Por: Niza Puerto

 

 

 

 

 

 

Vinieron y nos conquistaron. Impusieron sus reglas, sus leyes, sus costumbres. Se llevaron nuestra riqueza…

Quinientos años después, los mismos españoles llegan a Cancún. Arrasan con las playas, matan los manglares, terminan con humedales. Se asientan con enormes moles de cemento sobre las dunas…y también se llevan nuestra riqueza.

Las grandes cadenas hoteleras españolas han sentado sus reales en Cancún y en los principales destinos turísticos del estado. Rebasan normas, discriminan a los locales y las ganancias se quedan allá, en el país ibérico.

Así, las cadenas RIU, Oasis, Meliá, Iberostar, entre otras, han impuesto sus condiciones. En su mayoría cobran las reservaciones sin que un dólar toque suelo mexicano, y operan -también la mayoría- bajo el esquema del “todo incluido” (o all inclusive, para que se vea más chido), lo que ha fulminado innumerables negocios de mexicanos, al mantener cautivos a los turistas en sus majestuosas jaulas.

Y aun así, quieren que los mexicanos agradezcamos por su inversión, creen que brindan una ayuda al dar trabajo, un trabajo cada vez peor remunerado, cuando lo cierto es que han multiplicado infinidad de veces lo invertido en este destino turístico, en este Caribe Mexicano.

Los españoles nuevamente se han enriquecido a costa de México.

Duele, claro que duele. Y duele más ahora, cuando la tierra que les ha generado tanto hoy padece los embates de una pandemia mortal que ha paralizado la actividad turística, con sus multimillonarias pérdidas económicas, y estos empresarios sin escrúpulos no han sido capaces de decir “esta boca es mía” y, por el contrario, esperan a que el gobierno les vuelva a solucionar todo, sin aportar, sin solidarizarse con la gente.

Pero: ¿Por qué allá sí lo hacen? ¿Por qué los empresarios españoles sí se unen y se solidarizan con su gente en su tierra? ¿Por qué en su país sí sacan el pecho y abren la cartera para apoyar, y aquí no?… ¿Por qué los mexicanos lo seguimos permitiendo?

Allá, en su país, sí responden y atienden. Aquí no, aquí les vale madre, y despiden a los trabajadores o, en el mejor de los casos, los mandan a sus casas a sobrevivir con un miserable sueldo.

Hace 500 años les importó muy poco o nada la muerte de los locales. Hoy también.

Y si esto es lastimoso, humillante y cruel, lo es más aún la actitud de lo empresarios nacionales, sí los que también son mexicanos, quienes -como los españoles- han guardado silencio, son los primeros en estirar la mano para que el gobierno les dé todo, están agazapados sin importar la hambruna que padecen aquellos que se han roto la madre para que ellos puedan disfrutar las mieles del éxito.

Cincuenta años han estado pegados a la ubre de una ciudad bondadosa, acostumbrados al ganar-ganar, a exigir y pegar el grito en el cielo cuando algo no les gusta, cuando algo no les parece, acostumbrados a que vengan los gobiernos en turno a resolver el problema, como la mamá al bebé.

Hoy, cuando es hora de retribuir lo mucho que Cancún y su gente trabajadora les ha dado, no hay respuesta alguna. Cancún y el resto de los destinos quintanarronses están sumergidos en la peor crisis de la historia, tan grave que quizá tardarán años en resurgir, en rehacerse e incluso en reinventarse.

Y entonces será cuando los magnates saldrán de sus cuevas y abrirán sus puertas, poniendo grandes anuncios en los medios para solicitar empleados, para pedir que la mano de obra barata vuelva a comer de su mano y vuelva a hacerlos crecer, a empachar su voracidad para entonces sentirse grandes otra vez y ser lo que en realidad son:

Una bola de ojetes.