otro gana. El reproche es usted un cobarde es siempre la vereda del insulto. Cobarde, oportunista, se infla el vocabulario de nuestras élites políticas cuando faltan todavía unas semanas para las elecciones del 6 de Junio y todavía tenemos la Semana Santa y Pascua por medio.

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