Inosente Alcudia Sánchez

¡Qué bonita es la democracia! No están ustedes para saberlo ni yo para contarlo, pero salvo por Breaking Bad –la mejor serie dramática de televisión producida hasta ahora– no había pasado tanto tiempo frente al televisor como el o este domingo en el que se discutió (es un decir) y se votó la iniciativa de reforma constitucional a la industria eléctrica enviada al congreso por el presidente Andrés Manuel López Obrador para su aprobación.

Temprano fui por mi habitual torta dominguera, pasé por un café americano a la tienda de conveniencia que, dicen, paga menos que yo por el consumo de energía y, como si fuera una final de la Champions, me instalé para sintonizar el canal del Congreso. Desayuné, almorcé y cené electricidad. En mi descargo, casi podría asegurar que nunca un canal público había tenido tal audiencia y que, tampoco, ni en los tiempos del canal 13 del legendario Jorge Saldaña, se había transmitido un programa tan extenso y entretenido como el de este 17 de abril.

En la larguísima sesión hubo de todo, aunque prevalecieron los mensajes populacheros, plagados de galimatías y demagogia, sobre las vanas argumentaciones técnicas.

Las acusaciones, descalificaciones, amenazas e insultos cruzaban como saetas el salón de plenos de uno a otro bando y, pese a que el resultado estaba decidido desde mucho antes, tirios y troyanos aguardaban al borde de un ataque de nervios la cúspide de tanta gritadera: los 10 minutos en que se abrió el sistema electrónico para que las y los legisladores emitieran sus votos. Comenzando se notó que la bancada oficial sólo traía la dilación como estrategia para fracturar la unidad del bloque opositor. Hacer tiempo, prolongar el debate, alargar la discusión era la consigna. En realidad, muchos sabíamos que se trataba de una puesta en escena largamente ensayada, cuyo final era de dominio público. Pero, como en cualquier trama de suspenso, en los últimos días el germen de la duda se había inoculado en la audiencia. En los legisladores del PRI, en sus cargos de conciencia y en sus dilatadas colas de deshonestidad, muchos suponían que se encontraban las debilidades para modificar el voto de rechazo reiteradamente proclamado por el denominado bloque opositor.

Para ponerle más salsa al ambiente y agregar drama a la historia, un diputado del PRI anunció su deserción y su respaldo a la iniciativa presidencial. Aunque este caso no alteraba los equilibrios en la Cámara, el avispero se alborotó por el perfil del desertor: desde las catacumbas del anonimato, Carlos Miguel Aysa Damas, plurinominal sin más mérito que ser hijo de su papá y beneficiario del cargo por voluntad de Alejandro Moreno Cárdenas, publicó una carta deslindándose de su partido, denostando al propio Moreno y anunciando su conversión a la 4T. Desde luego, fue una digresión exitosa que agregó incertidumbre al guion de la historia porque muchos pensaron que en la política subterránea se gestaba una insurrección en contra del presidente nacional del PRI. Entonces, a pesar de la fortaleza mostrada por el llamado bloque opositor (de contención, le dicen), muchos analistas esperaban cambios de opinión de última hora; algo que sólo sucedió en el grupo oficialista donde un diputado moreno se alió con los naranjas y una diputada verde votó en contra.

Al final, como si fuera resultado de una bien concebida estrategia mercadológica, el interés por la sesión legislativa se incrementó gracias a las expectativas alentadas por la especulación en los medios informativos y no por la realidad política: con claridad, los líderes de PRI, PAN, PRD y MOCI habían anticipado que no apoyarían esta reforma constitucional y, por tanto, no contaría con el número suficiente de votos para su aprobación. Y fue lo que vimos: pasadas las 11 de la noche, el tablero electrónico que registra la votación de las y los diputados confirmó el final previsto: con 223 votos en contra y 275 votos a favor fue rechazada en lo general la iniciativa de reforma eléctrica del presidente.

Pero, ¡qué bonita es la democracia! A pesar de que el desenlace era conocido por todos y que las convicciones de los distintos grupos parlamentarios eran autos de fe, atestiguamos una discusión entre iguales, el ejercicio del derecho a disentir y a la libertad de expresión de todas las ideas. Más allá de las bondades o perjuicios contenidos en la controvertida iniciativa de ley, en el salón de sesiones de la Cámara de Diputados vimos el archipiélago de ideas y visiones que pueblan nuestro país y, sobre todo, atestiguamos cómo con sujeción a las leyes, con respeto a los acuerdos que se materializan en normas, encontraron cauce las diferencias y, a pesar de lo encendido de la discusión, prevaleció la observancia al marco institucional y, con ello, la defensa y prevalencia de nuestra Constitución. Sin duda, la larguísima sesión del domingo fue particularmente didáctica: ante los asomos de violenta intolerancia política, los diputados federales nos mostraron que el Estado de Derecho es el recipiente en el que caben y se resuelven todas las contradicciones que implican el ejercicio de las libertades de nuestro régimen democrático. La polarización exacerbada en el discurso y el exceso retórico de acusaciones de traición a la patria, encontraron en la fórmula democrática del respeto a la ley la mejor vía para la resolución de las controversias políticas.

Si bien en la palestra legislativa no hay ganadores ni perdedores (al final, el debate se agota en la aprobación o no de leyes), el domingo el congreso se convirtió, también, en una arena política donde se confrontaron ideologías, proyectos y liderazgos. La rechazada iniciativa de reforma constitucional en materia eléctrica es expresión pura de la cuarta transformación, síntesis de la visión de país y de Estado del presidente López Obrador y su movimiento. Su desaprobación, entonces, es un alto a ese proyecto de nación y un claro mensaje de que las oposiciones tienen capacidad para impedir las próximas reformas constitucionales que pretende el jefe del Ejecutivo federal.

Varios amigos opinan, en lo estrictamente político-electoral, que de los personajes involucrados en este evento parece que quien sacó mayor provecho fue Alejandro Moreno Cárdenas: despejó dudas sobre la consistencia de su papel opositor, fortaleció su liderazgo al interior del partido al mantener la cohesión de su grupo parlamentario y afianzó un lugar preponderante entre los dirigentes que se oponen a la cuarta transformación. No obstante, comparto el juicio de otros amigos que afirman que el mejor discurso parlamentario fue el del coordinador de los diputados del PAN, Jorge Romero Herrera.

De alguna manera, la jornada de este 17 de abril, Domingo de Gloria, marcó un punto de quiebre: la resurrección de la oposición a AMLO. Veremos si no es “llamarada de petate” y acaba como la efeméride del día en que por primera vez una iniciativa presidencial no fue aprobada.

(Sí: el título de este artículo alude a un libro del maestro Enrique González Pedrero)