Roberto Hernández Guerra

La más representativa novela del género, “El espía que surgió del frío” del inglés John Le Carré, narra los entretelones de la confrontación entre el este y el oeste, aquella que con la disolución de la Unión Soviética creímos superada. Perdidos en el tiempo los recuerdos de Gorbachov y Yeltsin, Rusia reclamó su papel protagónico dentro de una Europa que se niega a integrarla, pero que necesita de sus energéticos y materias primas. Quizás ahí se encuentre el fondo de una conflagración que a nadie beneficia, una guerra que no quiere decir su nombre.

Quienes con exagerado optimismo profetizaron el fin de la historia, con el triunfo absoluto del capitalismo y de la democracia representativa a nivel global, pecaron de ingenuos. Por el aire se esparcirían “polvos de aquellos lodos” y lo que quedó de aquel “imperio del mal” como le llamó el Presidente Reagan, manifestó su fortaleza, no únicamente por su arsenal nuclear sino por su papel en las cadenas de suministros. En la actualidad no surgen espías del este de Europa, sino incrementos de precios que se esparcen a nivel mundial, generando lo que podemos calificar como la carestía que llegó del frío. 

Desde luego que la reciente pandemia afectó a la economía globalizada, produciendo efectos inflacionarios. El incremento en los fletes marítimos, la escasez de semiconductores y en general la interrupción de las cadenas de suministros fue una llamada de atención respecto a los riesgos de depender de proveedores lejanos; para algunos, el fin de la globalización e inicio de la regionalización. El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz,  reconoció que si bien se esperaba alguna escasez  de oferta después del confinamiento del covid 19, esta demostró ser más extendida y menos transitoria de lo que se había pensado.

Pero en estos momentos, el alza de precios en alimentos y energéticos tiene su origen focalizado en el conflicto entre dos países eslavos, Rusia y Ucrania, unidos por la historia y confrontados por la OTAN y lo que este organismo significa en la lucha por la hegemonía mundial. Esto indica que estamos ante un problema de escasez de oferta y no de exceso de demanda. El mismo  Stiglitz señaló que su mayor preocupación es la reacción de los bancos centrales que podrían aumentar las tasas de interés de manera exagerada, obstaculizando la recuperación económica. Según su opinión, “un aumento importante y generalizado de las tasas de interés es una cura peor que la enfermedad. No deberíamos atacar un problema del lado de la oferta reduciendo la demanda y aumentando el desempleo. Eso amortiguará la inflación si se lo lleva demasiado lejos, pero también arruinará la vida de la gente”. Y si alguien tomó en serio su advertencia fue China que actuó a contracorriente, porque ha bajado sus tasas de interés.

Pero no siempre, ni todos han tenido la misma opinión sobre el origen de la inflación. Milton Friedman, quien fuera promotor del modelo neoliberal, consideró que aquel era un fenómeno exclusivamente monetario causado por la excesiva emisión de dinero. El resultado de seguir sus consejos fueron las políticas de ajuste del Fondo Monetario Internacional, que llevaron a muchos países a equilibrar sus economías en el fondo del abismo de la recesión y el desempleo, de las privatizaciones y de la globalización. Desde luego fueron eventos superados y “agua pasada no mueve molino”, pero no debemos olvidarlos para evitar su repetición.