Roberto Hernández Guerra

La llamada Nueva Ruta de la Seda, proyecto iniciado desde 2013 por China, incluye en primera instancia la implementación de una extensa red de infraestructura de comunicaciones para mejorar la conectividad con Europa, Asia y África. Pero el objetivo va más allá de facilitar el flujo de mercancías terminadas y materias primas, primordial para que este país asiático  mantenga su primacía en el comercio mundial; incluye también el otorgamiento de créditos a los países que quieran sumarse, con el objetivo de estrechar lazos comerciales y económicos, una especie de apuesta al futuro. 

En febrero de este año, Argentina se incorporó a la Franja de la Ruta de la Seda obteniendo un financiamiento de 24 mil millones de dólares. A los recursos ofrecidos, de los cuales 14 mil millones están ya aprobados, se sumaron acuerdos de cooperación en lo relativo a economía digital, tecnología e innovación, agricultura, medios públicos de comunicación y energía nuclear, entre otros. Pero esta nación no es la primera en nuestro continente en recibir recursos por parte de Pekín, ya que a partir de 2005 se habían otorgado créditos por más de 150 mil millones de dólares, de los cuales cerca de la mitad fueron para Venezuela.

Desde luego que no todos están satisfechos con la mencionada expansión comercial, financiera y diplomática, sobre todo cuando se realiza tan cerca de sus fronteras. Recordemos que en 1823, el presidente James Monroe en su sexto discurso al Congreso sobre el Estado de la Unión, estableció que cualquier intervención de una potencia europea en América sería considerada como un acto de agresión. Esto tomado al pie de la letra como “América para los americanos”, o sea para ellos, los del norte, ha sido la constante desde entonces.

En la actualidad, para no quedarse atrás, el presidente Joe Biden se ha pronunciado en contra de lo que llama “diplomacia de la trampa de la deuda”, en referencia a los cuantiosos financiamientos provenientes de China. Y como las promesas no cuestan, ha lanzado su propio plan al que llamó “Reconstruir mejor al Mundo” (Build Back Better World ó B3W), con el propósito de atender el déficit de infraestructura a nivel mundial, que estima en 40 billones de dólares. Desde luego que de plan a plan, el de la Nueva Ruta de la Seda, estimado en un billón de dólares se queda corto; el problema es que el mandatario norteamericano espera que sean las empresas privadas junto con las agencias de desarrollo las que pongan los recursos, y eso es difícil de lograr.

¿Tratemos de averiguar que otras opiniones hay sobre el financiamiento chino? ¿Qué respuesta hay a quienes consideran que el objetivo es obtener concesiones económicas y políticas cuando el país deudor no pueda cumplir con sus obligaciones de pago? El estadounidense “Instituto de Investigación Global”, al estudiar los créditos concedidos a 165 países durante 18 años, no encontró ningún caso en que se hubieran incautado activos por incumplimiento en el pago del préstamo. Por su parte, la publicación estadounidense The Atlantic insistió en que lo de la trampa de la deuda era un mito; según su propia investigación los bancos chinos siempre están dispuestos a reestructurar las condiciones de los créditos y nunca han embargado ningún activo. Es más, recordó que en el caso del puerto Hambantota de Sri Lanka, al no poder cubrirse la deuda, una empresa china lo rentó por un término de 20 años resolviendo la situación.

¿Y nuestro país, que está “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, como reza la frase atribuida a Porfirio Días, que puede esperar? La posición geográfica y la dependencia económica afianzada en los últimos decenios es una jaula de la que no se puede escapar. Una mayor integración con los vecinos del norte, con la esperanza de que la región recupere su   posición en la economía mundial es lo deseable y lo posible. Y eso es lo que promueve el presidente López Obrador.