Roberto Hernández Guerra

 

Cuando oímos de acusaciones penales a científicos, enseguida nos imaginamos a un sabio encerrado en su laboratorio, perseguido por sus ideas y por no plegarse a los dictados del poder público. Y esa es la imagen que nos quieren vender algunos medios tradicionales de información, en el caso de las denuncias del Conacyt. Intelectuales orgánicos del antiguo régimen, como es el caso de Jorge G. Castañeda, se han atrevido a comparar el  asunto de los 31 integrantes del Foro Consultivo con las persecuciones de Stalin a destacados intelectuales y a la pretensión del dictador de establecer una ciencia proletaria en contraposición a la ciencia burguesa; sin dificultad podría el ex canciller de Fox agregar el llamado “complot de los médicos” en el año de 1953, cuando  se acusó a prestigiados facultativos mayoritariamente judíos de intentar asesinar a dirigentes de la Unión Soviética. La verdad que no es para tanto, pero a falta de argumentos sobran los lamentos.

Si a usted todavía le falta información sobre la denuncia en contra de los beneficiados con recursos de la nación, embozados en la categoría de científicos, le recomendamos recurrir a las investigaciones que con anterioridad a la judicialización del caso, hiciera el periodista Ricardo Balderas con el título de “Fomix, la Ciencia del Dinero” y “La mafia de la Ciencia” y que publicara en “poderlatam.org”. Nosotros nos referiremos únicamente al principal implicado en la trama, Enrique Cabrero Mendoza, mismo que fuera defendido por el rector de la UNAM, quien por cierto lo integró como miembro de la Junta de Gobierno de la alta casa de estudios.

El Dr. Cabrero no es, como se podría pensar, uno de esos personajes de bata blanca, inclinado sobre un microscopio o auscultando a un enfermo. Estudió la licenciatura en Administración en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, posteriormente obtuvo su maestría en Administración Pública y su doctorado en ciencias de Gestión en Francia. Los méritos académicos en su especialidad no están a discusión, lo que queremos señalar es otro evento en el que tuvo responsabilidad como director general del Conacyt en el año 2017: el financiamiento que recibieron el Instituto de Ecología y otros 11 Centros, para el estudio de los “complejos ambrosiales”.

Como establece la denuncia que hiciera la nueva administración del Conacyt, los beneficiarios no justificaron los recursos recibidos con facturas fiscales y tampoco evidenciaron la existencia de los bienes y servicios adquiridos. Desde luego que la responsabilidad es compartida entre el Dr Cabrero con las cabezas de los diversos organismos que se repartieron los 100 millones de pesos destinados al proyecto “Generación de estrategias científicas y tecnológicas multidisciplinarias e interinstitucionales para afrontar la amenaza que representan los complejos ambrosiales…”

Y a estas alturas se preguntará usted qué son esos complejos. ¿Son psicológicos, del tipo de los que estudiaba Sigmund Freud? Pues resulta que no. Se le denomina así a una simbiosis entre un escarabajo y un hongo; el primero se alimenta del segundo y este a su vez se aloja en el sistema de transporte de nutrientes de un árbol, provocando la marchitez del hospedero. Su llegada a nuestro país representa un peligro en especial para las plantas de aguacate.

¿Qué es lo que a final de cuentas podemos señalar de estos “complejos”, para usar el término fitosanitario, entre políticos y burócratas corruptos con la ciencia como hospedera? Primero que muchos de los implicados en esos escándalos, cuanto más poseen plazas académicas en institutos de investigación, lo que no les hace acreedores a la calificación de científicos.  Segundo, que las asociaciones civiles que reciben fondos públicos, deben ajustarse a rendir cuentas y manejar con transparencia lo recibido, porque no se trata de un asunto entre particulares. Tercero y último, que los implicados como si estuvieran en arenas movedizas, mientras más se agitan más se hunden y puede ser que con el tiempo, el escándalo de “los 31” llegue a ser tan recordado como aquel de “los 41” de los tiempos de don Porfirio.