Claudio Obregón Clairin

A mi Padre, quien con palabras personificó otras vidas

Los seres humanos, desde el punto de vista vocal, estamos más cercanos a las aves, pero en actitud, de los felinos.

Ikram Antaki

Alba

El fuego es una fuerza primigenia recobrada en los soles que bañaron los cuerpos desnudos de los pobladores homínidos  del Valle africano del Rift, hace unos dos millones y medio de años. Homo habilis y Homo ergaster hicieron suyo el fuego tallando dos piedras o  tomándolo de las brasas de un árbol incendiado por una serpiente de luz enviada con violencia desde el cielo. Nuestros ancestros entendieron que el fuego tiene como esencia incorporar a su condición aquello que toca y descubrieron que no acostumbra compartir, que se alimenta de todo y que es un buen amigo del viento, pero que huye de la esencia de nuestras vidas, el agua.  El fuego es tan intenso que quienes se queman, sienten frío. En su flama habitan los ingrávidos azules que recuerdan el espacio en el cual el horizonte fusiona al mar con el cielo; amarillo es su rostro y en su centro habita el  blanco porque  tiene  la fuerza de la claridad.

El fuego nos otorgó las sombras danzantes que fueron  corporizadas inmediatamente por energías, conciencias y visiones. La luz pudo ser dirigida y, en consecuencia, el fuego determinó una distancia con nuestros predadores. Al marcar su territorio con el fuego, nuestros antecesores se diferenciaron, ritualizaron la necesidad gregaria y pudieron cocer la carne, lo que les permitió tener un tracto digestivo más pequeño y disfrutar de una experiencia onírica profunda. Más tarde apareció en ellos la laringe que definió el lenguaje y en su proceso evolutivo su masa encefálica se incrementó considerablemente.

Perdidas en la neblina de la distancia, las primeras sílabas pronunciadas por nuestros ancestros mostraron admiración al producir fuego entre sus manos, y en su necesidad de compartir el gozo,  adjetivaron la causa-efecto del fenómeno. Pasada la euforia colectiva llegaron a nuevas percepciones: iluminar los rostros de manera intermitente,  diferenciar entre el sujeto y el objeto y, descubrir la fuerza de las sombras producidas por el fuego. El lenguaje gesticular y corporal fue  paulatinamente reemplazado por las sílabas del aire y su resonancia. Las voces decretaban, pedían, exigían, modulaban el criterio de subsistencia de la colectividad. Los cazadores desarrollaron la estrategia y con ella un lenguaje de género. De igual forma, las hembras resolvían sus raíces. Estas actividades diferenciaron el tono y la  intensidad de las  palabras. Proveedores y procuradoras coincidían alrededor del fuego: su luz abrigaba la seguridad, sus aversiones se volvieron  complejas y dejaron de provocarles  una respuesta inmediata y condicionada… descubrieron la magia de la confirmación visual: lo etéreo tomó forma y en su lugar aparecieron las fantasías y sus incógnitas…

El ritual tuvo su expresión plástica a través de la danza que transfiguró al cuerpo en un vaso comunicante con las entidades del universo y la pintura rupestre engendró la comunicación entre la evocación y la inteligencia. Los seres de aquellos soles, indagaron en las entrañas de la tierra y se sirvieron de su sonoridad para que con luz, movimiento y canto, su voluntad pudiera incidir en aquellos espacios que se tornaron sagrados.

Nuestros ancestros reconocieron que su sobrevivencia estaba condicionada por las leyes naturales y con el habla disociaron su destino del destino natural. La sociedad de cazadores  creó al individuo y su conciencia. Con el lenguaje los objetos tuvieron una doble existencia: la real y la mental. Descubrieron la espiritualidad, el universo subjetivo, y se ajustaron a sus leyes: así nacieron los mitos, la magia, la estética y posteriormente las religiones. Asimilar nuestro origen de cazadores y depredadores: “asesinar al otro para comerlo”, nos permite entendernos mejor y comprender que las palabras son decretos y figuras mentales que nos dan sentido.

Selección Inducida

Resulta sorprendente que los Neandertales fueron superados hasta el punto de extinción por sus contemporáneos Cromagnones, a pesar de que los Neandertales eran seres con mayor capacidad craneana,  que contaban con una percepción elaborada del mundo metafísico y que desarrollaron una incipiente tradición funeraria. La extinción de los Neandertales se debe sin duda a la superioridad de las armas y a la cohesión social de los Cromañones pero, sobre todo, a la comunicación que lograron gracias a su desarrollo bélico; por otra parte, los estudios del Lingüista Philip Lieberman determinan que los Neandertales  contaban con un paladar plano, lo que les provocaba hablar gangosamente y tenían dificultades para pronunciar las íes y las ús… una polémica propuesta ya que el sonido es, finalmente, un espejo del criterio.

El lenguaje es una gran diferenciación del hombre con las otras especies, resultado de su capacidad de observación y atención y, en consecuencia, del desarrollo de acuerdos y negaciones.  El lenguaje, al igual que el bipedismo y la creación del fuego, tuvo una evolución lenta y azarosa. Esta afirmación contradice el planteamiento del maestro Noam Chomsky, quien lo ubica como un proceso reciente en la evolución humana situándose en el Homo sapiens; sin embargo,  creo que el lenguaje se desarrolló desde tiempos inmemoriales como resultado de condicionamientos primarios creados por un mundo emergente de conciencia grupal. No podemos ubicar a la comunicación verbal como un evento espontáneo, ni tampoco es plausible que el gen que nos permitió desarrollar el lenguaje fuera una mutación instantánea; ningún proceso evolutivo tiene la particularidad de la rapidez.

Los homínidos contaban con un lenguaje rudimentario de códigos sonoros: seguramente balbuceaban con su mandíbula prognata y carente de labios, pero lograban comunicarse. Además de la experiencia que les provocaba el reflejo de sus rostros en los espejos de agua, la voz dio pauta al lento desarrollo de la conciencia de sí mismos. Surgió en ellos la imperiosa necesidad de transmitir sensaciones y lograr acuerdos de subsistencia, así, se sirvieron de un lenguaje que permitió al  Homo habilis predominar sobre sus contemporáneos homínidos de manera que, dos millones y medio de años más tarde, sus descendientes podamos reflexionar sobre su existencia y sus sombras.

Chomsky intuye que los seres humanos contamos con una gramática universal que al momento de nacer nos permite “aprehender” cualquier idioma. Tengo para mis intuiciones que ciertamente poseemos una información genética para desarrollar el lenguaje, ubicada en la zona del cerebro denominada “área de Broca”, pero no necesariamente  nacimos con una gramática universal. Estamos programados para recordar y coincidir. Los idiomas son cosmovisiones que dibujan la condición vital de quienes los hablan; los factores socioeconómicos son una excelente guía para comprender la evolución del lenguaje y por ende, de las circunstancias de la historia humana. En este sentido,  para entender las transformaciones del lenguaje en función de circunstancias específicas de desarrollo, resulta saludable recordar que la escritura apareció como una necesidad económica. En Sumeria, la contabilidad permitió el nacimiento de las palabras escritas con la finalidad de controlar los excedentes de producción. La vida social fue reglamentada con códigos y  palabras; surgieron entonces  la esclavitud, la prostitución femenina, el condicionamiento del libre albedrío, la sumisión y el encumbramiento de una sociedad machista en el poder. Todo, legalmente escrito.

Espejos

Con la aparición de la escritura, el diálogo personal dejó su espacio a la reflexión de los conceptos y creaciones humanas: la literatura se volvió un acto  de libertad, el mundo  de la utopía y el sentido de la realidad se mezclaron, las palabras crearon atmósferas que abrieron las ventanas de la imaginación a las realidades tangibles, aunque alternas. Al irrumpir con la luz nocturna, los seres humanos dibujaron sus sombras con sus palabras.

Nuestros ancestros mesoamericanos entendían que el fuego se debía apagar y crear de nuevo cuando los ciclos concluían. Platicaban con los dioses en presencia del fuego.

En épocas de oscuridad, otros hombres  quemaron en la luz del fuego a miles de mujeres acusadas de brujas y hechiceras. ¡Tan limitados estaban que no veían que las mujeres son poseedoras de infinitos misterios! El fuego las liberó de un tiempo regido por el miedo y la intolerancia, las llamas ocuparon el espacio de sus cuerpos y de sus cenizas surgió la cada vez más cercana posibilidad de que hombres y mujeres transitemos por la desafiante atmósfera de la equidad.

Apenas unas cuantas generaciones han transcurrido desde que el universo de las sombras danzantes sufrió una severa transformación: con la luz eléctrica, las sombras se quedaron quietas. El milenario y sinuoso relieve de las sombras agitadas por el viento y la combustión, cedió su espacio a una atmósfera plana, el sonido dejó de acompañarlas y nuestro entendimiento nocturno se convirtió en una línea donde plácidamente se acomodó la mesopotámica versión del bien y del mal. Aun así, el fuego nos sigue acompañando cuando anhelamos llegar a las luces celestes o en su defecto, cuando preferimos liquidarnos, tal y como lo exige nuestra imperfecta condición humana.

Pareciera que el fuego es un elemento indomable, pero en pequeñas cantidades se puede colocar seco en los cerillos o gaseoso en los encendedores y así, de manera ritual hacerlo nuestro al encender un cigarro o un incienso. El fuego no tiene una forma definida porque se adhiere a lo que consume, está siempre sonriendo y no por malévolo, sino porque ejerce el pleno derecho de saludar  sus conquistas.

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Panimil – Centro de Estudios Antropológicos e Históricos

Literatura y Mundo Maya