EL BESTIARIO

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

 

 “Cualquier cubano se consideraba capaz de liquidar al comunismo o al capitalismo, enderezar a la América Latina, erradicar el hambre en África y enseñar a los Estados Unidos a ser potencia mundial. No acaban de entender porque ustedes no hablan como ellos”

Una Semana Cultural de Cuba en Cancún se inauguró con una interesante exposición de fotografías de José Antonio Callejo y textos de Santiago J. Santamaría Gurtubay, coincidiendo con los aniversarios de las revistas impresas entonces, EL BESTIARIO, VÓRTICE y EDUCACIÓN Y CULTURA. La muestra recogía imágenes de cubanos radicados desde hace años en nuestra ciudad, donde estudian y trabajan. En algunos casos han logrado abrir sus propias empresas. El ‘sueño americano’ lo han desarrollado apenas a 55 minutos de su tierra natal, sin tener que irse hasta Miami o a otros lugares de Estados Unidos. Comenzamos un sábado, después de estar varios días esperando el permiso de Changó. Éste descargó mil tormentas sobre Cancún, en el inicio de octubre.  Es uno de los más populares orishas (divinidades) del panteón Yoruba de Cuba. Es considerado orisha de los truenos, los rayos, la justicia, la virilidad, la danza y el fuego, dueño de los tambores Batá, Wemileres, Ilú Batá o Bembés, del baile y la música, representa la necesidad y la alegría de vivir, la intensidad de la vida, la belleza masculina, la pasión, la inteligencia y las riquezas. Esta religión o mezcla de tradiciones religiosas se ha expandido por todo el mundo en distintas variedades -linajes espirituales- que incluyen la Santería (Lukumí), el Candomblé, y el Batuque. En el caso de México, es combinado con creencias politeistas tanto autóctonas como mezcladas con el catolicismo; sin embargo en los últimos años ha surgido una tendencia a retomar las creencias originales de la religión yoruba.

Los personajes y los escenarios me evocaban a la novela ‘Nuestro hombre en La Habana’, como si tuviéramos un ‘remake’ de ‘Nuestro hombre en Cancún’, del escritor británico Graham Green. La obra escrita en plena efervescencia revolucionaria, en 1958, cuenta como Jim Wormold, un simple vendedor inglés de aspiradoras que habita en la Cuba de Fulgencio Batista sin más ambiciones en la vida, decide servir de espía a los servicios secretos británicos para costearle los estudios a su hija. No obstante, y ante la falta de habilidades y vocación como espía, Wormold decide inventarse los informes que les envía a sus superiores. Entre otras cosas, les manda a sus jefes en Londres, en lugar de planos de bombas, planos de sus propias aspiradoras, que sin embargo, ‘cuelan’ en el servicio secreto de Su Majestad, servicio que tiene en gran consideración sus informes. Descubierto es llamado a Londres, donde sorprendentemente es condecorado a cambio de su silencio, pues los servicios secretos británicos no tienen ‘licencia’ para meter la pata. Esta comedia sutil e irónica, que reflexiona, una vez más en las novelas de Graham Greene, sobre las decisiones que han de tomar seres humanos normales y aparentemente anodinos en tiempos revueltos (estamos en los últimos coletazos de la dictadura de Batista), es considerada una de las mejores de este escritor… Tras este largo periplo al borde de empacho de ‘cubanía’, me vino a la memoria un escrito que circulaba en La Habana, supuestamente apócrifo, con la única ‘referencia’ de que había sido publicado en la revista norteamericana “Selecciones del Reader Digest”, en 1947. El artículo se titulaba “He aquí que el Profeta habla de los cubanos”. No tiene desperdicio, pues refleja lo que sentimos tras hablar con los hermanos cubanos cancunenses…

“Desde una roca en el puerto, El Profeta contemplaba la blanca vela de la nave que a su tierra había de llevarlo. Una mezcla de tristeza y alegría inundaba su alma. Por nueve años sus sabias y amorosas palabras se habían derramado sobre la población. Su amor lo ataba a esa gente. Pero el deber lo llamaba a su patria. Había llegado la hora de partir. Atenuabas su melancolía pensando que sus perdurables consejos llenarían el vació de su ausencia. Entonces un político de Elmira se le acercó y le dijo: Maestro, háblanos de los cubanos. El Profeta recogió en un puño su alba túnica y dijo… Los cubanos están entre vosotros, pero no son de vosotros. No intentéis conocerlos porque su alma vive en el mundo impenetrable del dualismo. Los cubanos beben de una misma copa la alegría y la amargura. Hacen música de su llanto y se ríen con su música. Los cubanos toman en serio los chistes y hacen de todo lo serio un chiste. Y ellos mismos no se conocen.

Nunca subestiméis a los cubanos. El brazo derecho de San Pedro es cubano, y el mejor consejero del Diablo es también cubano. Cuba no ha dado ni un santo ni un hereje. Pero los cubanos santifican entre los heréticos y heretizan entre los santos. Su espíritu es universal e irreverente. Los cubanos creen simultáneamente en el Dios de los católicos, en Changó, en la charada y en los horóscopos. Tratan a los dioses de tú y se burlan de los ritos religiosos. Dicen que no creen en nadie, y creen en todo. Y ni renuncian a sus ilusiones, ni aprenden de las desilusiones. No discutáis con ellos jamás. Los cubanos nacen con sabiduría inmanente. No necesitan leer, todo lo saben. No necesitan viajar, todo lo han visto. Los cubanos son el pueblo elegido… de ellos mismos. Y se pasean entre los demás pueblos como el espíritu se pasea sobre las aguas. Los cubanos se caracterizan individualmente por su simpatía e inteligencia, y en grupo por su gritería y apasionamiento. Cada uno de ellos lleva la chispa del genio, y los genios no se llevan bien entre sí. De ahí que reunir a los cubanos es fácil, unirlos imposible. Un cubano es capaz de lograr todo en este mundo menos el aplauso de otro cubano.

No les habléis de lógica. La lógica implica razonamiento y mesura, y los cubanos son hiperbólicos y desmesurados. Si os invitan a un restaurante, os invitan a comer no al mejor restaurante del pueblo, sino al mejor restaurante del mundo. Cuando discuten, no dicen no estoy de acuerdo con usted, dicen usted está completa y totalmente equivocado. Tienen una tendencia antropofágica. ‘Se la comió’, es una expresión de admiración, ‘comerse un cable’, señal de situación crítica y llamarle a alguien ‘comedor de excrementos’, es su más usual y lacerante insulto. Tienen voluntad piromaníaca, ‘ser la candela’ es ser cumbre. Y aman tanto la contradicción que llaman a las mujeres hermosas ‘monstruos’ y a los eruditos ‘bárbaros’; y cuando se les pide un favor no dicen ‘si’ o ‘no’, sino que dicen ‘sí, como que no’. Los cubanos intuyen las soluciones aún antes de conocer los problemas. De ahí que para ellos ‘nunca hay problema’. Y se sienten tan grandes que a todo el mundo le dicen ‘chico’. Pero ellos no se achican ante nadie. Si se les lleva al estudio de un famoso pintor, se limitan a comentar ‘a mí no me dio por pintar’. Y van a los médicos, no a preguntarles, sino a decirles lo que tienen.

Usan los diminutivos con ternura, pero también con voluntad de reducir al prójimo. Piden ‘un favorcito’, ofrecen ‘una tacita de café’, visitan ‘por un ratico’, y de los postres solo aceptan ‘un pedacitico’. Pero también a quien se compra una mansión le celebran ‘la casita’ que adquirió, o ‘el carrito’ que tiene a quien se compró un coche de lujo. Cuando visité su isla me admiraba su sabiduría instantánea y colectiva. Cualquier cubano se consideraba capaz de liquidar al comunismo o al capitalismo, enderezar a la América Latina, erradicar el hambre en África y enseñar a los Estados Unidos a ser potencia mundial. Y se asombran de que las demás gentes no comprendan cuan sencillas y evidentes son sus fórmulas. Así, viven entre ustedes, y no acaban de entender porque ustedes no hablan como ellos. Había llegado la nave al muelle. Alrededor del Profeta se arremolinaba la multitud transida de dolor. El Profeta tornose hacia ella como queriendo hablar, pero la emoción le ahogaba la voz. Hubo un largo minuto de conmovido silencio. Entonces se oyó la imprecación del timonel de la nave: ‘Decídase, mi hermano, dese un sabanaso y súbase ya, que ando con el schedul retrasao’.  El Profeta se volvió hacia la multitud, hizo un gesto de resignación y lentamente abordó la cubierta. Acto seguido, el timonel cubano puso proa al horizonte…”.

Este artículo periodístico, tras varios meses de investigación, tiene nombre y apellidos. Su autor, Luis Enrique Aguilar León nacido en Manzanillo en 1926 en Manzanillo, Cuba, y fallecido en el 2008 en Key Biscayne, Florida, Estados Unidos. Periodista, profesor e historiador, fue profesor de Bill Clinton y compañero de clase de Fidel Castro. Aguilar fue educado por los jesuitas en primer lugar en el Colegio de Dolores, en Santiago de Cuba y luego en el Colegio de Belén en la Habana. Fidel Castro y Luis Enrique Aguilar coincidieron en ambas escuelas. Aguilar se graduó de la Facultad de Derecho de la Universidad de la Habana en 1949 y Castro en 1950. Luis Enrique obtuvo una licenciatura en Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid en España. Cuando regresó de España, enseñó durante un tiempo en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, pero luego fue a La Habana para ejercer la abogacía. Fue también un escritor político del periódico Prensa Libre y las revistas Bohemia y Carteles. Fundador del movimiento demócrata cristiano hasta su prohibición tras el triunfo de la Revolución Cubana.

En 1960, Aguilar escribió que un artículo titulado “Es hora de unanimidad”  donde denunciaba la censura en Cuba. Pasó luego al exilio. Aguilar fue profesor en La Universidad de Columbia, La Universidad de Cornell y finalmente hace tres décadas en la Universidad de Georgetown. Bill Clinton fue uno de sus alumnos. Se trasladó después al sur de la Florida y enseñó en la Universidad de Miami hasta el 2002. En 1988, fundó la Cátedra Emilio Bacardí Moreau sobre estudios cubanos de la Universidad de Miami. Estuvo con Radio Martí desde su creación en 1985 y fue el director de la sección de opinión de El Nuevo Herald desde 1993 hasta 1995. Aguilar sufrió los últimos años de su vida con la enfermedad de Alzheimer. Estuve varios meses leyendo otros artículos de este cubano, que aunque vivió en el exilio, nunca dejó de ejercer su cubanía. En otro artículo  periodístico “La realidad de Hispanoamérica”, ahondaba en el individualismo del cubano y de los latinoamericanos en general, y echaba las culpas a los ‘gallegos’… “Sus virtudes son las nuestras, nuestros son sus defectos. Pues bien, el rasgo característico que define al pueblo español, su perfil más acusado a través del tiempo, es el individualismo…”. Coincido totalmente con Luis Enrique.

El español es un pueblo regional, ahora autonomista, mañana federalista, y en un futuro, quien sabe independentista, particularista a tope, invertebrado como decía el filósofo José Ortega y Gasset, donde la máxima aspiración de todos sus componentes es ser su propio jefe y no aceptar órdenes de nadie. El hispano jamás se resigna a ser un subordinado y acepta a duras penas su inserción en la colectividad. Ese individualismo radical, confundiéndose  en muchas etapas de su historia con un anarquismo utópico, quedó mermado en España por el peso de instituciones seculares como la Iglesia y la Monarquía. No obstante descubrió su más vasto campo de operaciones en el Nuevo Continente. Si es cierta la tesis hegeliana de que la Historia es el desarrollo de la idea de Dios, es indudable que Dios supo escoger el mejor pueblo para conquistar América. Este hito, con sus luces y sombras, única en la Historia, la conquista de América se llevó a cabo con el ritmo apasionante en que se hizo, por individuos que, simplemente, no se resignaban a ser subalternos.

Tomemos por ejemplo a ese lugarteniente de Ovando, Don Diego Velázquez, que ya es rico y conocido en la Española, pero que quiere tener mando sobre alguna tierra y arriesgándolo todo se va a conquistar a Cuba. Uno de sus lugartenientes, Hernando Cortés, alcalde de Santiago de Cuba, no se conforma con la posición lograda, se insubordina y se lanza sobre México. En nuestro territorio Don Pedro de Alvarado, segundo de Cortés, se hace célebre, noble y poderoso, pero sigue estando a las órdenes de Hernando, y Don Pedro todo lo abandona y avanza sobre nuevas tierras donde imponer sus decisiones o encontrar la muerte. Cada capitán engendraba nuevos capitanes, cada soldado soñaba con dar sus propias órdenes. Tal es la Historia en Cuba, en México, en Perú y en la Tierra del Fuego. Nada detuvo a aquellos hombres mientras hubo tierras desconocidas donde ir a buscar un destino independiente. Tal es la historia interminable.

Los cubanos cancunenses, no se olviden, se consideran capaces de liquidar al comunismo o al capitalismo, enderezar a la América Latina, erradicar el hambre en África y enseñar a los Estados Unidos a ser potencial mundial. Y se asombran de que las demás gentes no comprendan cuan sencillas y evidentes son sus fórmulas. Así, viven entre ustedes, y no acaban de entender porque ustedes no hablan como ellos. Pregúnteles como está ‘la cosa’. Criptología ‘made in Cuba’.

 

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