Roberto Hernández Guerra

Cuando Dulce María Sauri, quien fuera entre otros cargos Gobernadora de Yucatán y Presidenta nacional del PRI, insiste por diversos medios públicos en criticar la propuesta de reforma constitucional en materia energética de López Obrador, se me hace más certera que nunca la opinión de John Maynard Keynes de que “son las ideas, no los intereses creados, las que son peligrosas para bien o para mal”. Y me atrevo a decir esto, aunque también puedo agregar que cuando las ideas se ponen al servicio de los intereses de una minoría, la cosa es peor.

Pero en el caso de doña Dulce, su punto de vista no está determinado por el servicio a los consorcios privados usufructuarios de la reforma “peñanietista”, sino por una presunta lealtad a su partido, el PRI, al considerar que la herencia de las ideas “salinistas” representa un quiebre histórico, neoliberalismo incluido, necesario para el bien de la nación.

La entereza moral de la que fuera gobernadora interina de Yucatán (1991-1993) está fuera de discusión y como ejemplo podemos citar un hecho que se diera en su estado, producto de una de tantas “concertacesiones” que Salinas de Gortari otorgara al PAN, como recompensa por servicios prestados. Resulta que en las elecciones municipales efectuadas en el año 1993, el PRI obtuvo la victoria en el municipio de Mérida con una ventaja de apenas dos mil votos. Aunque se diga que en la democracia hasta un voto de diferencia cuenta, los panistas no podían perder una plaza tan importante en simbolismo, con todo lo que representa para el imaginario conservador.

Pero regresemos a esos disputados comicios. Después de múltiples obstáculos provenientes de los organismos electorales, el candidato del PRI llevó al Congreso del Estado su constancia de triunfo. La presión proveniente de la Secretaría de Gobernación obligó a los diputados priistas a trasladarse a la ciudad de México y previa renuncia del ganador, nombrar a quien obtuvo el segundo lugar en el cómputo, o sea el candidato de la derecha. ¿Cuándo se había visto tal cosa? ¡Como si fuera concurso de belleza!

 Amarrada de manos, fiel al salinismo pero también en desacuerdo con la traición al priismo, doña Dulce renunció al cargo que ocupaba. Quizás como compensación tuvo el recuerdo de sus primeros escarceos políticos, cuando en su juventud apoyó al partido del que luego fuera opositora y en la actualidad complaciente aliada.

Veamos en qué basa su opinión sobre la energía, revisando un artículo editorial producto de su pluma, publicado en un periódico de circulación peninsular y que tituló “Anacronismo presidencial”. En dicha colaboración la crítica a la propuesta de AMLO no se centró en consideraciones técnicas ni económicas sino en anteponer el mundo de las ideas de Platón, al mundo manifestado, al de la realidad. Y aquí siguiendo al filósofo Ateniense podría agregar doña Dulce que el mundo “manifestado” es irreal y engañoso y que la multiplicidad de sus formas no es nada más que sombras. O sea, que los subsidios y transferencia de la CFE a las empresas privadas, la preferencia en el despacho y demás elementos demostrables de la necesidad de la reforma constitucional, no son más que sombras en “el mito de la caverna de Platón”. Para ella, lo más importante es “el mundo de las ideas” de la teoría neoliberal que considera a la competencia y el adelgazamiento del Estado como la panacea, que la globalización llegó para quedarse y que la defensa del medio ambiente debe realizarse “en los bueyes del vecino del sur”.

Sostiene la respetada política que lo trascendente es reconocer que los nuevos tiempos requieren nuevas ideas, como si el tan mentado neoliberalismo no fuera un “refrito” del pensamiento de Adam Snith (Siglo XVIII) y que fueron refutados por la realidad de la crisis de 1929 y por la teoría keynesiana.  Pero a final de cuentas, si de anacronismos a anacronismos hablamos, considero que doña Dulce y su partido llevan la de ganar.