Roberto Hernández Guerra

 

Como es su costumbre, Andrés Manuel López Obrador volvió a caminar “al filo de la navaja”. La participación del presidente de Cuba en la ceremonia previa al desfile del 16 de septiembre, con discursos de ambos mandatarios incluidos, dio pie a que muchos mostraran satisfacción y a que sus opositores se rasgaran las vestiduras. Algunos recordamos el ejemplo de dignidad que mostró el presidente López Mateos cuando México se opuso a la expulsión de la isla caribeña de la OEA; otros, como Marko Cortés, dirigente nacional del PAN, quizás añoraron aquel “comes y te vas” de Fox.

Pero tratemos de interpretar dicho evento, más allá de filias y fobias. El mismo primer mandatario fue claro al señalar que se puede estar de acuerdo o no con la Revolución cubana y con su gobierno, pero el haber resistido 62 años sin sometimiento es una indiscutible hazaña histórica. La “nueva Numancia” le llamó, recordando a la pequeña ciudad situada en la península Ibérica, que en el Siglo II D.C. desafió a Roma durante veinte años. Aquí cabe recordar que el destino de los defensores fue sellado con un bloqueo total que los llevó a la rendición después de once meses de hambre y epidemias.

Desde luego que además de reconocer que el pueblo de Cuba merece el premio de la dignidad por su ejemplo de resistencia, tampoco podemos ignorar que el modelo económico y político que se mantiene en la isla mayor de las Antillas es discutible por muchas razones. Después de la caída del “muro de Berlín”, la desaparición de la Unión Soviética y la transformación de China en una economía “cripto-capitalista”, dejar de reconocer la importancia de la economía de mercado es absurdo y al parecer nuestros vecinos del Caribe se resisten a reconocer la realidad. Lo que cabe preguntarnos es que tanto influye el bloqueo que sufren, a esta falta de congruencia con los nuevos tiempos.

¿Pero cuál puede ser el resultado de éstas señales de dignidad y autonomía cuando nuestro país tiene una indudable posición de dependencia económica con Norteamérica? ¿Podrá afectar a las esperanzas de crecimiento fundadas en el T-MEC y en la llegada de inversión extranjera? ¿Podemos perder aquella amistad? Para ubicarnos comencemos recordando las palabras de quien fuera poderoso Secretario de Estado, John Foster Dulles, que definió la política exterior de su país con la aclaración de que “Estados Unidos no tenía amigos, sino intereses”

Pero quizás en la actualidad a los intereses agreguen otros valores. Para fundamentar nuestro optimismo podemos citar las palabras del presidente Joe Biden, en el mensaje enviado a nuestro país con motivo del bicentenario de la Independencia: “México es uno de nuestros socios más apreciados, por lo que somos capaces de promocionar intereses mutuos y cooperar para abordar retos”.

Y ya para finalizar, podemos recordarles a quienes critican a López Obrador por asumir posiciones arriesgadas tales como la visita del mandatario cubano o las críticas a la OEA y su calificación como “ministerio de las colonias”; a quienes recomiendan que deje de exhibir a los corruptos del pasado y de fustigar a los medios tradicionales de información, en fin,  a los que le piden que sea más cauto,  aquellas palabras bíblicas (Apocalipsis 3-15-19): “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente… Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Y de esto nuestro presidente no corre el menor riesgo.