El fin del mundo, lejos de estar provocado por un gigantesco cataclismo, puede que comience con un simple estornudo chino de Wuhan, que está provocando en Cancún y en todos los rincones del mundo una fiebre de uniones de soledades compartidas…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

No es tan difícil imaginar cómo quedará este mundo cuando desaparezca la raza humana de la faz de la Tierra. Sin duda los simios celebrarán el acontecimiento rascándose las axilas entre grandes carcajadas y esta vez ninguna serpiente les ofrecerá manzanas, porque no habrá un mono que quiera ser dios, por la cuenta que le trae. Entre los animales seguirá la lucha cruel por la vida, pero gracias a que en ella ya no participarán los humanos la maldad dejará de existir. Desaparecida la ponzoña que ha generado la humanidad volverá la gloria vegetal a cubrir el planeta. El mar habrá purgado toda la basura, los ríos serán azules y las cascadas plateadas, en los montes y valles se producirá un gran sosiego preternatural semejante al que hubo en el viejo paraíso cuando las mariposas volaban sobre los helechos arborescentes. El fin del mundo, lejos de estar provocado por un gigantesco cataclismo, puede que comience un lunes por la mañana con un simple estornudo de un ser anónimo que ha cogido un catarro en un punto perdido de cualquier continente. Su desarrollo no será muy diferente de cuanto sucede hoy en esa ciudad china de Wuhan, que parece un avance o tráiler del espectáculo del fin de la raza humana, con las fronteras cerradas, las calles de las ciudades desiertas, sus habitantes confinados en sus casas con mascarillas sin hablar porque las palabras, sobre todo las de amor, transportarán el virus letal. ¿Y si este ensayo del fin del mundo fuera solo una falsa alarma debida a oscuras fuerzas del mal para vender vacunas? En ese caso, tal vez sería el miedo, una peste que carece de anticuerpos, el que acabara con la raza humana, hasta el punto que, bajo este régimen de terror, quien estornudara sería sulfatado, quien tosiera sería ahorcado y así hasta que el último bípedo, que se creía dios, a causa del propio miedo, desapareciera de la faz de la Tierra.

El control de la temperatura se ha convertido en una especie de obsesión nacional en esta crisis del coronavirus chino. Se toma en los metros, a la salida y entrada de los complejos residenciales. En los edificios de oficinas. Y los repartidores de comida a domicilio de algunas de las principales plataformas entregan, junto a los productos cocinados, una octavilla en la que figuran los nombres de quienes han participado en toda la cadena de preparación y reparto. Junto a ellos, sus temperaturas corporales, como certificado de salud. Una tragedia para las tres grandes plataformas de reparto de comida a domicilio en China -Meituan, ele.me y Baidu Waimai- que acumulan 400 millones de usuarios activos cada mes, la mitad de la fuerza laboral china, y que el año pasado movieron 36.000 millones de dólares. Pero aún más para sus repartidores, en su gran mayoría jóvenes inmigrantes con los estudios básicos que ingresan algo más de seis yuanes (80 céntimos de euro) por pedido, a una media de 25 pedidos por día. Las autoridades chinas han lanzado llamamientos a las compañías para que, ante el previsible golpe a sus ingresos, no opten por los despidos. A cambio, ofrecen aplazamientos en los pagos a la seguridad social o créditos a bajo interés. En Pekín, se ofrecerán subsidios a los alquileres, costes de mantenimiento y ayudas a la investigación sobre producción a las empresas que mantengan su número de empleados. En el caso de Xiao Zhong, su empresa le cubre una serie de subsidios que le compensan de sueldo. ¿Volverá la normalidad a sus entregas, al menos en cuanto al número, ahora que las ciudades van a volver al trabajo? “Ojalá. No lo sé. Pero protegerse es lo primero”, opina XiaoZhong, ya sobre su moto, preparado para su próximo reparto. Seis trabajadores sanitarios han muerto y 1.716 han resultado infectados en China hasta el momento por el Covid-19, según un balance difundido este viernes, día de San Valentín por el presidente Xi Jinping y Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de China, quien apareció públicamente con un ‘tapabocas’.

El viceministro de la Comisión Nacional de Salud, Zeng Yixin, ha advertido en una conferencia de prensa de que el número de contagiados entre el personal médico está aumentando y ha urgido a que tomen medidas de protección. Las autoridades chinas y los hospitales han alertado repetidamente de la escasez de equipos para ello, sobre todo de mascarillas. “Las labores de los trabajadores médicos en el frente son extremadamente duras; sus circunstancias laborales y de descanso son limitadas, las presiones psicológicas son grandes y el riesgo de infección es alto”, ha dicho Zeng, citado por Reuters. Más del 87% de los sanitarios infectados estaban en la provincia de Hubei, el epicentro del brote. Según Zeng, han de realizarse más análisis sobre el número de trabajadores infectados en hospitales. El anuncio se produce una semana después de la muerte de Li Wenliang, el oftalmólogo que trató de alertar sobre el nuevo coronavirus y fue acusado por la policía de difundir rumores y obligado a retractarse. El fallecimiento del médico por la infección desencadenó una oleada de mensajes de ira y malestar ciudadano sobre la gestión de la crisis, lo más parecido a una protesta generalizada que ha vivido China en años. La enfermedad continúa sin llegar a su pico en China. Según las últimas cifras, se han registrado 121 nuevas muertes y 5.090 nuevos casos, que llevan el total de infecciones a 63.851. En total, 1.380 personas han muerto a consecuencia del virus.

Yo, como don Quijote, me invento pasiones para ejercitarme”. Esta gentil declaración de Voltaire encierra, me parece a mí la más fina y sutil interpretación de Cervantes. Porque don Quijote no está loco y Cervantes mucho menos, eso lo sabemos desde el principio del libro. Don Quijote es hidalgo cincuentón y soltero que, llegado a ese ápice de la vida, decide pegar el salto cualitativo y cambiar la realidad de los libros por la irrealidad de la vida, mucho más palpitante y vibrátil que lo meramente escrito. Don Quijote principia, o casi, por hacer realidad una metáfora, los molinos que se parecen a los gigantes, y arremete contra una realidad literaria que le desbarata, como tantas otras le van a desbaratar a lo largo de su nuevo camino. Pero aprendamos esto: que don Quijote nunca se enfrenta sino contra metáforas del vivir, desface alegorías y yangüeses, o se reposa en unos duques, de modo que la locura empieza con la realidad y no antes.

Voltaire vio bien que el hombre en madurez y en situaciones de una alerta de la OMS o pega ese salto que digo o le coge ya la postura a la vida, que es la muerte, y no dará más de sí. Don Quijote acierta con ese momento en que se cambia de vida, de cabalgadura, de compañía -Sancho Panza- de curas y bachilleres, de dueñas y sobrinas, del mismo sol en las mismas bardas. Los libros que leía le estaban hurtando a la poesía de la acción con la poesía poética y mala de la dicción. Así que incluso se inventa, entre las pasiones militares y andantes, una nueva pasión amorosa. Es la primera lección que Cervantes nos da en su libro. La vida tiene una segunda parte que se correspondería con la tercera juventud de Aristóteles. Es él, Cervantes, quien rompe con la mediocridad de su vida, pálidamente enaltecida de glorias bélicas, para emprender un libro donde está su rabia por el mundo, su energía al fin liberada al servicio de sí mismo, no ya la energía domeñada y servil del alcabalero y otras suertes. Cervantes es irónico por anacrónico. Ha empezado tarde su aventura y lo sabe. El Quijote no es el libro que vive sino la vida que no ha vivido, y no nos pone a su personaje como ejemplo de nada ni hidalguía de nadie, sino como caso singular de hombre que se decidió a pegar el salto y ese salto quien lo pega es él mismo en figura de Quijote, e incluso se lo hace pegar a un pobre borriquero hecho de perezas y conformidades, siendo así que Sancho nunca pierde el sentido, ese inútil y pobre sentido común del pueblo, pero tampoco pierde la ironía y la distancia para burlarse de su amo con todos los respetos. Don Quijote entra en su nueva edad como un escándalo y Sancho pasa todas las aduanas como un saco de centeno. Tenemos, entonces, el salto desdoblado en tres. Cervantes que roba la fama con un libro, don Quijote que toma por asalto la libertad del vivir más allá de la edad y la voluntad. Sancho, que primero a regüeldo y luego a pleno pulmón, vive vida de caballero andante sin haber leído tales libros. Es la primera rebelión española del intelectual aburguesado, la primera revolución burguesa del hidalgo antecedente y el primer motín del castellano pueblo, un motín de uno solo, Sancho, que vale por todos los que vendrán. Aún hoy, y hoy más que nunca, el hombre que no hace esa revolución interior, que no pega ese salto vecinal, será comido por el poder, amortajado por lo establecido y muerto de asco.

Charles Bukowski carcajea con San Valentín y los sospechosos solterones en Quintana Roo. Si les sirve de consuelo a los que se consideran maltratados ‘chicosviejos’ les paso estos titulares que circulan por las redes sociales, cuando apenas restan unos días para la celebración de San Valentín, como todos los 14 de Febrero, para destacar el concepto universal del amor y la afectividad: “Crece en India la plaga de secuestros de hombres solteros para forzarles al matrimonio”; “Terminan muchas solterías, a raíz de la epidemia de China, promoviéndose uniones de soledades compartidas”… El escritor estadounidense, de origen alemán, Charles Bukowski, fuertemente influido por la atmósfera de la ciudad de Los Ángeles, donde pasó la mayor parte de su vida, murió de leucemia en 1994, a la edad de 73 años. Hoy en día, sigue siendo considerado uno de los escritores más influyentes y símbolo del ‘realismo sucio’ y la literatura independiente. Con sus libros rebosantes de transgresión amable, defendía que somos libres a tope, si somos capaces de amar y ser amados, el papa Francisco ha leído también al maldito Bukowski, quien nos advertía que da igual que contesten a una metiche o maruja que todavía no has encontrado la horma de tu zapato o que las mujeres solo te han querido utilizar para el sexo duro. Ella pensará, primero, sin ningún género de dudas que eres homosexual, lo único que les puede salvar son unas buenas manchas de grasa en la camisa, un descosido en el pantalón o que le intenten meter mano a la obsesiva-compulsiva que no para de preguntar por qué viven solos.

En estos tiempos que se imponen los bautizos para agnósticos y los bar mandamientos, mitzvah para gentiles, los que no han encontrado la media naranja ni un medio melón que les consuele, piden enérgicamente un pequeño hueco en esta celebración, un San Valentín para solteros. Los que no estén en esa situación no pueden entender el escalofrío que les recorre el cuerpo a los que, pasada una determinada edad, deben contestar casi a diario a la archimanida pregunta sobre su estado civil. Si no fuera porque se han encontrado en esa situación un millón de veces probablemente se sentirían como si estuvieran en una reunión de alcohólicos anónimos confesando: “Sí, tengo un serio problema con la bebida”. ¿Pero soltero, soltero? ¿No has estado nunca casado? Estas suelen ser las siguientes preguntas de rigor. Suele ser habitual el utilizar ese término absurdo que se utiliza últimamente: single (soltero, solo, uno, individual, solitario, singular…). En nuestros tiempos de juventud single era exclusivamente un disco fonográfico de corta duración, de dos canciones, a 45 revoluciones y no a 33 como los LP grandes, donde aparecía siempre en la cara A la canción más comercial de la grabación y que, normalmente, daba título a todo el trabajo. En la B, era una obra de puro relleno. Esta parte nunca se rayaba, por haberla condenado al olvido. No me gustan los absurdos eufemismos que se utilizan para llamar a las cosas que ya tienen nombre. Si no has estado casado eres soltero, si has estado casado y ya no lo estás eres un divorciado, y si eres viudo, mis condolencias pero esa es la palabra que se utiliza. ¿Pero vivirás con alguien, no? Llegado este punto lo mejor es negar con un movimiento de cabeza sin entrar en más explicaciones del tipo: “Vivía con una novia pero lo dejamos o sigo viviendo en casa de mis padres porque la cosa está muy achuchada”.

Si el interlocutor es un hombre, lo más probable es que el interrogatorio acabe ahí aunque, sin ninguna necesidad de ser telépata, puedes adivinar que está pensando: primero, este tío es gay, como dicen en la España del esperpento, “soltero maduro, puto seguro”; segundo, es un sabio, la vieja escuela de “soltero y cuarentón, que suerte tienes bribón”. Se imaginará, casi siempre erróneamente, una vida de vicio y perversión en la que uno se levanta junto a una diosa de largas piernas diferente cada mañana. Sin embargo, si la interlocutora es una mujer, es casi seguro que no se va a conformar con una explicación vaga y continuará con el interrogatorio. ¿Por qué no te has casado? Puede pensar, en plan condescendiente que eres un raro. Seguro que es de los que no puede vivir sin las lentejas con chorizo de su madre. Es un obseso de sus libros llenos de polvo y comején, capaces de provocarte un enfisema pulmonar, de los comics de Malfalda o Astérix y Obélix o de sus colecciones siempre incompletas de vitolas de puros habanos, desaparecidos sellos de filatelia por culpa de la Red, de sus viejísimas botellas avinagradas de vinos de su Rioja o Ribera del Duero, por culpa de la edad y no de los malos corchos como repite hasta la embriaguez, rayando al ‘delirium tremens’. Por su mente pasará la idea de un maniático. Debe de ser de esos que tiene las camisas ordenadas por colores y le puede dar un ataque de urticaria si se encuentra una pestaña en el lavabo. Un golfo no es descabellado pensar. También cabe la opción de que seas un psicópata, que va a intentar descuartizarla a la menor ocasión y que expondrá su cabeza disecada, como si fuera un discípulo de ‘John el yihadista’ de ISIS, en algún rincón secreto de su siniestra mansión junto al de otras incautas. Es dura la vida del ‘chicoviejo’ como dicen peyorativamente en España.

Como verán, un soltero, sin abrir prácticamente la boca ya ha sido juzgado, condenado y, muchas veces ejecutado. ¿Se merecen o no una festividad que conmemore la incomprensión a la que se ven sometidos? Recuerdo con cariño a Charles Bukowski, escritor y poeta estadounidense nacido en la Alemania de nuestro Viejo Continente. Los años de nuestra juventud, que siguieron al Concilio II, de Juan XXIII y Pablo VI, se empaparon de algunos autores malditos, como los llamábamos en los turbulentos 70, tras la bronca del Mayo del 68 de nuestra capital cultural europea, París. Bukowski nos dejó abundante literatura, rebosante de transgresiones amables Charles Bukowski, bautizado como Heinrich Karl Bukowski (Andernach, 16 de agosto de 1920 – Los Ángeles, 9 de marzo de 1994). Fue un personaje extremadamente excéntrico y arrebatado. Su legado más importante es que nos enseñó a mantener viva nuestra ‘chulería de libertad’ de la adolescencia, que no es poco.

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