LA COVACHA DEL AJ MEN

CLAUDIO OBREGÓN CLAIRIN

En una ocasión, un ángel inorgánico comunicó al Dios de los Inconvenientes que existía un planeta azul donde había seres que eran humanos. El Dios de los Inconvenientes tomó la pequeña maleta que tenía reservada para los viajes relámpago, apagó el boiler y salió volando en dirección al planeta azul.

Cuando llegó, el frío en el Norte era continuo pero soportable. Algunos seres humanos vivían en las zonas tropicales; los observó por algún tiempo y finalmente decidió que los humanos merecían un desequilibrio ligero, así nada más, como para darles sentido a su existencia.

El Dios de los Inconvenientes les envió un rayo que quemó un árbol; los humanos se asustaron y miraron cómo se consumieron las ramas y el tronco. Al ver que eran de lento aprendizaje, les envió un meteorito que quemó los bosques tropicales. Las brasas se mantuvieron vivas por muchos soles y de pronto, a uno de aquellos humanos se le ocurrió tocar una brasa; al sentir que le quemaba las palmas de las manos, la arrojó a un montón de hierba seca que se encendió de inmediato. Entendió aquel humano que el fuego tiene como esencia incorporar a su condición aquello que toca; la luz y el calor fueron creciendo y creciendo hasta que llovió y se acabó el fuego.

El sol dio muchas vueltas y el humo se gastó, el humano que se había quemado las manos se enojó, perdió el poco control que tenía sobre sí mismo y arrojó una piedra sobre otra, salieron chispas e inició un nuevo fuego. El Dios de los Inconvenientes soltó una gran carcajada y se fue a su casa; iba feliz por dejar a los humanos con las llamas entre las manos.

Desde entonces el fuego y el humo nos han acompañado a la hora de sembrar, explorar, cocinar, transportar, amar, leer, calentar y destruir. El fuego es una condición de la materia que no acostumbra compartir, se alimenta de todo, es amigo del viento pero se muere con lo que nos mantiene vivos: el agua.

El fuego es tan intenso que quienes se queman, sienten frío. En su flama habitan azules que recuerdan el espacio donde el horizonte une al mar con el cielo. Dicen que amarillo es su rostro y que en el centro habita el blanco porque el fuego tiene la fuerza de la claridad.

Nuestros ancestros mesoamericanos entendían que el fuego se debía apagar y crear de nuevo cuando los ciclos concluían. Platicaban con los dioses en presencia del fuego.

Otros abuelos, y en épocas de oscuridad, quemaron en la luz del fuego a mujeres acusadas de ser brujas y hechiceras ¡Qué limitados aquellos humanos que no veían que las mujeres están formadas de infinitos misterios!

Pareciera que el fuego es un elemento indomable, pero en pequeñas cantidades puede colocarse seco en los cerillos o gaseoso en los encendedores y así, de manera ritual, lo hacemos nuestro al encender un cigarro o un incienso.

El fuego no tiene una forma definida porque se adhiere a lo que consume, está siempre sonriendo y no lo hace por malévolo, sino porque ejerce el pleno derecho de saludar a sus conquistas.