Roberto Guzmán

El principal obstáculo que nos impide comprender la muerte,

 es que nuestro inconsciente es incapaz de aceptar

que nuestra existencia deba terminar.

De acuerdo con la tradición judeo-cristiana, el derecho a morir con dignidad constituye una parte del derecho a la vida pues es sabido por todos y todas que esta tradición rechaza recurrir a la muerte asistida, pues implica que el significado que se le atribuya al concepto “morir con dignidad” se deba distinguir radicalmente del propuesto por quienes defienden la eutanasia. De aquí la importancia de entender por “derecho a una muerte digna” el derecho que tenemos a vivir (humanamente) nuestra propia muerte al llevar implícitamente esta afirmación la idea que ante la inevitabilidad de nuestra muerte cabe el ejercicio de nuestras libertades.

La muerte no puede ser considerada como un fenómeno meramente pasivo que ocurre en nosotros y frente al cual permanecemos por así decirlo impotentes que es el acto de todo hombre, sino hay que considerarla como un “acto humano”, es decir como un acto en el que nuestra libertad a decidir pueda intervenir en alguna medida.

Con el avance de los Derechos Humanos, en los debates médicos y jurídicos ha dejado ya de discutirse tanto sobre el carácter lícito o ilícito de la eutanasia, más bien debería de hablarse y pensar sobre su mayor o menor conveniencia en casos concretos sobre las normas que deben regular su aplicación y sobre su mayor o menor aceptación social y política, al poner en evidencia la conveniencia de evaluarla en términos de un cálculo costo beneficio.

Es evidente que el morir no cae en el ámbito de nuestra libertad, pero sí está sujeto a la actitud que adoptemos frente a ello, pues no siempre es fácil quien lo afronta con una actitud interior de aceptación.

Hace unos días junto con mi familia se tuvieron que tomar decisiones y enfrentar valores culturales y religiosos de cada uno de nosotros ante la muerte inminente de un ser querido, de lo que debía ser el “morir bien” de mi madre, ya que en ese momento no se trataba de un evento médico o científico natural, sino de las convicciones morales y religiosas de cada uno de todos nosotros que íbamos a determinar lo que debía considerarse correcto decidir frente a su muerte tanto para ella que moría, como para quienes la atendían, pues su derecho a “morir con dignidad” no debía ser entendido como una formulación de su derecho en el sentido preciso de las leyes; más bien no era en ese momento entender su muerte, sino la ‘forma de morir de ella’. que si era o no su derecho humano.

De todo esto, mi estimado lector y con todos los medios que posee actualmente la ciencia médica para aliviar el dolor y prolongar la vida humana, ¿debe privarse a quien muere de hacerlo con dignidad y acompañamiento o hay que favorecer la vivencia del misterio huma-no-religioso de la muerte?

Considero que liberar a la muerte del “ocultamiento” a que es sometida por la sociedad actualmente, solo fortalece y da continuidad a seguirla encerrándola en la clandestinidad…

¿Usted que opina…?