Un siglo después, en tierras del Caribe, muy lejos de la Andalucía y del País Vasco, las Españas de los escritores ‘perrunos’ Antonio Gala y Miguel de Unamuno, nos encontramos con una novela de un cubano, Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015, ‘El hombre que amaba a los perros’, donde reconstruye la vida y muerte del revolucionario ruso León Trotsky y de su asesino catalán Ramón Mercader…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

 

El protagonista de ‘El hombre que amaba a los perros’ de Leonardo Padura es Iván, aspirante a escritor y ahora responsable de un paupérrimo gabinete de veterinaria de La Habana. Recuerda sus encuentros con un solitario personaje que solía pasear por la playa en compañía de dos galgos. Merced a las confidencias de ese hombre, Iván puede reconstruir uno de los crímenes más reveladores de la historia. De cómo León Trotsky y Ramón Mercader se convirtieron en víctima y verdugo. Muchas cosas les separaban pero había algo que les unía y también al ‘relator’ de la capital cubana, Leonardo Padura: su amor por los perros. Mientras tanto en el Aeropuerto de Cancún, dos empleados habaneros que trabajan en Taca Airlines, protagonizaron la ‘resurrección’ de un perrito ‘fumigado’. Pareciera un ‘remake’ del propio Padura en tierras mayas y de ‘guerras de castas’ aplazadas…

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Mientras esto ocurría en nuestra ciudad, Cancún, y en nuestro Estado, Quintana Roo, una noticia en EL DESPERTADOR, fechada en la capital de Corea del Norte, nos perturbaba, a finales de este agosto del 2020, en plena pandemia y la amenaza de tres tormentas tropicales: el presidente Kim Jong Un, carnal de Donald Trump, dos amantes enemigos impuestos por la historia de la Guerra Fría, prohíbe a los perros como mascotas en Pionyang. La medida del gobierno norcoreano generó temor por la sospecha de que los perros pueden ser usados ante la escasez de alimentos. El ‘Querido y Amado Líder’, Kim Jong Un, ordenó confiscar a todos los perros domésticos, por considerarlos un símbolo de la “decadencia occidental” y una “tendencia contaminada por la ideología burguesa”, recalcaba el periódico surcoreano Chosun Ilbo. “La gente normal cría cerdos y pollos en sus entradas, mientras que los oficiales de alto rango y la gente rica posee perros, lo que ha generado algo de resentimiento”. Así que las autoridades han identificado a los hogares con perros y están forzándoles a entregarlos o se están confiscando y los están matando. Los dueños de los perros “maldicen a Kim Jong Un a sus espaldas”, ya que temen que los animales sean usados para alimentar a la población en un país en el que, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), alrededor del 40% de los habitantes necesitan ayuda alimentaria.

Diversos escritores, a lo largo del mundo y de las épocas, reflejan en sus obras su experiencia a la hora de compartir su vida con un perro. Recuerdo que para los jóvenes antifranquistas españoles Antonio Gala y su libro “Charlas con Troylo”, era una referencia ‘militante’. Esta obra es una clásica de la editorial Espasa Calpe, en la España en ‘transición’. No puede ser más elocuente el escritor andaluz al dirigirse a su adorado can: “En los últimos diez años Troylo, ¿qué no hemos compartido? Más sabes tú de mí que quienes me rodean, más que los periódicos, que mis comedias, más que mis poemas donde parece que se vierte como en un vaso de cristal, el alma”. Mención aparte, rompiendo esas ‘obsesiones compulsivas caninas’, la literatura española del siglo pasado nos ha dejado una conmovedora “oración fúnebre por modo de epílogo” del escritor vasco Miguel de Unamuno en su novela “Niebla”. Lo dedicó, no a los protagonistas principales -como era algo habitual por entonces y hasta obligatorio-, sino al perro Orfeo, “en favor del que más honda y sinceramente sintió la muerte de Augusto”, el personaje central. ‘El hombre que amaba a los perros’ de Leonardo Padura, escrita en el siglo XXI nos traslada a los años de la “derrota” de Leon Trotsky, en pleno siglo XX, y que tiene como punto máximo su terrorífico asesinato en Coyoacán, México. Trotsk fue un político y revolucionario ruso de origen judío. Aunque inicialmente simpatizó con los mencheviques -reformistas- y tuvo disputas ideológicas y personales con el líder bolchevique, Vladímir Lenin, Trotski fue uno de los organizadores clave de la Revolución de Octubre, que permitió a los bolcheviques tomar el poder en noviembre de 1917 en Rusia. Durante la guerra civil subsiguiente, desempeñó el cargo de comisario de asuntos militares. Negoció la retirada de Rusia de la Primera Guerra Mundial mediante la Paz de Brest-Litovsk. Tuvo a su cargo la creación del Ejército Rojo que consolidaría definitivamente los logros revolucionarios venciendo a catorce ejércitos extranjeros y a los ejércitos blancos durante la guerra civil rusa; fue condecorado con la Orden de la Bandera Roja. Cuestionó el asesinato brutal y sin juicio legal del zar Nicolás II, su esposa y sus cinco niños. Trotski relata en su diario, una conversación con Yákov Sverdlov (en Moscú es el brazo derecho de Lenin). “¿Quién tomó la decisión de ejecutar a los Románov?”. “Lo decidimos aquí”, respondió desafiante Sverdlov. “Lenin creía que no debíamos dejar a los ‘Blancos’ una bandera viviente para agruparse en torno a ella”. Posteriormente, León se enfrentó política e ideológicamente a Iósif Stalin, liderando la oposición de izquierda, lo que le causó el exilio y posterior asesinato. Tras su huida de la Unión Soviética, fue el líder de un movimiento internacional de izquierda revolucionaria identificado con el nombre de trotskismo y caracterizado por la idea de la ‘revolución permanente’. En 1938, fundó la Cuarta Internacional.

Leonardo Padura vive en el barrio de Mantilla, el mismo en el que nació. Al preguntarle por qué no puede dejar la ciudad de las columnas de Alejo Carpentier, afirma, sin dudas, con uno de sus perros canelos siempre presentes, a modo de ‘intermediarios’… “Soy una persona conversadora. La Habana es un lugar donde se puede siempre tener una conversación con un extranjero en una parada de guaguas”. O en una playa, con un antiguo Héroe de la Unión Soviética, poco antes de que muriera de cáncer en 1978. Está enterrado en el cementerio moscovita Kúntsevo, bajo un nombre falso Ramón Ivánovich López (Рамон Иванович Лопес). También tiene un lugar de honor en el museo del KGB de Moscú. “El hombre que amó a los perros”, quizás es el epitafio que falta en su tumba. No importa. Leonardo Padura lo ha dado a conocer a través de su obra distribuida por Tusquets en México y en Latinoamérica. Google, Twitter, Facebook…, y la Red están apoyando al ‘relator’ cubano. Londres, 22 de agosto de 1940. Agencia TASS de la Unión Soviética. “La radio londinense ha comunicado hoy que en un hospital de México murió León Trotsky, a los 63 años de edad, de resultas de una fractura de cráneo producida en un atentado perpetrado el día anterior por una persona de su entorno más inmediato”.

Coincidiendo con el éxito de “El hombre que amaba a los perros’, dos empleados de TACA Airlines, que trabajan en el Aeropuerto de Cancún, forzados por las circunstancias tuvieron que sumarse a ese club de “Los hombres que amaban a los perros”. Los dos tienen perros en sus casas. Su amor por ellos quedaron opacados por el que tuvieron que demostrar ante un ‘caniche’ en su puesto de trabajo. Eran los encargados del equipaje de esta empresa de aviación centroamericana. Un día, su jefe se les acercó para informarles que la madre de uno de los máximos directivos de TACA Airlines, era de llegar a Cancún al día siguiente y le tenían que der un servicio ‘VIP’. Nada más aterrizar el avión, el cubano Abel y su compañero, se pusieron en función de la mamá de uno de ‘los que más mean’ (jefe, en Cuba) en la firma. Antes de dirigirse donde los viajeros, decidieron fumigar la carga y la nave, como mandan los cánones de salud pública. Enseguida dieron con la ilustre viajera. “¿Dónde está mi jaula con mi perrito?”, les preguntó. “Mamá cumple cien años”, la película del español Carlos Saura, con Rafaela Aparicio como principal protagonista, parecía que se estaba rodando en esos momentos en el Aeropuerto de Cancún. Una ola de aire frío les dejó ‘helados’ a los empleados, sabedores que habían fumigado la carga y no se habían percatado de la jaula con el perrito. Temerosos de lo peor, le convencieron a la madre para que regresara al día siguiente. Ellos se encargarían de cuidar a su perrito. Milagrosamente fue aceptada su coyuntural y forzada propuesta.

Inmediatamente se dirigieron a la bodega del avión. Allí estaba la jaula, pero con el ‘caniche’ muerto. Sin tiempo que perder decidieron salir pitando hacia el centro de ciudad. Se dirigieron a “Mundo animal”, en la Plaza Avenidas. Tuvieron suerte. Había un perro. No se acuerdan de la raza en concreto igualito al difunto. Lo compraron sin regatear un peso su precio. Regresaron a su puesto de trabajo y lograron ‘colocar’ al nuevo animalito vivito y coleando en la jaula. El cadáver fue retirado y arrojado a un contenedor de basura del mismo aeropuerto. La situación fue tan tensa y desgastante que optaron por quedarse en las oficinas de TACA Airlines hasta que llegase la mamá. Minutos después de las ocho de la mañana llegó la dueña del perrito. Ellos le esperaban con la jaula y el nuevo inquilino, con una sonrisa ‘Colgate’… Cuando todavía les separaban no menos de cincuenta metros, la mamá les gritó, mientras corría hacia ellos: “Ese no es mi perrito. Mi perrito estaba muerto. Yo le transporté muerto. Les mentí a los aduaneros señalándoles que le había dado una pastilla tranquilizante. Yo tengo una casa en Cancún y quería enterrarla en el jardín…”. La pesadilla desatada el día anterior y que parecía haber quedado resuelta horas atrás, tenía un segundo y más perverso nudo. El cubano Abel se quedó a dialogar con la propietaria del ‘caniche’, mientras el otro trabajador ‘voló’ hasta el contenedor de basura para recuperar el cadáver. Afortunadamente el cuerpo sin vida estaba todavía allí, debajo de decenas de latas de Coca Cola, Fanta, Pepsi, Mirinda…, y bolsas de Sabritas… Trasladado el cadáver, éste fue recogido por su dueña para recibir sepultura. Sin mediar más diálogos la agraviada se llevó también al nuevo can. Este les costó nada menos que 8.000 mil pesos mexicanos.

El director en Cancún de la compañía les dio las gracias, máxime cuando se enteró del film no lejano a un suspense de Alfred Hitchcock, protagonizado por sus dos operarios. Nadie les preguntó sobre el precio del nuevo perrito. No les importó. Merecía la pena el esfuerzo, pues había que atenderle bien a la mamá de uno de los dueños de TACA Airlines. El puesto de trabajo no podía peligrar tampoco, hay que ser sinceros. “La cosa está mala también en México…”, comentaba Abel, con el argot de su Cuba natal. He intentado durante muchos años que me expliquen los vecinos de La Habana que es ‘la cosa’. Esta es una batalla, al menos hasta ahora, imposible en la isla revolucionaria de Fidel Castro. Entre los habaneros son ya muchos, hartos también de esta incógnita, los que han llegado a colocar en sus casas un cartel dirigido a sus visitantes. El lema, taxativo: “Prohibido hablar de la cosa”. Abel y su compañero pertenecen, después de protagonizar este enredo muy del estilo del cine manchego universal de Pedro Almodóvar en nuestro Cancún Airport, a la saga de los Trotsky, Mercader y Padura, la de “Los hombres que amaban a los perros”.

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