Spillover’, el nuevo libro del estadounidense David Quammen nos explica la pandemia del coronavirus y la ‘infodemia’. Donald Trump, delira con una ‘Cuba Libre’ de Coca Cola, Lysol y Clorex; Joe Biden, suplica, en Twitter, “Por favor no bebáis lejía”; los ciudadanos, alucinan…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

 

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Desde hace años, para los expertos y cualquier persona informada, el estallido de la siguiente pandemia era una cuestión de tiempo, y su origen, evidente: un virus latente en animales que diera el salto al ser humano como el SIDA o el H1N1 que causó la gripe de 1918, el ébola, el SARS, el virus de Marburgo o la gripe aviar. En esta obra de referencia internacional, ‘Contagio’, el estadounidense David Quammen se sumerge en la historia reciente de esas enfermedades zoonóticas, y persigue su rastro en compañía de los mejores científicos del mundo en la selva centroafricana, las cuevas de China meridional o las azoteas de Bangladés, pero también en los sofisticados laboratorios cuyo personal investiga virus letales bajo las más altas medidas de seguridad. Aunque ‘Spillover’, en inglés, se lee como un thriller, repleto de incidentes, pistas e interrogantes, a la vista de la crisis desatada por la aparición de la nueva pandemia su lectura no solo resulta apasionante; es imprescindible. “David Quammen es el mejor escritor de historia natural; sus libros impresionan por su precisión, su energía y su escritura brillante y evocativa…”, comentan de él en el periódico The New York Times. La pandemia se convierte en ‘infodemia’ en las últimas horas, con el mismísimo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, delirando conforme los ciudadanos muertos en la primera potencia del mundo, superan los 50.000, y los contagiados se acercan al millón. Los médicos, tras las palabras de Donald Trump, gritan a la población: “Por favor, no coman pastillas de detergente, ni beban, ni se inyecten ningún tipo de desinfectante”.

El pasado jueves, 23 de abril, en su rueda de prensa diaria sobre la evolución de la crisis del coronavirus, el presidente se preguntó si no sería una buena idea inyectar en el cuerpo de los pacientes de COVID-19 desinfectante o golpearlo con una “tremenda luz ultravioleta”, dada la eficacia de uno y otra a la hora de liquidar al patógeno. La comunidad científica ha salido en tromba a alertar a la población contra el peligro de tomar al pie de la letra las palabras del mandatario de la Casa Blanca. Y hasta la compañía Reckitt Benckiser (RB), fabricante de populares productos de limpieza y desinfección como Lysol y Dettol, ha emitido un comunicado desaconsejando dichos experimentos: “Como líderes globales en productos de salud e higiene, debemos dejar claro que bajo ninguna circunstancia deben ser administrados nuestros productos desinfectantes al cuerpo humano, sea por inyección, ingesta o cualquier otra ruta”. “Inyectarse o ingerir cualquier tipo de producto de limpieza”, recordó el neumólogo Vin Gupta en la NBC, “es un método habitual para las personas suicidas que quieren matarse”. Su rival demócrata en las elecciones presidenciales del próximo noviembre, Joe Biden, puso en Twitter: “No me puedo creer que tenga que decir esto; por favor no bebáis lejía”.

Todo empezó el 8 de noviembre de 2016, cuando Donald Trump fue elegido presidente de EE UU. Casi cuatro años después, en una rueda de prensa sobre la mayor pandemia del último siglo, el inquilino de la Casa Blanca recomendaba… Horas más tarde, según informa la cadena ABC, los centros de emergencias de estados como Maryland y Nueva York se llenaban de llamadas preguntando por el uso de desinfectante para luchar contra el coronavirus. Una ‘Cuba Libre’ con Lysol estadounidense y Clorox mexicano pareciera una nueva arma secreta del idiota de la Casa Blanca para acabar con los simpatizantes del comunista Bernie Sanders, quien retiró días atrás su candidatura para las presidenciales de este 2020, que se celebrarán el martes 3 de noviembre y envenenados no puedan votar al demócrata Joe Biden. El líder Sanders pidió el respaldo para el ex vicepresidente de Barack Obama. “Bernie Sanders no es socialista”, defiende a quien lideraba la candidatura del Partido Demócrata, el Nobel de Economía, Paul Krugman. “En esa ‘Cuba Libre’ hubo un ingrediente que neutralizó casi al completo los efectos del Lysol y Clorex, la Coca Cola, sugería una simpatizante de Donald” en varias ‘fake news’, noticias falsas, donde destacaba la bondad y el buen corazón de su líder, nada que ver con la burda acusación del socialismo milenial estadounidense que Trump, de origen alemán, sufra de placer por el sufrimiento ajeno.

¿Alguna vez, aunque te dé vergüenza, has sentido placer por el fracaso o el sufrimiento de otra persona? Quizás cuando ‘tu ex’ fracasó en su siguiente relación, o cuando suspendió un examen el estudiante perfecto, o el día que perdió injustamente ‘tu’ equipo rival. Por ejemplo, si eres del Barcelona: ¿no hubieses preferido perder la final de la Copa del Rey y que el Real Madrid no ganase la Champions? Sería tremendamente raro que algo de esto nunca te haya sucedido. Es que es un rasgo común de la naturaleza humana, con un nombre bastante extraño: ‘Schadenfreude’, que en alemán se traduce como placer por el sufrimiento. Y este placer se hace claro y evidente cuando se compite directamente contra la otra persona, o cuando se siente que el otro ha hecho algo que amerita ese sufrimiento. Pero lo más extraño es cuando se disfruta del sufrimiento ajeno sin que haya ningún beneficio evidente para uno, ni personal, ni social. Y para desvelar este misterio, en la Universidad de Princeton se hizo un experimento ingenioso. La ciencia del ‘Schadenfreude’ es complicada porque a nadie le gusta reconocer sus rincones más oscuros. Descubrieron que a veces la gente esbozaba una microsonrisa cuando observaba la desgracia ajena, aun cuando quisiesen ocultar su regocijo. Y, al mismo tiempo, se activaba el ‘Estriado Ventral’, una región de circuitos cerebrales ancestrales que codifican el placer. Es decir, que, en muchos casos, el sufrimiento ajeno, produce un placer visceral, directo, no racionalizado ni mediado por las palabras. Pero, ¿por qué sentimos placer cuando fracasan unos y no otros? Con un detector de sonrisas, se descubrió que sentimos placer cuando el que fracasa cumple a la vez dos condiciones: primero, es competente, y segundo, no transmite calidez. Si una persona es cálida y poco competente, por ejemplo un anciano, solemos sentir compasión. Si es cálida y muy competente, por ejemplo una gran profesora, se siente orgullo y admiración. Si no es cálida y tampoco competente, por ejemplo un ‘yonkie’, un colgado con la heroína o con los ‘Cuba Libre’ de lejía, suele sentirse pena y rechazo. Y cuando una persona es competente y no transmite calidez, por ejemplo, un gran jugador del equipo rival, se siente envidia. Y estas personas son los blancos principales del ‘Schadenfreude’. Así se entiende que el Schadenfreude nace porque uno se mide comparándose con su entorno. Y entonces, cuando a los otros les va mal, uno percibe que aumenta su valía. Si encima se pierde el escudo protector de la empatía, algo que ocurre más frecuentemente en hombres que en mujeres, entonces el sufrimiento ajeno produce sonrisas y dispara el placer. Quizás anduviera equivocado el Quijote cuando decía: “Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rancores y rabias”. La envidia a veces trae placer: auténtico, puro, fuerte y genuino placer.

En el Socialismo Milennial en los ‘Estados Desunidos’ de la América de Donald Trump, los jóvenes son críticos con la desigualdad y el ‘statu quo’. Los republicanos arrastran desde hace tiempo el deshonroso historial de mezclar cualquier intento de mejorar la vida de los ciudadanos con los males del “socialismo”. Cuando se propuso el Medicare -seguro médico para personas mayores y discapacitadas-, Ronald Reagan lo llamó “medicina socializada” y declaró que destruiría nuestra libertad. En los tiempos que corren, a quien pida algo parecido a la atención sanitaria universal de la infancia, los conservadores lo acusarán de querer convertir Estados Unidos en la Unión Soviética. Se trata de una estrategia política deshonesta y cargante, pero resulta difícil negar que, a veces, ha resultado eficaz. Y ahora, quien encabezaba la lista de aspirantes a la candidatura demócrata -no por mayoría abrumadora, pero claramente la persona que por el momento tenía más probabilidades de salir ganador, hasta la llegada de Joe Biden- estaba facilitándoles esa estrategia, al declararse de hecho socialista, amigo de Cuba y de la Revolución de Fidel Castro.

Tras el revuelo generado con el ‘Lysol’ y el ‘Clorex’, el presidente de Estados Unidos reaccionó como mejor sabe: echando balones fuera. Aseguró que todo era un comentario sarcástico que pretendía poner a prueba a la prensa. Cientos de neoyorquinos le siguieron la corriente y terminaron en hospitales. Afortunadamente, ninguna de las personas atendidas murió al menos, hasta el momento. Trump sugirió que los médicos podrían curar el coronavirus inyectando desinfectantes como lejía directamente en los pulmones de sus pacientes. Tras el rechazo generalizado de los expertos, el republicano afirmó que su peligrosa sugerencia era “una broma”. “Lo dije sarcásticamente”. Sin embargo, las agencias de salud y emergencias tomaron en serio los comentarios y advirtieron a la gente que no escuchara al presidente. Anteriormente, Trump, al parecer experto también en epidemias, dijo que la hidroxicloroquina, que se usa para tratar la malaria, el lupus y la artritis reumatoide, era una “tremenda promesa” para tratar el coronavirus. El doctor Rick Bright, responsable de ayudar a encontrar una vacuna fue destituido, según el médico, por desafiar “las ideas sin sentido” del primer mandatario sobre la hidroxicloroquina. Bright dice que perdió su trabajo por exigir que las ideas trumpistas fueran sometidas a pruebas rigurosas. En respuesta, el inquilino de la Casa Blanca dijo que “nunca había oído hablar de él”. Ahora se sabe que este medicamento la hidroxicloroquina no ofrece ningún beneficio y potencialmente eleva el riesgo de muerte. La pandemia de coronavirus ha alumbrado un nuevo fenómeno: la llamada ‘infodemia’. El término, referido al contagio de noticias falsas relacionadas con esta crisis, ha hecho fortuna en Bruselas, en la Unión Europea, para clasificar un tipo de desinformación que ha dejado de ser residual. Los primeros mensajes engañosos se centraban en tratamientos contra la enfermedad. Más tarde empezaron a proliferar las teorías conspirativas sobre el origen del virus (soldados estadounidenses, investigadores chinos…). Finalmente el fenómeno ha adquirido entidad propia en España como arma de confrontación política. Tanto el PSOE como Unidas Podemos, integrantes del Gobierno, han acusado en la fiscalía a Vox de propagar esas mentiras.

El senador Lucio Sergio Catilina nunca quiso quemar Roma, pero gran parte de los ciudadanos de la ciudad así lo creyó, lo que le costó la vida. El político romano Escipión Nasica le hizo una broma a un campesino sobre sus excesivamente callosas manos, pero la anécdota denigrante se extendió y se deformó, así que perdió las elecciones para convertirse en edil. Julio César nunca cruzó el río Rubicón -la frontera entre Italia y la Galia- con un inmenso ejército; sin embargo, eso creyeron sus adversarios, que huyeron despavoridos. Y hasta Marco Antonio y Cleopatra terminaron sus vidas por una burda falsedad que no pudieron detener. El artículo científico ‘Noticias falsas, desinformación y opinión pública en la Roma republicana’, de Francisco Pina Polo, profesor de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza, explica que la propagación de bulos también se empleó con fines interesados en la Antigüedad. La publicación del experto forma parte de un proyecto de investigación de varias universidades europeas denominado ‘False testimonianze, copie, contraffazioni, manipolazioni e abusi del documento epigrafico antico (Testimonios falsos, copias, falsificaciones, manipulaciones y abusos del antiguo documento epigráfico). Pina Polo recuerda que “la expansión de estas falsedades ha existido siempre a lo largo de la historia, y en todo caso lo que ha ido variando es el modo en que han sido difundidas”. Ahora, la diferencia fundamental radica en el fulminante poder de propagación instantánea que tienen las redes sociales.

En la Roma republicana (del 509 al 30 antes de Cristo), las asambleas populares (contiones), servían “como principal megáfono para la propagación entre la población de ideas, propuestas de ley, anuncios de todo tipo y ataques políticos”. “Un discurso pronunciado en una contio podía, por lo tanto, servir como punto de partida para transmitir una información”, pero los falsos rumores que surgían provocaban su rápida difusión. El político, escritor y filósofo Cicerón ya alertó de la importancia decisiva de estos rumores, sobre todo en época electoral, hasta el punto de que podían arruinar la reputación de un político o cambiar el signo de una batalla. Por ejemplo, el historiador griego Plutarco relata que, en el 49 a. de C., Julio César marchaba supuestamente hacia Roma con un enorme ejército (en realidad eran solo 300 jinetes y 5.000 infantes) para atacar a su enemigo Pompeyo Magno. La falsa noticia de su gigantesco ejército provocó el pánico y el caos en la ciudad. Sus habitantes huyeron. “Finalmente, Pompeyo, ante la imposibilidad de conseguir información fidedigna sobre las tropas del enemigo”, abandonó también Roma y dejó vía libre a César.

Marco Antonio, en el 32 a. C., hizo testamento en vida. Octaviano -el futuro emperador Augusto- se enteró de que sus últimas voluntades estaban custodiadas por las sacerdotisas vestales y se hizo por la fuerza con ellas. Leyó solo algunas de sus partes en el Senado y en una asamblea popular. Destacó, sobre todo, las cláusulas relativas a sus funerales, ya que Marco Antonio supuestamente había dejado escrito que quería ser sepultado en Alejandría, en Egipto, donde convivía con la reina Cleopatra. Octaviano creó así de Marco Antonio una imagen de “lacayo de Cleopatra absorbido por el lujo oriental”. Fue la antesala de la declaración de guerra, de la victoria del futuro Augusto en la batalla de Accio frente a la flota de los amantes, de la muerte de Antonio y del suicidio de Cleopatra.

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