Inosente Alcudia Sánchez

Como se sabe, movido por las urgencias de hacer historia, el Tren Maya arrancó a toda máquina con el cobijo del sahumerio de los chamanes y las esperanzas que provocan las acciones bien intencionadas. Quizás inspirados por el natural entusiasmo del nuevo encargo, los responsables de la construcción del Tren Maya obviaron los estudios previos para el arranque de las obras y confiaron, más que en la técnica, en eso que los expertos llaman el proceso de ensayo y error, y se instalaron en la famosa “curva de aprendizaje” que ya se prolongó por tres años. Antes de que AMLO lo recluyera en el purgatorio de los falsos ambientalistas, Rubén Albarrán, el integrante de Café Tacuba que hoy defiende a la selva de las mutilaciones que le está causando el Tren Maya, dijo que “Muchas veces las buenas intenciones del Presidente no se derraman sobre el pueblo”, y, en efecto, es un poco lo que hemos visto en estos años de construcción ferroviaria.

Los encargados del Tren Maya han enfrentado la intemperie de la insensible realidad y, además de los evidentes atrasos en la obra, los costos se han incrementado muy por encima de las cifras alegres con que iniciaron los trabajos en diciembre del 2018. En octubre del año pasado, el entonces director general del FONATUR informó al Senado de la República que la inversión proyectada para el Tren Maya creció casi 60,000 millones de pesos, de 140,000 a 200,000 millones de pesos, y no descartó que el costo total supere los 300,000 millones de pesos. Las causas del incremento no hay que buscarlas con lupa: basta con revisar la prensa para enterarnos del cúmulo de decisiones erradas que han acompañado al trascendental proyecto. Todavía hace unas semanas nos enteramos que el cambio del trazo en el tramo Cancún-Tulúm significa echar a la basura 500 millones de pesos. Sin embargo, no hay que perder de vista cuál es el pecado original: el menosprecio a la planeación, que se expresa en la falta de los estudios técnicos que otorgaran certidumbre a la construcción. En este sentido, muchos compartimos la percepción de quienes afirman que los equívocos y absurdos tropiezos del Tren Maya, son fruto de esa visión providencial que parece guiar la actuación de quienes profesan que la técnica y la ciencia son un costo innecesario y el conocimiento un estorbo. Y, como resultado de ello, todavía hay tramos que no presentan ningún avance, y cuya complejidad constructiva no es menor.

“El compromiso de Fonatur –dice su sitio web- es tener el primer tramo del proyecto funcionando para el 2023… Se espera que la construcción de cada tramo tome alrededor de dos años y medio, para luego iniciar la habilitación del material rodante y sus pruebas correspondientes”. La verdad es que no están claros los tiempos de conclusión de la obra y de inicio de operaciones comerciales (ya vimos que es un proyecto sujeto a imponderables de todo tipo). Lo que se advierte es que, ni con la ruta libre de obstáculos burocráticos-normativos y con el presupuesto disponible, los dos años y medio que le quedan al actual gobierno alcanzarán para cumplir la voluntad presidencial de que todos los tramos que comprenden los 1,500 kilómetros de vías férreas estén en funcionamiento. El presidente tiene prisa -y más apuro hay en las comunidades por ver algún asomo de prosperidad. Pero la prisa y el apuro no justifican ningún daño a la frágil naturaleza de la Península, a los vestigios de la ancestral cultura maya ni a las armónicas formas de convivencia de nuestra gente. El verdadero desarrollo sostenible tiene que conciliar progreso material, bienestar humano y preservación ambiental.

El Tren Maya es un proyecto que –se ha reiterado- es parte destacadísima de las políticas para “hacer justicia” al sureste del país, tan olvidado por los gobiernos federales anteriores. No obstante, la multimillonaria inversión que ha demandado esta obra parece que aún no se refleja en los indicadores económicos de los estados. Si nos atenemos a los últimos reportes del INEGI, por ejemplo, la economía de Campeche sigue en recesión y no se han recuperado los empleos perdidos a causa de la pandemia. En contraste, otro proyecto emblemático, la construcción de la refinería de Dos Bocas ha generado una derrama económica que impacta los diversos sectores de la economía tabasqueña. Para no errarle, al tercer trimestre del año pasado, Tabasco mostraba un crecimiento anual de 14 por ciento del PIB y Campeche una contracción de -2.5 por ciento. En términos reales, entonces, durante la etapa constructiva, el Tren Maya no ha sido el instrumento que contenga el deterioro de la economía y empiece a aminorar la brecha entre estados ricos y pobres.

Cierto, no seamos ingenuos y aceptemos que el Tren Maya no es ni será la solución a los problemas estructurales que, históricamente, han limitado el crecimiento económico de nuestros estados. Quizás pronto nos enteremos de algún programa federal de inversiones estratégicas que, ahora sí, represente un verdadero impulso a la transformación productiva de las entidades con mayor atraso. También, el FONATUR puede sorprendernos con una estrategia integral de promoción del desarrollo que acompañe al Tren Maya y que impacte en el bienestar de, al menos, las comunidades directamente vinculadas al ferrocarril. En el sureste estamos urgidos de una política federal que, hoy, ayude a contener la tendencia recesiva de nuestra economía. Necesitamos buenas noticias.

En la Península, deseamos que el Tren Maya nos conduzca a una etapa de prosperidad. Incluso, desde la perspectiva anímica, nos hace bien mantener la confianza en el proyecto y soñar con un mejor futuro. Necesitamos aliento para seguir remontando la terca realidad y el Tren nos trae oportunas cargas de optimismo. Sin duda, el desencanto y la desmoralización del pueblo pueden ser más costosos que el fracaso de un proyecto público. Por eso, sólo podemos desear que, en efecto, el Tren Maya sea la “locomotora del desarrollo” regional. Es urgente, entonces, que superemos la confrontación y, para eso, es indispensable que las autoridades federales atiendan las legítimas demandas de los habitantes que se verán afectados por el ferrocarril, así como que disipe las preocupaciones de las organizaciones y de los ciudadanos que acusan que esta obra atenta contra nuestro frágil patrimonio natural. El Tren Maya no puede avanzar a ciegas ni desbocado sobre cenotes y ríos subterráneos, agrediendo el bosque y a los animales que sobreviven en estas últimas reservas naturales, destruyendo para siempre los restos de la prodigiosa civilización maya: ese no es el progreso al que aspiramos, ni el que merecemos. Sería bueno que el presidente atemperara sus urgencias políticas y, en lugar de descalificar por sistema, escuchara las preocupaciones colectivas que genera este proyecto y su gobierno exhibiera, con transparencia, las evidencias documentales que dan certeza a su construcción. ¿Dónde están los proyectos ejecutivos, los estudios técnicos, las Manifestaciones de Impacto Ambiental? En estos días se cuestiona el tramo 5, pero todavía se alzarán voces en defensa de Calakmul. Esta es una obra trascendente, con una carga inimaginable de esperanza, que no debe confiarse a la improvisación o a la providencia.