EL BESTIARIO

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

En sus rimas pide a ETA y a los Grapos que vuelvan a atentar en la España de Juan Carlos ‘el Bobón’, está en la cárcel, es un ‘mirrey’…

La cara pintarrajeada del mítico villano, icono pop tras la interpretación de Joaquin Phoenix, se ha convertido en símbolo de la indignación en todo el planeta, pese a que no ha quedado demasiado claro cuál es su auténtico significado. Como decía el viejo mayordomo de Batman, “Algunos hombres no buscan cosas lógicas, como el dinero, no los puedes comprar, ni acosarlos, ni razonar o negociar con ellos, todo lo que quieren es ver cómo arde el mundo”. El nuevo Joker interpretado por Joaquin Phoenix a las órdenes de Todd Phillips (2019) comenzó a saltar a espacios de la política, la conversación social y la bullanga anti-establishment de manera continuada y sostenida. En las protestas callejeras de Hong Kong, en las que China ha prohibido las máscaras, algunos manifestantes se maquillan como el Joker. La misma ocultación del rostro se ha observado también en las revueltas de Chile y en las de Beirut, e incluso hubo uno de esos simpáticos especímenes procesistas en Cataluña que, a través de Twitter, propuso que antes de salir a quemar barricadas en las calles de Barcelona la gente fuera con máscaras del Joker antes que con pasamontañas. El rostro del Joker ha sido adoptado por la alt-right americana y por muchos seguidores del partido de la ultraderecha franquista española, Vox, lo cual complica la cosa, porque si el Joker es un símbolo adoptado a la vez por movimientos tan lejanos, de signo político contrario e incompatibles entre sí, ¿de qué es exactamente un símbolo? El Joker de Joaquin Phoenix representa al hombre sin futuro abandonado por una sociedad insensible que, fruto del hartazgo, llega a una situación límite catastrófica -razón por la cual hubo reacciones iniciales furiosas hacia la película de Todd Phillips por entender que justificaba acciones como las de los lobos solitarios que masacraban a tiros a sus compañeros de instituto-, pero también es un referente para la sociedad hastiada, decepcionada, descreída de la capacidad transformadora en positivo del poder, y que no tiene especial interés en ver el mundo arder, pero si resulta que el mundo se va al garete, tampoco le importará mucho porque está cerca de tocar fondo y ya no puede ir todo mucho a peor.

Si el orden se reinstaura o se sustituye por otro, tanto da: es en medio del desorden cuando parece que la vida tiene sentido. Lo cual no deja de ser una reacción irresponsable e inmadura, basada en una psicología errónea, pero que se quiere justificar a través de teorías extremas -la de que no hay cambio posible sin violencia, y también la tesis del psicoanalista francés Jacques Lacan según la cual el loco es el que está verdaderamente cuerdo y ve la realidad tal como es, igual que nuestro Joker-, de modo que da por hecho, de paso, que no habrá una reacción positiva hasta que se produzca el hundimiento completo. Y ese es otro significado simbólico del Joker: es el peso que tira para abajo, el que acelera el proceso del caos. En los últimos días hemos visto arder las calles de Barcelona, la capital de Cataluña, Comunidad Autónoma de España, en la Unión Europea. Un rapero Hasél, quien llegó a creerse el mismísimo Jocker, en las rimas de sus canciones pedía a ETA y a los Grapos que volvieran a atentar en la España de Juan Carlos ‘el Bobón’, está en la cárcel, no era Joaquín Phoenix…

Su encarcelamiento por delitos de enaltecimiento al terrorismo e injurias a la Corona –a lo que hay que sumar otras condenas aun no firmes por lesiones y amenazas– ha encendido la chispa de los incendios y algaradas violentas que asolan Catalunya. Pero ¿quién es realmente Hasél? ¿Cómo ha podido provocar alguien apenas conocido más allá de su entorno esta tensa situación? ¿Por qué sus seguidores son tan jóvenes? Son solo algunas de las preguntas que muchos se plantean ahora –con independencia de si lo critican o apoyan– vista la magnitud de las protestas. Y no tienen fácil respuesta. En estos casos lo aconsejable es ir al principio. Pau Rivadulla es hijo de una familia rica de Lleida. Su padre, Nacho Rivadulla, trabajó durante años como profesor de matemáticas en el IES Gili y Gaya antes de embarcarse en diferentes negocios (la mayoría vinculados con la agricultura) y formar parte, junto con Tatxo Benet, de una truncada aventura con la Unió Esportiva Lleida. Ambos, consejeros del club, fueron absueltos tras acusarles de la quiebra millonaria de esa sociedad.

Su madre, Paloma Duró, es hija de un reputado abogado de Lleida. De pequeño era muy normal ver a Paloma (con la que Pau seguiría manteniendo una buena relación) con su hijo en las instalaciones del selecto club Tenis Lleida. Ese Hasél niño estudió en el Claver, centro privado jesuita por el que han pasado también los hijos de las familias más acomodadas de Ponent. Y ahí se pierde la pista académica de Pau, que no acabó ni el bachillerato. Jamás ha pisado como alumno la universidad, aunque la UdL sea, paradójicamente, el escenario de algunas de sus acciones más sonadas (la agresión a un par de periodistas que hacían su trabajo) y también el recinto en el que se encerró la pasada semana, mientras pedía a gritos que fueran a detenerle o “secuestrarle”, como repetía. El rapero, que en la cárcel dice ser un preso político, acude siempre allí donde hay protesta. El Pau niño tenía ya, recuerdan personas que compartieron con él y su familia muchas tardes en el Tenis Lleida, una mirada inquietante. “Amenazante”, dicen aquellos que han tenido algún encontronazo con el rapero. Apenas parpadea. Y otra percepción en la que coinciden quienes lo han tenido muy cerca: “roza el narcisismo”. Se quiere y le gusta mostrarse en las redes con su perro, en la playa o con una joven a la que nunca se ve la cara. Ahí ha publicado muchas fotos de su infancia, que por lo que se ve en esas imágenes fue muy tranquila y feliz.

¿Cuándo pasó Pau a convertirse en Hasél? No queda claro, pero tal y como cuenta él en una entrevista publicada en el 2018 en Revista R@mbla, a los 14 años se saltaba ya las clases para irse a una plaza a escribir poemas y letras de canciones. Dice ser un autodidacta y no queda claro quien le inculcó las ideas que defiende. En su familia, como en la mayoría, hay un poco de todo. Un abuelo paterno franquista que daba caza a los maquis en el Pirineo, una tía militante de Iniciativa per Catalunya, parientes muy cercanos de derechas… Es lo que ha mamado en casa. “Tiene una autoestima muy alta, él está por encima del bien y el mal. Atiende solo a los que respetan sus ideas. Se cree en poder de la verdad absoluta”, dicen los que le conocen. En la cárcel mantiene esa actitud altiva; allí se ha presentado como “un preso político”. Hasél siempre está en modo lucha. Se ha dejado ver en los últimos años por Lleida en todo tipo de manifestaciones. Si hay protesta, él está ahí. Y aplica, sería un punto a su favor, la premisa del “yo me lo guiso, yo me lo como”.

Pau va por libre (se presenta como comunista y antifascista) y la experiencia acumulada a sus 33 años en la movilización –ya no cree ni en Podemos, decía tiempo atrás, y su receta es la acción directa– le convierte en un “héroe” para la gente más joven, muchos precoces adolescentes. En esa entrevista del 2018 ya presagiaba que si lo encarcelaban el altavoz de su causa se amplificaría y que la “revolución” en las calles la encabezarían los más jóvenes. Ha acertado. A Hasél no le agrada que le lleven la contraria. Algo que no deja de chocar con lo que tanto predica: la defensa de la libertad de expresión. La Audiencia de Lleida ha confirmado esta semana una sentencia de más de dos años de cárcel contra Rivadulla por amenazar de muerte a un testigo que declaró en contra de uno de sus amigos implicado en un altercado con la Policía Urbana. Y pesa sobre el rapero otra sentencia por agredir a un periodista de TV3, que cubría una protesta de Hasél y sus seguidores porque la UdL había contratado a una profesora del PP. Estos dos fallos aún no son firmes, al estar pendientes de recurso. Los antecedentes del joven van más allá de sus canciones; también hay amenazas y lesiones.

Pau Rivadulla tenía ya muchos números de acabar en la cárcel, como autor de esos hechos mencionados que nada tienen que ver con la libertad de expresión. En esas causas, pendientes de resolución firme,  se habla de  lesiones, obstrucción a la justicia y amenazas. Aunque el ingreso en la cárcel  ha llegado por dos sentencias (estas sí firmes) por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la corona, en pleno debate sobre la desaparición del artículo del Código Penal que castiga con cárcel esas conductas. Que hay que cambiar el Código Penal –“para que ningún otro cantante acabe entre rejas”, como dice Oró– es un tema que muy pocos discuten ya a estas alturas. Pero eso no borra la cuenta pendiente con la justicia de Hasél –que no ha mostrado ni un ápice de arrepentimiento– con condenas desde el 2011, algunas por graves amenazas de muerte que han quitado el sueño a sus destinatarios. El ex alcalde de Lleida, Àngel Ros, fue una de las víctimas. El rapero fue condenado a una pena de multa por desear la muerte del político. Creo que estamos ante un problema personal psiquiátrico y otro de salud mental social en Barcelona y Catalunya más que ante un problema político.

Está de moda regular las redes sociales. Sí existen alternativas democráticas y de salvaguarda de los derechos humanos para hacerlo. Pero el debate no puede estar ausente de las asignaturas pendientes y de las omisiones de quienes podrían impulsar la conectividad. No olvidemos que el derecho de acceso a las Tecnologías de la Información y la Comunicación, la banda ancha e Internet es el que habilita la libertad de expresión. Antes que las redes sociales están la infraestructura, la conectividad y los servicios de telecomunicaciones. No por proteger la libertad de expresión de políticos y gobernantes (que tienen espacios de sobra para expresarse) olvidemos que es un derecho de todos los quintanarroenses y mexicanos, pero no todos tienen la oportunidad digital para ejercerlo. ¿Arde Barcelona por el rapero catalán Pablo Hasél? ¿Arderá México contra las regulaciones de Twitter y Facebook del senador morenista Ricardo Monreal Ávila para ‘proteger’ el derecho de expresión de los internautas mexicanos y así como de los 40 millones de ‘desconectados’?

‘Mirrey’ es un término coloquial que se usa en México para señalar a un joven que proviene de una familia adinerada y que lleva una vida de lujos, fiestas y excesos. El término es similar a ‘fresa’ que se refiere a una persona de actitud recatada, seria y en veces arrogante. El ‘mirrey’ es un sujeto egocéntrico y de escasa conciencia social. De clase acomodada y lujos especiales. Para un ‘mirrey’ auténtico las fiestas no escasean, los lentes oscuros se usan de sol a sol, el rosario en el cuello es obligado y para qué hablar de lujos: tienen a su alcance todas las marcas más exclusivas de autos, yates, relojes y un sinfín de cosas. El rapero Hasél, es un despistado ‘mirrey’ en Barcelona, necesitado de una terapia con un psiquiatra. No es descartable ofrecerle unas vacaciones en nuestro Tulum para que nuestro Roberto Palazuelos Badeaux, el actor protagonista del reality show “Mi Rey”, le aclare la mente. El catalán Hasél no es Jocker y menos el interpretado magistralmente por el actor estadounidense Joaquín Phoenix.

 

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