SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Gary Stanley Becker, escribió ‘La Economía del Crimen’ y amplió el dominio del análisis microeconómico a un mayor rango de comportamientos humanos fuera del mercado. Llegó a la perturbadora conclusión de ‘Los asesinatos en rebajas’ de México…

El profesor estadounidense de la Universidad de Chicago y Nobel de Economía fue un destacado representante del liberalismo económico. Su hipótesis microeconómica resulta simple y atractiva. A pesar de lo que los legisladores suponen, los potenciales delincuentes no consideran para delinquir la sanción prevista en la ley, sino la relación entre la pena posible y la probabilidad de que la misma les sea efectivamente impuesta. Si con todos los problemas que se han identificado para el ‘homo economicus’, el delincuente entiende que la posibilidad de ser atrapado, investigado, procesado o sentenciado es baja, o que tiene altas probabilidades de burlar cualquiera de esas etapas procesales, entonces mantendrá altos incentivos para delinquir y seguir haciéndolo. En México, menos de un 10 por ciento de los delitos son investigados, según los datos manejados por Gary Stanley Becker. “El matar a alguien en el país mexicano es muy barato. Los asesinatos están  en rebajas durante todo el año, tristemente, desde hace muchos años…”.

El actor estadounidense Clint Eastwood seguía inmerso en el rodaje de la exitosa ‘Rawhide’, cuando recibió una llamada de Italia para rodar otra película en Almería, el desierto de Andalucía, en el sur de España, al estilo de ‘Por un puñado de dólares’. Debido al éxito de la misma, Sergio Leone contó con una mayor presupuesto para su nuevo trabajo, y por supuesto el sueldo de Eastwood sería mayor (concretamente 50.000 dólares). ‘Per qualche dollaro in più’ se tituló en nuestra España ‘La muerte tenía un precio’. En este film todo está hecho a lo grande. Más medios, una historia con más matices, más personajes, más actores. Y los resultados fueron superiores (por poco) a la anterior película, de la cual no es una secuela, pero conforma, junto con ‘El bueno, el feo y el malo’, la llamada Trilogía del dólar. Con el mismo sombrero, el mismo poncho (comprado al llegar a España), y hasta si me apuráis, el mismo cigarro (que el actor nunca llega a fumar, porque odia fumar), Eastwood da vida a ‘El Manco’, un cazarrecompensas que se gana la vida como tal, cobrando por entregar a la justicia, vivos o muertos, a los delincuentes más buscados. Pero aquí, Eastwood ya no es el protagonista absoluto. La película narra paralelamente (para terminar coincidiendo en la segunda mitad del film) la historia de otro cazarrecompensas, el coronel Douglas Mortimer, al que da vida Lee Van Cleef, un actor hasta entonces secundario (‘El hombre que mató a Liberty Valance’, y muchas series de televisión, entre otros trabajos). A raíz de su participación en esta película, Van Cleef obtuvo fama mundial, que le llevó a interpretar sobre todo un buen puñado de spaghetti westerns, subgénero que estaba en lo más alto. Y es que, al contrario de lo que sucedía en los Estados Unidos, el western estaba muy de moda en Europa, gracias sobre todo a las películas de Sergio Leone y a la música de Ennio Morrricone, fallecido hace apenas unos días. Todo se mantuvo hasta que alguien le dio por dirigir y titular un film ‘Vente a ligar al Oeste’. Se convirtió en el epitafio o inscripción grabada o destinada a ser grabada en una sepultura.

Desde Felipe Calderón a la fecha, 230 mil personas fueron asesinadas. No podemos permanecer indiferentes cuando se están cometiendo 80 homicidios diarios…”, reconoció Andrés Manuel López Obrador durante el cierre de su campaña #AMLOFEST en el Estado Azteca. De llegar a Los Pinos era consciente que tendría que resolver la principal asignatura pendiente que arrastran las élites política, económica y social, ‘umbilical’ a la corrupción e impunidad y al insolidario reparto de la riqueza nacional con salarios de miseria, si quiere entrar en la historia como el ‘alma mater’ de la regeneración de nuestro país. Estos días ha rendido su segundo informe presidencial. ‘El narco llegó a las urnas’, titulaba el escritor mexicano, Jorge Zepeda Patterson, en una columna periodística donde hace mención a que la mayor parte del medio centenar de candidatos asesinados en las últimas semanas lo fueron con usos y costumbres del crimen organizado. Como en tantos otros renglones en materia de inseguridad pública en el México de Enrique Peña Nieto, estábamos ante un nuevo y sangriento récord. La violencia siempre ha estado presente en los comicios de una u otra manera, pero por lo general solía tener un correlato esencialmente político, un exabrupto ocasional entre las corrientes que se disputan el poder. El asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio en 1994 fue considerado una purga interna entre las filas priistas y la mayor parte de los incidentes y balaceras durante las campañas han sido atribuidas a desencuentros entre fracciones políticas rivales. Ahora se trataba de otra cosa. Los ciudadanos exigían acabar con las ‘rebajas’ de la necrofilia mexicana, aplicando la tesis del economista estadounidense y profesor de la Universidad de Chicago. A Gary Stanley Becker escandalizó al mundo cuando afirmó que “existe una cantidad óptima de crimen que genera y obliga a gastar una cantidad ingente de dinero”. Por eso le molestaba que los economistas ignoraran una “industria” tan importante.

El presidente municipal de Iguala, en Guerrero, José Luis Abarca Velázquez, mató a su principal rival político y otros dos opositores tras secuestrarlos. Durante los últimos años, un manto de silencio y unas expresiones como “estaba metido en el narco”, justificaban mil una ‘desapariciones’ y ‘fusilamientos’. Muchos ciudadanos ‘pasaban’ de la ‘historia’ de otros, dejando correr la bola de nieve, capaz de llevarse a medio México por delante. El ‘alcalde’ y su esposa, que iba a ser su ‘sucesora’, Maria de los Ángeles Pineda, están prisión por la vorágine creada en torno a los 43 normalistas desaparecidos. Han tenido mala suerte. Su perturbadora historia se suma a la escuálida lista de los casos investigados. Nicolás Mendoza Villa es un superviviente. En la madrugada del 1 de junio de 2013, secuestrado, maniatado y torturado, vio cómo el ‘alumno aventajado’ de Gary Stanley Becker, mataba de un tiro en la cabeza a su rival político, el ingeniero Arturo Hernández Cardona, líder de Unidad Popular, un movimiento de defensa de los campesinos. Entonces pensó que él sería el siguiente en morir. “Sólo pedí que arrojaran mi cuerpo cerca de una carretera para que mi familia pudiera hallarlo”, recuerda. El destino le deparó otra suerte. Cuando le trasladaban para asesinarle, pudo escapar monte a través. Desde entonces es un fugitivo en su propia tierra. El ‘crimen organizado’ ha puesto precio a su cabeza…

Hace medio siglo, Gary Stanley Becker publicó su artículo, que pronto se haría famoso, sobre lo que llamó La Economía del Crimen. Gary nació en Pottsville, Pensilvania, en 1930 y murió en Chicago, Illinois, el 3 de mayo del 2014, fue un economista estadounidense y profesor de la Universidad de Chicago. Recibió el Premio Nobel de Economía en 1992 por ampliar el dominio del análisis microeconómico a un mayor rango de comportamientos humanos fuera del mercado. Fue un destacado representante del liberalismo económico. Su hipótesis microeconómica resulta simple y atractiva. A pesar de lo que los legisladores suponen, los potenciales delincuentes no consideran para delinquir la sanción prevista en la ley, sino la relación entre la pena posible y la probabilidad de que la misma les sea efectivamente impuesta. Si con todos los problemas que se han identificado para el ‘homo economicus’, el delincuente entiende que la posibilidad de ser atrapado, investigado, procesado o sentenciado es baja, o que tiene altas probabilidades de burlar cualquiera de esas etapas procesales, entonces mantendrá altos incentivos para delinquir y seguir haciéndolo. Así sea en el segmento especial del crimen, el delincuente se encontrará en un magnífico ambiente de negocios. Para seguir con las metáforas económicas neoclásicas, encontrará una oferta de “inversión” amplísima, un mercado no regulado, una alta rentabilidad y cosas por el estilo. Dadas estas condiciones, un individuo racional amoral encontrará absurdo no delinquir, pues el balance entre las potenciales ganancias y costos -sanciones- es positivamente alto.

Brillante, incisivo y excepcionalmente creativo, Becker no fue uno más. No fue siquiera un Nobel más. Su trabajo, desarrollado a lo largo de seis prolíficas décadas, supuso un antes y después en la disciplina y en las ciencias sociales en general, y los efectos se sienten todavía en campos de lo más variado. Rompió moldes investigando sobre discriminación (su tesis doctoral, después convertida en libro), racismo, la familia, educación, capital humano (ahora un término habitual, entonces un tabú), el salario mínimo, el altruismo, la inmigración, el coste de los restaurantes, competencia o democracia, convirtiéndose en uno de los autores más citados entre sus pares, quizás el economista más importante del siglo XX. Fue diferente porque nunca quiso estar en una torre de marfil, ni se escondió detrás de matrices y ecuaciones. Para Becker la economía no era tanto un campo de estudio como un método de análisis, uno que combinar con otros para entender el comportamiento humano y comprender, de verdad, el funcionamiento de la sociedad. Incluso en sus partidos de tenis en Chicago, que jugaba maximizando la utilidad de cada uno de sus golpes contra adversarios mucho más jóvenes. De forma muy práctica, en cosas que vemos cada día, protagonizamos o sufrimos. Y del marco analítico que construyó se benefician hoy la sociología, la disciplina que siempre amó y de la que nunca se separó; la ciencia política; la demografía; el derecho… Incluso la criminología. .

Su paradigma se sustentó sobre la idea de que los seres humanos toman decisiones por un motivo, que valoran pros y contras, barajan opciones y responden a incentivos. Que hay interés propio, egoísmo, búsqueda de la riqueza, sí, pero no sólo ni principalmente siquiera. Becker insistió una y otra vez en que todos respondemos a múltiples estímulos e influencias. En banquero, el adolescente enamorado y el drogadicto. Y por ello, prácticamente todo aspecto del comportamiento humano no le es o no le debería ser ajeno a la ciencia económica. Es por eso mismo que la Academia Sueca le concedió el más preciado galardón, “por haber extendido los dominios del análisis microeconómico a un rango más amplio del comportamiento y la interacción humana, incluyendo comportamientos fuera del mercado”. Su análisis servía para explicarle a un país todavía segregado que la discriminación tiene un enorme coste para la nación y para los discriminados, pero también para los propios discriminadores. Una visión extraña, inesperada y francamente impopular durante una década, hasta que la lucha por los derechos civiles de los años 60 le trajo la popularidad. Y eso que argumentaba en términos muy fríos, estudiando costes para un empresario por discriminar por raza o sexo a un trabajador productivo y competitivo.

Analizaba a mediados de los 70 del siglo pasado la decisión racional detrás de los delitos, como hizo en ‘Crimen y castigo: un enfoque económico’. Para él, el crimen se explicaba en buena parte por el precio. Delinquir es, muchas veces, barato. Por eso, los ladrones o asesinos, actores racionales que en el fondo quieren maximizar su bienestar como cualquier otra persona, pero por medios ilegales, toman decisiones. El crimen es una actividad que genera y obliga a gastar una cantidad ingente de dinero, por eso le molestaba que los economistas ignoraran una “industria” tan importante. De hecho, a Becker le gustaba decir, un poco para escandalizar, que “existe una cantidad óptima de crimen” en cada sociedad. No es que no le gustara la utopía de un mundo sin delincuencia, algo que suena imposible pero que quizás pueda llegar a serlo. Sino que el precio que tendrían que pagar los ciudadanos por algo así sería insoportablemente alto, y por tanto, no deseable.

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