Aumentan los cargamentos desde el Marruecos del rey Mohamed VI, en el inicio del fin de confinamiento por el COVID-19…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

 

En la Cordillera del Rif, miles de campesinos siguen cultivando, en más de cien mil hectáreas ‘oficiales’, desde hace siglos, ‘cannabis’. Los ‘agricultores’ tachan de “locos” a las organizaciones que les insisten machaconamente en introducir productos agrícolas alternativos como el azafrán, la hierbaluisa, la lavanda o las rosas para elaborar jabones, aceites u otros productos cosméticos. El maldito escritor parisino Charles Pierre Baudelaire, debido a su vida de bohemia y excesos, en sus ‘Paraíso artificiales’ loaba el consumo de la ‘mota’ marroquí hace más de un siglo. Miles de jóvenes ‘muleros’ trasladaban en el interior de su cuerpos condones llenos de bolas de ‘chocolate’… Hace más de treinta años, muerto Francisco Franco, España estrenaba libertad. Todo el mundo ansiaba: leer ‘Cien años de soledad’ de Gabriel García Márquez sin ser increpado por la Guardia Civil en un control y conducido al Cuartel de Eibar para ser interrogado -fue una experiencia personal-; ver ‘El gran dictador’ de Charles Chaplin; oír canciones de Pedro Infante, Jorge Negrete, Chabela Vargas, Trío Los Panchos, prohibida por el dictador al romper México sus relaciones con España tras el fusilamiento de cinco jóvenes antifranquistas, Juan Paredes Manot ‘Txiki’, Ángel Otaegi, José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, el 27 de septiembre de 1975…

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También ansiábamos con viajar a la Europa democrática y a París y poder comprarse unos libros de la editorial Ruedo Ibérico y poder acceder a otras fuentes donde conocer algo más de nuestro reciente pasado gracias a Hugh Thomas y su clásica ‘Historia de la Guerra Civil Española’, ‘La operación Ogro’ de Julen Aguirre, seudónimo de la escritora Eva Forest donde se narraba el atentado contra el Almirante Carrero Blanco, ‘Historia de España’ de Manuel Tuñón de Lara…; comprar el doble LP de recital que Paco Ibáñez dio en el Olympia musicalizando poemas de García Lorca, Miguel Hernández, Archipreste de Hita, Pablo Neruda, Antonio Machado…; probar un absenta en la cafetería La Palette, lugar que fue de encuentro de Pablo Picasso, Salvador Dalí, Juan Gris, Wilfredo Lan; alquilar en el Centro George Pompidou el documental ‘Las Hurdes, la tierra sin pan’, rodado por Luis Buñuel; acudir a un cine cualquier y gozar de ‘El último tango en París’, ‘Delicias turcas’, ‘Enmanuel’…; deambular por las calles sin ser molestado por los ‘secretas’ -policía política de Franco por tener un único defecto: ser joven e ir a tu ‘pedo’, éramos chulos de la libertad… No teníamos todavía ‘cargas administrativas’ en nuestras vidas. No pagábamos hipotecas ni facturas de servicios domésticos, comida, vestimenta, viajes… Nos permitíamos el lujo de definirnos públicamente como socialdemócratas, liberales, democratacristianos, marxistas leninistas, maoístas, trotskistas, anarquistas, durrutistas, marcopanelistas, carrillistas, felipegonzalistas, peneuvistas, poumistas, budistas, bahais, abertzales, independentistas, blaspiñaristas, falangistas auténticos, carlistas, frapistas, fidelistas… Muchas veces uno no sabía el nombre del que saludabas. “Es de la IV Internacional, de LKI…”, era lo más importante del perfil de entonces. Eso les jodía. Todos los partidos e ideas, salvo las del nacionalcatolicismo del franquismo, estaban dictatorialmente prohibidas.

En este escenario -“sospechosamente” para los más paranoicos-, de un día para otro, aparte del tradicional alcohol de ‘cubatas’ y ‘gintonics’, los jóvenes descubren que sus madres y abuelas toman ‘Bustaid’ y otras ‘anfetas’ para bajar de peso y que éstas le dan terrible ‘marcha’ a uno; las plazas de los barrios antiguos de España se llenan de ‘talegos’ de hachís, a mil pesetas cada uno y con los que uno puede prepararse hasta diez ‘joints’… ‘Porros’ que se fuman solidariamente, acorde con la ingenua etapa postfranquista, donde lo nuevo era bautizado sin previa ‘catequesis’ alguna. La España juvenil ya no estaba dividida en dos bandos tradicionales, el rojo y el azul, sino en dos innovadores segmentos sociales ‘los alcohólicos anónimos’ (extrema izquierda dividida en más de un centenar de partidos pro maoístas, vietnamitas, trosquistas, soviéticos, cubanos, abertzales…, expertos en mil y un brebajes ‘baconianos’) y ‘los estudiantes de farmacia” (especialistas en hachís, sicotrópicos, setas y amanitas… y sus ‘colocones’). No faltaban referencias a Carlos Castaneda, antropólogo y escritor peruano nacionalizado estadounidense, quien aseguraba haberse convertido en un chamán nagual tolteca tras un intenso entrenamiento de modificación de la conciencia y su percepción, que incluía el uso ritual de enteógenos en una primera etapa; a posterior este tipo de sustancias fueron innecesarias, e incluso nocivas, sobre todo para su estómago, según sus propias palabras. El murió de un cáncer hepático, aunque llegó a los 72 años. Sus primeros libros están ligados a la psicodelia y la contracultura de fines de los años 60 y 70.

En esta ‘melée’ social hay quien se vanagloriaba de ser un experto en el nuevo producto ‘de la hostia’ de principios de los años ochenta: el hachís. Recuerdo que se llamaba Diego. Terminada la discoteca Mickey Mouse de Eibar, los que no queríamos irnos a nuestras casas terminábamos yendo a una sociedad particular, ‘El Submarino’ -estaba en un bajo de la Torre Unzaga donde uno podía comer algo y seguir bebiendo. Diego nos llevaba cinco años de diferencia. Esto le hacía creerse superior al resto de los presentes. Su reloj en la muñeca derecha y el yo en su boca, le delataban. Uno del grupo, Loren Bascaran, optó por preparar un ‘porro’ con tabaco rubio y un dado de sabor para sopas, no sé si era Gallina Blanca, Knor o Starlux. Lo que nunca se me olvidará es el olor de costilla de cerdo del ‘canuto’. Diego fue el primero en probar el innovador ‘hachís’. Recuerdo que después de dos caladas Diego se puso blanco y presto optó por tumbarse en un banco de la sociedad, a la vez que nos reprochaba… “Cabrones, el ‘chocolate’ éste no es de Ketama sino de Afganistán. Está de puta madre…”. Lo que se había olvidado Diego es que antes de las caladas se había metido no menos de veinte tragos -cubalibres de ron o güisqui y Coca Cola, ginlimón de Kas, o gintonic de Schweppes…-, a lo largo de la noche. Esas pócimas sí que eran ‘afganas’. Pasados varios meses de la muerte del Caudillo, Francisco Franco, miles de jóvenes en toda España acudieron en masa a la ‘meca’ del hachís: Ketama, cercana a la población marroquí de Fez, en la cordillera del Rif. La ‘bajada al moro’ se pagaba después con el ‘trapicheo’ de varios gramos de hachís, introducidos en el cuerpo, a través de varios condones y mucha vaselina o lidocaína.

Los ‘cultivadores’ del hachís en sus pequeñas haciendas tachan de “locos” a las organizaciones no gubernamentales que les insisten machaconamente en introducir productos agrícolas alternativos como el azafrán, la hierbaluisa, la lavanda o las rosas para elaborar jabones, aceites u otros productos cosméticos, en las más de cien mil hectáreas ‘oficiales’ dedicadas al cannabis… Hassan, al igual que hace con otros clientes alojados en el hotel, nos invita a su ‘caserío’ familiar para enseñarnos sus cuartos llenos de ‘cannabis’ secándose y nos enseña el proceso de elaboración. De paso, como así ocurrió, nos insistirá a que le compremos varios condones con bolas de droga, con sus respectivas dosis de vaselina o lidocaína. Le adelantamos de nuestro nulo interés, pero sí de conseguir información con la correspondiente posterior factura ‘oficial’. La entrevista se inicia en una sala inmensa llena de kilims (alfombras) y almohadones donde la baja altura de los ‘asientos’ de piel curtida en la Medina de la cercana Fez, le obligan a uno a intentar sentarse en cuclillas o sencillamente tumbarse. En una de las mesas nos topamos con un libro, que no podía ser más oportuno para la ocasión, ‘Paraísos artificiales’ del escritor francés Charles Pierre Baudelaire. Lo mejor del inicio del encuentro, el té a la menta y las pastas de almendra y miel, como los ‘cornes de gazelle’. La tertulia se alarga. El tiempo desaparece. Nos quedamos a cenar. Una harira (sopa de legumbres) y un mechui (cordero asado), completan el menú. Nos sirven sus hijas. Su esposa es la magnífica cocinera. Madre e hijas no se sientan con nosotros. Nos ‘espían’ desde su ‘territorio’ que es la cocina. Nos despedimos de ellas. Antes nos bebemos de golpe una interminable Coca Cola de vidrio verde. Los eructos son bienvenidos. Es una forma de demostrar nuestra satisfacción con el ágape improvisado.

La sonrisa de los amables bereberes es una constante durante nuestra estancia en tierras del antiguo Protectorado Español. Muchos de nuestros confidentes dominan el francés, el bereber, el árabe y también, el castellano. “En la Guerra de 1923 muchos soldados de España se enamoraron y crearon su familia aquí y no llegaron a regresar a su país… Algunos viajaron a arreglar sus papeles, pero volvieron al Rif. Casi todos tenemos antepasados españoles. En muchas casas que afloran como setas en estos montes hablamos el bereber y el español como lenguas maternas…”. El uso del hachís, habitual en el Medio Oriente, se propagó a Europa en el siglo XVIII. La palabra ‘hashís’ o hachís, que es la palabra ya castellanizada, proviene de los ‘hassassins’, miembros de una secta famosa por sus asesinatos y vinculada al uso de este psicofármaco. Un cigarro elaborado con tabaco y hachís es un ‘porro’ o ‘canuto’. Y la persona que lo ha consumido, está ‘colocado’ o ‘emporrado’. El hachís es una pasta hecha con la resina prensada que segrega la parte florida del cáñamo hembra, (los llamados cogollos). Dicha resina tiene un color café intenso y generalmente se presenta comprimida en forma de pequeños bloques. Se elabora extrayendo la resina de la marihuana seca con ayuda de un cedazo. La marihuana se agita dentro de un tamiz hasta que la resina atraviese los agujeros de la malla toda vez separada de la materia vegetal. Esta resina se prensa para formar una bola o una tableta de hachís. Este contiene proporciones mucho más considerable de canabinoles que la marihuana.

En sus ‘Paraísos artificiales’, el poeta maldito parisino Charles Pierre Baudelaire, llamado así debido a su vida bohemia y excesos, describe sus experiencias personales con el hachís… “Primero se apodera de vosotros una cierta hilaridad absurda e irresistible. Las palabras más vulgares, las ideas más simples cobran una fisonomía extraña y nueva… A veces, ciertas personas totalmente ineptas para los juegos de palabras improvisan series interminables de tales juegos, de combinaciones de ideas absolutamente improbables, que desconcertarían a los maestros más duchos de este arte absurdo… La segunda fase se anuncia por una sensación de frescor en las extremidades y una gran debilidad… Los sentidos adquieren una finura y una agudeza extraordinarias. Los ojos descubren el infinito. El oído percibe los sonidos más tenues e medio de los más agudos ruidos. Comienzan las alucinaciones.

Los objetos exteriores cobran apariencias monstruosas Se os revelan bajo formas desconocidas hasta entonces. Luego se deforman, se transforman y finalmente entran en vuestro ser o vosotros entráis en ellos. Se dan los equívocos más singulares, las transposiciones de ideas más inexplicables. Los sonidos tienen color, los colores tienen música. Las notas musicales son números y resolvéis con vertiginosa rapidez prodigiosos cálculos aritméticos a medida que la música se desarrolla en vuestro oído. Estáis sentados y fumáis; pero os creéis sentados en vuestra pipa y que es a vosotros a quien la pipa fuma; sois vosotros los que os exhaláis en forma de nubes azuladas… Las proporciones del tiempo y del ser se hallan descompuestas por la innumerable multitud y la intensidad de las sensaciones y de las ideas. En el espacio de una hora se viven varias vidas de hombre… De vez en cuando la personalidad desaparece. La objetividad… llega a ser tan fuerte que os confundís con los seres exteriores… La tercera fase… es algo indescriptible. Se trata de lo que los orientales llaman kief, la felicidad absoluta. Ya no es algo turbulento y tumultuoso. Es una beatitud tranquila e inmóvil. Todos los problemas filosóficos están resueltos. Todas las cuestiones arduas con las que luchan los teólogos y que desesperan a la humanidad razonante son ahora límpidas y claras. Toda contradicción se ha convertido en unidad. El hombre recibe un ascenso y se hace Dios…”

Si decide darse una vuelta por Fez, el viaje de esta ciudad hasta Ketama en un autobús de línea, un viejo, destartalado y casi fundido ‘Mercedes’, le permite adentrarse en el Marruecos profundo y ver unos paisajes apasionantes: valles semidesérticos que se convierten, en cuestión de minutos de lenta marcha, en interminables bosques, con mil y un verdes, con árboles más propios de otros lares mucho más septentrionales, y donde los pájaros no paran de cantar. Hace más de treinta años eso me llamó la atención. Los trinos no pueden disimular cierta dosis de “kief”, la felicidad absoluta, a la que hacía referencia el maldito Baudelaire. En Ketama, hoy, también, los pájaros no paran de cantar, al igual que en el Fraccionamiento de Bahía Azul de Cancún, donde tenemos la redacción de EL BESTIARIO.

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