Protagonizada por Richard Burton, un joven es ‘psiquiatrizado’ por una peculiar fijación hacia los caballos, la zoofilia volvió a galopar en pleno COVID-19 por la capital de Quintana Roo…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

 

Detienen a zoofílico a punto de abusar de una yegua en Chetumal’, es el titular de lo que pudiera ser una nota de agencia de prensa, ante sus escasas líneas. Nos llamó la atención en medio de cientos de noticias coronavirales que saturaban las redes Twitter y Facebook, principalmente. “Un hombre fue sorprendido a punto de tener relaciones sexuales con una yegua en el fraccionamiento las Américas dos de la capital del Estado de Quintana Roo. El hombre trató de amarrar a la yegua con mangueras para posteriormente realizar el coito, pero antes fue sorprendido por el dueño del predio quien lo encontró desnudo y con ayuda de sus vecinos sometieron al hombre que ya estaba completamente desnudo y le echaron agua. El hombre fue turnado por la policía municipal al ministerio público, y resulta que el tipo ya tenía antecedentes de mostrar sus genitales a mujeres y las amenazaba con atacarlos -me imagino que hay un error pues debiera decir atacarlas- sexualmente”. Este breve iba acompañado de cuatro fotografías, una donde se le ve a la yegua, un precioso animal, con luz diurna, y al presunto ‘violador’, a pelotas, encima de una furgoneta, en la oscuridad de lo que pudiera ser una cuadra. La víctima equina aparece muy tranquila y lozana lo que pudiera dar pie a dudar si, en realidad, no estemos ante una acción criminal, sino ante un coitus interruptus en los peores momentos de ficción distópica epidémica del ‘virus chino’. Donald Trump anda cabreado por esos cien mil muertos y el millón y medio de contagiados por el COVID-19. Con un lenguaje corporal imperial y boquita cerrada de niño consentido y adolescente frustrado argentino por culpa de sus papás es terco y sigue sin ser fotografiado con un cubrebocas como todo humano mortal: “No le voy a dar el gusto a los peligrosos periodistas”. Su despedido ex asesor para ‘tiempos de cólera’, Anthony Fauci, se tapa con un ‘KN95’ prácticamente toda la cara para evitar que le filmen su carcajeo. El otro Panoramix, druida de la tribu gala de Asterix y Obelix de los artistas franceses Goscinny y Uderzo, asentada en Nueva Orleans, Estados Unidos, Donaldix sigue ofreciendo mil y una pócimas mágicas -‘Cuba Libres’ con lejía Clorox y ‘picos’ de desinfectante Lyssol- para vencer la pandemia. Volvamos al brote de zoofilia chetumaleña. Este escenario quintanarroense nos traslada con la mente a la clásica obra universal Romeo and Juliet o The Most Excellent and Lamentable Tragedy of Romeo and Juliet, tragedia del dramaturgo inglés William Shakespeare, escrita en 1597.

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Romeo y Julieta cuenta la historia de dos jóvenes enamorados que, a pesar de la oposición de sus familias, rivales entre sí, deciden casarse de forma clandestina y vivir juntos; sin embargo, la presión de esa rivalidad y una serie de fatalidades conducen a que la pareja elija el suicidio antes que vivir separados. Esta relación entre sus protagonistas los ha convertido en el arquetipo de los llamados amantes desventurados o star-crossed lovers. La muerte de ambos, sin embargo, supone la reconciliación de las dos familias. Lo más destacable de lo ocurrido en Othón P. BlancoChetumal es que no hubo ni muertos ni suicidios. En la inspección ocular del lugar, las imágenes más perturbadoras son las que tienen al no descartable ‘Romeo’ como protagonista. Estas no son más que cábalas. Se impone dar paso a investigaciones detectivescas policiales y judiciales, que pudieran desembocar en un juicio oral o no. La yegua deberá ser reconocida por veterinario y su ‘presunto’ violador por médico, ambos forenses, asesorados por algún psicólogo o psiquiatra ‘locos’ por Sigmund Freud y Jacques Lacan.

Lo acaecido en pleno ‘COVID-19’ en la capital mexicana que gobierna Carlos Joaquín, quien con sus secretarias de Salud, Finanzas y Turismo, Leandra Aguirre Yohanet Torres Muñoz y Marisol Vanegas, trabajan día y noche para neutralizar los fallecimientos y recuperar las actividades turística, “priorizando la vida de los ciudadanos de Cancún, Playa del Carmen, Isla Mujeres…”, me evoca un hecho ocurrido en España varias décadas atrás, cuando hacíamos nuestras prácticas de Derecho Procesal en los juzgados de Gipuzkoa, en el País Vasco. Por entonces escribí esta crónica judicial para varios periódicos y revistas, los ‘mass media’ de entonces… “No todos los días uno asiste a un juicio por zoofilia, y menos en un País Vasco, donde había en una época más seminaristas, frailes, curas, monjas, sacristanes, ‘seroras’ (sacristanas) y monaguillos que policías, guardias civiles y militares, que ya es decir en, aquella lejana ya, última etapa franquista. Eran los primeros años de la década de los setenta del pasado siglo. El Ayuntamiento de Eibar, el primer lugar de España donde tuvo lugar la Proclamación de la República, en abril de 1931…, fue escenario también de una demanda, la pionera en la historia de la judicatura vasca, de una casera contra “el cochino de mi vecino”. Este último fue sorprendido por la denunciante haciendo el amor con una ternera, propiedad de la demandante, ‘algo intolerable señor juez y algo humillante para mi familia, que siempre ha sido muy católica, apostólica y romana. Le puedo jurar que de toda la vida…’. En la Casa Consistorial, tenía su sede el Juzgado Comarcal, con Jesús María Medrano Durán, como juez titular de Mondragón, en prórroga de jurisdicción en Eibar. Era muy sencillo de explicar. En aquella época no había muchos jueces que se diga pues, tras la Guerra Civil Española, eran muy pocos los jóvenes que se podían dar el lujo de estudiar ocho años entre licenciaturas en Derecho y en judicaturas. Había que comenzar a trabajar desde muy joven para ayudar en las quebradas economías familiares de la España de entonces.

Muchas veces, los secretarios y oficiales y auxiliares y agentes, también en funciones en su mayoría, cubrían la no infabilidad de los jueces. De ahí, que se registraran, a pesar de los jueces y fiscales, juicios no deseados y quizás no muy ajustados a Derecho. En el primer caso de zoofilia, los ‘abusos’ contra su ‘txala’ planteados por la casera se convirtieron como por arte de magia en “daños contra la propiedad” aplicándose el mismo artículo que el Código Penal de entonces dedicaba a los simples accidentes de circulación, sin que hubiera grandes lesiones y daños en los vehículos. Eran los juicios de faltas. Miles de sumarios se agolpaban en los almacenes donde uno pudiera ser agraciado, como mínimo, con una coriza crónica. El polvo ‘ahogaba’ el lugar y a todo el que se atreviera a querer dar con un siempre perdido expediente. Este primer juicio por zoofilia en el País Vasco debe existir con sus declaraciones ante la Policía Municipal, ratificaciones ante los auxiliares de la Administración de Justicia, ofrecimiento de acciones, exhortos y cartas órdenes, providencias para ‘cumplir’ y no ‘incumplir’ con los términos legales nunca ‘cumplidos’, y como no, las citaciones de las partes”.

El acusado, un hombre, de cerca de 70 años, con muy pocas lunas ya en su haber, le recordaba a uno, con su boina tapándole sus cejas e inundándole las mitades de sus orejas, al desaparecido actor español, José Isbert, quien protagonizara varias de las películas más inolvidables del ya desaparecido director valenciano Juan García Berlanga como ‘El verdugo’. Esta obra, junto a ‘Bienvenido Mister Marshall’ y ‘Plácido’, es uno de los mejores filmes del cine español. Es en parte un alegato contra la pena de muerte y en parte una recreación irónica de las contradicciones de la España franquista, realizada en plena era del régimen. Amadeo, el verdugo de la Audiencia de Madrid, conoce a José Luis, un empleado de pompas fúnebres que va a recoger al preso que Amadeo acaba de ajusticiar. José Luis no encuentra novia, pues todas las chicas huyen de él cuando se enteran de que trabaja en una funeraria. La hija de Amadeo, Carmen, tampoco encuentra novio, ya que todos sus pretendientes escapan al enterarse de que su padre es verdugo. Carmen ‘atrapa’ a José Luis quedándose embarazada. El patronato va a conceder a Amadeo un piso por su condición de funcionario, pero lo pierde porque en el momento de la entrega ya estará jubilado. Carmen y su padre engatusan a José Luis para aceptar el cargo de verdugo y conservar la vivienda, asegurándole que no tendrá que matar a nadie. Cuando llega una orden de ejecución, José Luis, horrorizado, quiere dimitir aunque eso signifique perder el piso, y nuevamente Amadeo y Carmen lo lían para que espere al último momento, pues el reo está enfermo y lo mismo se muere él solo. Finalmente, en una escena memorable, José Luis es llevado a rastras al garrote vil como si fuese el condenado y no el verdugo”.

Cuando uno recibe una citación, aunque sea para un juicio de faltas por ‘daños contra la propiedad’, la verdad es que una persona ajena a la jerga judicial el que le digan que debe personarse acorde al artículo tal como lo estipula la Ley de Enjuiciamiento Criminal, le crea al menos cierta desazón. No era tal lo que debió sentir el casero del barrio rural de Arrate, perteneciente a la ‘Muy Ejemplar Ciudad’ de Eibar. Por la palidez de su rostro, con toques de color acerado, típicos pre mortem, con la llegó a la sala de audiencia, el hombre se sintió que estaba a punto de ser carne de cañón del todavía entonces vigente garrote vil español. La denunciante era una señora cuarentona, vestida toda de negro -no sabemos si por el agravio sufrido por la ‘joven adolescente holsters’ de su cuadra-, con la camisa muy ceñida al cuerpo, marcándose claramente las puntas de dos sostenes ‘Belcor’, que para sí quisieran Madonna o Lady Gaga. La ‘negra’ parecía ‘bufar’ cada vez que se refería a su ‘condenado’ vecino. Ese color negro de la denunciante hacía ‘juego mortal’ con las togas del juez, del fiscal y los abogados… Tanta negritud lograba un efecto óptico reductivo del escenario de la vista”.

Tras abrir la vista el juez Jesús María Medrano Durán, se le cedió la palabra al fiscal para que él presentarse sus calificaciones ‘sobre la marcha’. El sumamente delicado y frágil fiscal Visiers, que no tenía nada que ver con la imagen que teníamos entonces de sus homónimos, rompió el silencio de la sala de audiencia, donde competían un crucifijo y un cartel con la palabra ‘Lex’ y cohabitaban con un viejo cortinón de color morado -pareciera donado por algún teatro de tiempos republicanos batistianos de La Habana-, utilizado en Adviento y Cuaresma y que simbolizaba, para el nacionalcatolicismo de entonces, preparación espiritual y penitencia. ¡Levántese el acusado y dígame cómo ocurrieron los hechos, el accidente, el día de autos!’, le conminó el fiscal al acusado. Visiers no había leído el expediente y creía que era uno de los habituales de circulación. El casero no entendía nada. El juez Jesús María Medrano Durán y las secretarias judiciales le hicieron señas al despistado y ocupadísimo Visiers para que variara su calificación fiscal, hecha sobre la marcha. El fiscal interrumpió su discurso, leyó detenidamente las declaraciones y peritajes. Se puso de pié y mirándole fijamente a reo le gritó: ¡Cochino! El ‘amante’ de la ternera llegó casi al desmayo, temiéndose convertido en preso de un ‘corredor de la muerte’… La vista parecía una boda. La suegra, la madre política, estaba dando la nota. No podía aceptar una realidad. Su ternera pecó con su humano vecino. La Naturaleza pudo en práctica las leyes de Mendel, conjunto de reglas básicas sobre la transmisión por herencia genética de las características de los organismos padres a sus hijos. Constituyen el fundamento de la genética. Un abogado presente no tuvo reparos en decirle a la denunciante que tuviera cuidado con la ternera, para que en un futuro próximo no ligara con el burro del establo, pues le pudieran salir los ojos… Bastante bestia el jurisconsulto”.

La película ‘Equus’, dirigida por Sydney Lumet y protagonizada por Richard Burton y Peter Firth, narra la historia un joven que recibe atención psiquiátrica debido a su peculiar fijación por los caballos. Equus es una coproducción británica-estadounidense de 1977. El guión está basado en la obra de teatro ‘Equus’ de Peter Shaffer. Un psiquiatra revisa el salvaje cegamiento de seis caballos con una punta de metal en un establo de Hampshire, Inglaterra. La atrocidad ha sido cometida por un modesto mozo de diecisiete años de edad. Hijo único de un padre obstinado pero tímido padre, y una madre afable y religiosa, Dora. Cuando el doctor expone la verdad tras los demonios del niño, el drama bebe del misterio detectivesco y el thriller psicológico en el cual el psiquiatra deberá oficiar de detective para averiguar las causas de semejante episodio. En la psicoterapia encuentra resistencias en Alan que aparece en escena cantando jingles publicitarios y agrediendo al doctor cada vez que intenta llegar a la raíz del asunto. Lentamente, el galeno comienza a conectar diferentes elementos claves en la vida del paciente: el fervor religioso de su madre (que le leía los relatos bíblicos de niño), su padre no creyente pero estricto, su falta de contacto con otros chicos y chicas de su edad, su temprano encuentro con un jinete y la resonante presencia de los caballos en su vida. Dysart, fascinado por la mitología y la filosofía griegas, envuelto en un matrimonio sin sentido, no puede evitar sentir cierta curiosidad por la atípica devoción que el chico muestra hacia su objeto de deseo y comienza a cuestionarse si ‘curar’ para readaptarlo a la sociedad castradora es ético o no.

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