ROBERTO HERNÁNDEZ GUERRA

Opinar sobre lo que está pasando en Cuba es algo problemático. El amor y el desamor, la simpatía y el odio oscurecen los juicios. Los extremos del espectro político se empeñan en “llevar agua a su molino ideológico” sin permitir un análisis sereno. Para los que añoran el mundo bipolar, anterior a la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, la mayor de las Antillas es el último reducto de sus sueños. Los de un mundo en que el control estatal absoluto sobre la economía permita la abolición de la lucha de clases y con ello la  “explotación del hombre por el hombre”; esto a pesar de que la terca realidad demuestre la inviabilidad de un sistema de planificación central con ausencia de las fuerzas del “mercado”.

Por el lado de los conservadores a ultranza, ahora más que nunca refuerzan las críticas, procurando contaminar con sus comparaciones fuera de contexto cualquier asomo de progresismo que se de en otros lugares del planeta. Su identificación con los ideales, valores e intereses de nuestro poderoso vecino del norte los hacen gritar como plañideras.

Pero tampoco faltan aquellos que a pesar de que en algún tiempo mostraron simpatía por la gesta de los jóvenes barbudos que derrocaron la dictadura de Batista y se enfrentaron a los intereses del imperio; los que tuvieron la esperanza del surgimiento de aquel “hombre nuevo” que profetizaba el Che Guevara, ahora estén conscientes de que las cosas no salieron como se esperaban y que la utopía se ahogó en el dogmatismo y la burocracia.

Y es la problemática económica que vive la isla quizás lo más significativo para entender lo que está pasando, con manifestaciones de protesta en los últimos tiempos pero desde siempre con una emigración que cambió de características; de los que se vieron afectados por la revolución, a las nuevas generaciones que nacieron y crecieron con ella. Desde luego que no podemos desconocer otros elementos tales como la mayor información e intercomunicación lograda gracias a “las benditas redes sociales”, el “aspiracionismo” siempre presente en las clases medias y también el justo deseo de liberarse de dogmas impuestos desde el poder.

¿Pero a que podemos atribuir la crisis que allá se vive? ¿Es consecuencia del “bloqueo” de la poderosa nación del norte o es sistémica, o sea de origen interno? La respuesta no está “a la vuelta de la esquina” dicho coloquialmente. Si bien las sanciones impiden las relaciones fluidas entre las dos naciones en lo que se refiere a vuelos, remesas, transacciones financieras, acceso a tecnología y comercio, no podemos dejar de reconocer que hay otros países del mundo con los que se puede burlar la Ley Helms-Burton.

En el apogeo del a “guerra fría”, Cuba mantuvo una relación simbiótica y muy beneficiosa, con el llamado “mundo socialista”; ésta le permitió no solamente sus éxitos en educación y salud, sino también el lujo de participar  en aventuras “internacionalistas”, en Angola y Namibia, en el lejano continente africano. Después de la desaparición de la Unión Soviética tuvieron que enfrentarse a la dura realidad en las relaciones con el exterior, sin el “paraguas” protector de una ideología compartida. Como muestra basta señalar que el comercio con China, que en 2016 era su primer socio, se redujo en un 36% en 2019, lo que no se puede atribuir a restricciones por el embargo estadounidense sino a la falta de divisas para adquirir los productos de la nación de oriente.

Simplificando el análisis, podemos considerar que más allá del agravamiento que la actual pandemia provoca, los problemas de Cuba se deben a dos factores íntimamente ligados. Por un lado el mantenimiento de un sistema que limita el desarrollo de las fuerzas productivas y por el otro, el enfrentamiento permanente con Norteamérica, lo que significa “ponerse con Sansón a las patadas”. La consigna tantas veces esgrimida de “yanquis go home”, se logró a cabalidad.