José Juan Cervera

Como entre sus pares de otras naciones, se sabe de escritores mexicanos que cultivaron la loable costumbre de obsequiar sus libros durante los festejos de Navidad y Año Nuevo. Salvador Novo lo hacía, además de poner en circulación ingeniosos sonetos que llegaban con alborozo a las manos de sus amigos. El poeta y pedagogo Brígido Redondo también practica desde hace décadas esta efusiva generosidad lírica.

El escritor veracruzano Rafael Solana (1915-1992) solía regalar, durante las mismas fechas, obras que al amparo de su rúbrica se constituyeron en vehículos de su fervor literario. Las dio a la imprenta con el propósito de honrar los lazos amistosos mediante ejemplares fuera de comercio, que así hallaron abrigo en las bibliotecas domésticas sin tener que pasar por el incierto cauce de las librerías establecidas.

De tal modo, al finalizar el año 1959, Solana editó su libro de crítica Leyendo a Loti; en él, a más de incurrir en el cómodo recurso del gerundio para resolver la inminente selección del título, rinde homenaje a Pierre Loti (seudónimo de Julien Viaud, 1850-1923), autor muy popular en su tiempo a quien las generaciones actuales podrían leer sin desdoro de su deleite estético.

Solana, a quien la Universidad de Yucatán otorgó un doctorado Honoris Causa, publicó en el mismo estilo Leyendo a Queiroz, Leyendo a Maugham y Oyendo a Verdi, aparte de obras dramáticas, poéticas y narrativas. El estudio que dedica a Loti pone de manifiesto la amenidad de su pluma en feliz alianza con la agudeza de su análisis, con el auxilio de una erudición que se impone sin desplantes de pedantería.

El crítico y periodista nacido en Veracruz disecciona el parentesco artístico de Loti con los pintores impresionistas, quienes con sobrias pinceladas intensificaron contrastes en la tersa superficie de sus lienzos, tal como el escritor galo, al incursionar en el detalle y la sencillez, transmitía impresiones indelebles a los lectores de sus novelas. Colorido verbal, sugestión de sonidos, sensaciones olfativas…

Las novelas de Loti, casi desprovistas de trama, con asuntos menudos, conmueven a quien las lee a pesar del aparente laconismo que desencadena efectos inesperados. Solana pasa revista también al conjunto de los personajes a quienes dio vida, y al fijarse en los femeninos advierte su carencia de vigor, su parquedad como sujetos de la narración, que no alcanzan el brillo de los masculinos. La excepción a este principio viene con las misteriosas damas turcas de Las desencantadas. Por otra parte, el comentarista observa en las páginas de Loti la recurrencia de tres clases de mujeres: las de la vida galante, las de condición humilde y las reinas; por todas ellas guarda afecto, envolviéndolas de una ternura que la vida muchas veces les regatea.

Rafael Solana describe un rasgo de la personalidad de Loti que en alguna medida ilustra las prácticas intelectuales de quienes pretenden evadir influencias literarias y con ello sólo consiguen lastrar su formación como escritores. Lo asienta con estas palabras: “Pierre Loti fue una persona con muy pocas lecturas; su incultura literaria puede considerarse asombrosa; […] no leía casi nada y lo confesaba con satisfacción; pensaba, quizás, que de esta manera se haría más digno de admiración su talento, puesto que sería notorio que no debía nada a nadie.” Lamentable error que hoy repiten muchos émulos suyos cuya ingenuidad les impide discernir el advenimiento legítimo de recursos formativos en los procesos de creación estética. La vivencia y la lectura se nutren mutuamente, y el dominio de la técnica es resultado de una tradición que nos precede sin complacencias ni remilgos.

Rafael Solana, Leyendo a Loti. México, edición de autor, 1959, 120 pp.