¿Por qué tanto brinco, estando el suelo tan parejo?” ¿Por qué resistirnos a aceptar una verdad que nos salta a la vista a cada momento? ¿Cómo negar que vivimos en un mundo en que la injusta distribución de la riqueza produce contrastes extremos y que el hombre, en su enajenación, contamina y destruye el medio ambiente? Bueno, no todos los hombres, sino sólo aquellos enajenados en la obtención de riqueza infinita.

Consecuencia de la pandemia, que desde luego afecta más a quienes menos tienen, ha permeado en amplias capas sociales un pesimismo llevado al extremo. El suponer que las cosas no volverán a ser como antes no los deja dormir. El pensar que en la “nueva normalidad”, se retroceda en el nivel de vida alcanzado resulta inaceptable. Desde luego que todo esto es comprensible. Siguiendo a Sigmund Freud, aceptemos que en la especie humana priva el “principio del placer”, hasta que es confrontado con el “principio de la realidad”. Esta nos obliga a actuar con moderación y prudencia.

Pero seamos más analíticos y tratemos de ver las cosas desde otra perspectiva. La especie humana marcha acelerado a su propia destrucción. Si aprovechando la ocasión no hacemos un examen de conciencia y procuramos cambiar, habremos llegado a lo que en la navegación aérea se le considera el “punto de no retorno”. Después será demasiado tarde.

Todo lo anterior nos sirve como preámbulo para entender la necesidad de una nueva utopía, entendiendo ésta no como algo irrealizable, sino en su acepción de “un sistema ideal de gobierno en el que se concibe una sociedad perfecta y justa, donde todo discurre sin conflictos y en armonía”, desde luego la idea es orientarnos hacia una tendencia a la perfección y no creer que pueda ser una realidad obtenida por decreto. Esa fue la intención de platón con su “República”, de Tomás Moro con su “Utopía”, de Tomás Campanella con su “Ciudad del Sol”, y de igual sentido con la “Tierra de Shambala” de la tradición budista, por no citar sino unas cuántas.

En esta tesitura y guardando las proporciones, podemos considerar como digna de análisis, la propuesta del Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, de una “nueva economía moral” basada en cuatro principios: democracia, justicia, honestidad y austeridad. Una economía que ponga al ser humano y su bienestar, en el centro de la atención y dejando a un lado indicadores de producción que no reflejan la distribución de la riqueza en su real dimensión. Y a propósito de nuevos paradigmas en el pensamiento económico, baste mencionar a Thomas Piketty, autor de “best sellers” sobre el tema, quien señala que la actual pandemia puede servir para replantear la necesidad de una mejor distribución de la riqueza en el mundo.

Pero también en la actualidad, se presentan a la opinión pública el otro tipo de “utopías”, las irrealizables. El mejor ejemplo es la propuesta de Alfonso Ramírez Cuéllar, presidente de morena, que va en un sentido diametralmente opuesto al del otro presidente; este si con mayúscula. Y es que “flaco favor” le hace a la 4T al revolver el avispero con su documento.

Para finalizar y retomando la crítica que AMLO hizo de los tecnócratas que manejaron los destinos de este país con resultados poco satisfactorios, recordemos una opinión de John Maynard Keynes, quien con su teoría de la demanda efectiva regreso la ciencia económica al correcto camino, esta brillante inteligencia de la primera mitad del siglo pasado, señalaba que el trabajo del economista debería tener la utilidad práctica de la del odontólogo. Y aquí los nuestros, de formación neoliberal, estuvieron muy lejos de ese resultado.