Inosente Alcudia Sánchez

La verdad es que no había advertido la magnitud del despliegue promocional que emprendieron el partido en el poder, organizaciones afines a la cuarta transformación y sus políticos y funcionarios, para difundir la revocación de mandato y apoyar la “ratificación” como presidente de la Republica de Andrés Manuel López Obrador. Igual que si se tratara de una campaña electoral tradicional, he visto coches con calcomanías y mantas colgando en muchas viviendas, en las que se invita a “defender” la permanencia de AMLO en el poder; y se propagaron las multitudinarias “reuniones informativas” para que “SIGA nuestro presidente Obrador”. En serio que para el ciudadano de a pie, ajeno a las veleidades de la política, no deja de ser confuso todo este movimiento en pos de lo obvio: al presidente le quedan más de dos años en el ejercicio del cargo y, hasta donde se alcanza a ver, no hay voces ni acciones que demanden la destitución del jefe de las instituciones nacionales (así se dice). La consulta, entonces, ha sido en realidad un jolgorio moreno, una excusa para refrendar la querencia al líder, un acto de fe para reiterarle al guía que contará con el respaldo de sus huestes hasta el final de su mandato.

Creo, entonces, que atrás de este furor moreno por la consulta hay gato encerrado: es evidencia de que las cosas no van tan bien como nos las dibujan desde Palacio Nacional y que el presidente, el hombre mejor informado del país –según sus propias palabras-, sabe que el barco que capitanea está haciendo agua y, en el horizonte, se perfilan tormentas que son riesgos de naufragio. Necesita, en estas circunstancias, conocer los recursos con que cuenta para replantear las estrategias de navegación: el día después de la consulta de revocación de mandato es el más importante en lo que resta del sexenio, ya que definirá la ruta y las medidas que emprenderá el presidente.

Para tirios y troyanos ha sido evidente el mal humor que permea las mañaneras y la radicalización del mensaje presidencial (en una versión actualizada y recargada de “al diablo sus instituciones”, está semana –quien juró cumplir las leyes- recetó a los ministros de la Suprema Corte un grave “no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”). Agotada más de la mitad de su mandato, es probable que el presidente esté enterado del rendimiento político decreciente de su discurso diario y, de manera simultánea, de la creciente desaprobación social a su gobierno: según la última encuesta de GEA-ISA, prácticamente la mitad de los ciudadanos (47%) está dispuesto a ejercer el voto útil y sufragar por un candidato que, aunque no sea su preferido, evite que el sucesor de AMLO llegue a la Presidencia. Como reflexiona Guillermo Valdez Castellanos en su columna de Milenio del pasado miércoles, “a 26 meses de la elección de 2024 que la mitad de los ciudadanos ya tenga claro que no desean que continúe la llamada 4T expresa con crudeza el diagnóstico de lo que ha sido este gobierno”. Con estos datos en Palacio Nacional, es comprensible que el presidente ajuste ritmos y profundidad en sus políticas. Por ello, le es muy importante conocer la magnitud del apoyo popular con que cuenta y que, supone, reflejará el resultado de la consulta.

A estas alturas, es claro que al presidente no le importa lo que piensen sus adversarios o quienes no comparten alguna de sus ideas, por lo que los votos a favor de la revocación serán, acaso, una incidencia. Todos sabemos, igualmente, que la consulta no es un ejercicio en el que haya estado en juego la continuidad del mandato presidencial: lo que verdaderamente interesa al presidente es conocer el apoyo real que puede esperar de la sociedad y la capacidad de movilización -o de sacar gente a la calle-, que tiene su movimiento y su estructura gubernamental en todo el país. Lo anterior explica, en buena medida, el mega operativo implementado por la cuarta transformación para allegar votantes a las casillas. Es “su” ejercicio de ratificación (no de revocación), cuyos alcances serán insumo fundamental para el diseño de políticas y la toma de decisiones de cara a la recta final del sexenio obradorista.

Sin duda, el ejercicio de este 10 de abril tendrá trascendencia para todos los mexicanos. Los datos que se recaben acotarán o ampliarán los márgenes de maniobra política que el presidente necesita para consolidar su cuarta transformación. No debemos perder de vista que entre los variados recursos políticos de los que puede echar mano el presidente se encuentra la movilización social. En la memoria política está registrado que, cuando las causas lo requirieron, AMLO encabezó la toma de pozos petroleros, la estrangulación de la capital del país, prolongadas marchas que recorrieron la mitad del país… por lo que no es descartable que, por ejemplo, una política agresiva de expropiaciones, además de ser ejecutada con el soporte de las fuerzas armadas, tenga el acompañamiento legitimador de grupos sociales afines a la cuarta transformación que serían convocados a tomar las calles. Este jueves el presidente lo fraseó: “Que la gente defienda la (su) reforma eléctrica”.

Por otra parte, los resultados de la consulta se vincularán territorialmente a la eficiencia del activismo de los líderes y funcionarios de Morena, y servirán como cartas de presentación para recibir, o no, el beneplácito presidencial. Al partido en el poder, este análisis le permitirá generar un mapa electoral que oriente su actuación política de aquí al 2024 y le será de utilidad estratégica en las elecciones de este año.

Desde una perspectiva ciudadana, debe reconocerse lo valioso de este instrumento de participación democrática que permite (o permitirá en los sexenios por venir) ejercer el derecho “para determinar la conclusión anticipada en el desempeño de la persona titular de la Presidencia de la República, a partir de la pérdida de la confianza” (INE). Las bondades de este derecho político dirigido a empoderar a la ciudadanía, incorporado al artículo 35 de la Constitución y reglamentado por la Ley Federal de Revocación de Mandato, fueron anuladas en este primer ejercicio. El proceso se contaminó desde el inicio al no surgir del interés del pueblo y ser promovido por Morena como una “ratificación”. Agréguese a lo anterior, las acusaciones de presunto uso de recursos públicos y de propaganda ilegal, aderezadas con fotos escandalosas que evidencian la disposición a emplear la maquinaria pública para alcanzar una exitosa jornada de relegitimación del presidente. Así, el ejercicio de revocación de mandato fue “expropiado” del ámbito de “lo civil” y llevado al territorio del “usufructo político”.

Desde una visión de la política real, el presidente está explotando una coyuntura que, evidentemente, sus adversarios no supieron aprovechar. En el acostumbrado surrealismo que nos distingue a nivel mundial, quienes promovieron la revocación son quienes ahora convocan a votar por la ratificación; y lo que debió ser una consulta terminó en la macro evaluación del desempeño de lo que va de la cuarta transformación: es tiempo de examinar la rentabilidad político-electoral de los programas emblemáticos, medir el peso de Morena en el territorio nacional, conocer la capacidad de control político de diversos actores partidistas y gubernamentales y, más allá de los encuestadores, estimar el verdadero peso del respaldo popular que tiene el presidente en cada Entidad Federativa.