Roberto Hernández Guerra

Acostumbrados como estamos a escuchar o leer información falsa o tendenciosa en los medios tradicionales y en las redes, no causó sorpresa que el periodista Joaquín López Dóriga afirmara que el viaje en ferrocarril del Presidente de la República al Aeropuerto Felipe Ángeles fuera un “montaje” utilizando un “simulador” y que en realidad no se había movido de la estación de Buenavista, como si esto fuera un “remake” de los que producía Carlos Loret de Mola por encargo de Genaro García Luna.

De tan generalizado que se ha vuelto lo que podemos llamar el “síndrome de Pinocho”, que ya no le damos importancia y a final de cuentas sólo reafirma filias y fobias entre “chairos” y “fifís”. Pero no es nada nueva esa conducta ya que la mentira es tan antigua como la humanidad. En el primer libro de la Biblia, el Génesis (4:9), la podemos encontrar en la respuesta de Caín al Señor a la pregunta sobre la ubicación de  Abel: “No sé, soy acaso el guardián de mi hermano”.

En el evangelio de San Juan (8:44) se relata que Jesús, dirigiéndose a algunas gentes de no muy buen proceder les dijo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”.   

Los padres de la Iglesia católica, San Agustín y Santo Tomás se  ocuparon del tema. Ambos tenían en cuenta la gravedad de sus efectos, considerando unas mentiras como pecados mortales y las de menor impacto sobre el prójimo como pecados veniales.

El filósofo francés Voltaire, estimaba que la vida en sociedad exigía un “pacto social”, siendo el propósito de la moral enseñarnos los principios para preservar esta convivencia. Pero su concepto de la moral era bastante laxo pues en una carta llegó a decir; “La mentira solo es un vicio cuando obra el mal; cuando obra el bien es una gran virtud. Sedentonces más virtuosos que nunca. Es necesario mentir como un demonio, sin timidez, no por el momento, sino intrépidamente y para siempre”.  

Otra gran figura del pensamiento del siglo XIX, el alemán Friedrich Nietzsche, pretendió establecer una filosofía que fuera más allá del bien y del mal, como reza el título de una de sus obras. En ella se aleja de la gradación de las mentiras y afirma que para el hombre la verdad es indiferente y lo único que le mueve es su propio bienestar, De ahí a criticar a la filosofía y a la cultura occidental, proclamar  que “Dios ha muerto” y escribir “El Anticristo” no hubo solución de continuidad. Sus ideas sobre la responsabilidad del hombre europeo, descendiente según él de los hiperbóreos, así como su concepción del “superhombre”, sirvieron de justificación a Adolf Hitler y a sus colaboradores.

La costumbre atribuye al ministro nazi de propaganda, Joseph Goebels la frase, “miente, miente, que algo queda”, pero la realidad es que solo fue un repetidor de la misma y la utilizó con mucho provecho para su causa. Existen registros de que quién la dijo por primera ocasión, cinco siglos antes de nuestra era, fue Medión de Larisa, consejero de Alejandro Magno.

Pero si queremos conocer acerca de una mentira montada sobre otra mentira, tenemos que recurrir al Presidente de Chile, Sebastián Piñera, quien en un debate entre candidatos atribuyó la frase a Lenin. Nada extraño en un político de “derecha”, que como a la mayoría de sus congéneres no se le puede calificar de culto o amante de la verdad.

Podemos concluir esta revisión de lo que llamamos el “síndrome de Pinocho”, tomando prestadas a Laura Pausini versos de una de sus canciones, mismos que recomendamos a nuestros émulos nacionales del muñeco de madera y que nos terminan de aclarar el tema: “Pobres verdades a medias, son media verdad / Y mueren las frases a medias por no ser verdad”.