EL BESTIARIO

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

La esposa y adúltera oficial del príncipe heredero revierte las encuestas de popularidad en las que era penalizada por su rivalidad con la ‘asexuada’ Diana de Gales. La reina Isabel II permitió a su hijo Carlos de Inglaterra ‘poner los cuernos’ en el Palacio de Buckingham…

Se conocieron cuando eran dos veinteañeros y la atracción fue instantánea, según el relato que a lo largo de los años han venido desgranando allegados de Carlos de Inglaterra y de la que hoy es su segunda mujer, Camilla, duquesa de Cornualles. La pareja de septuagenarios festeja este 9 de abril sus tres lustros de casados. Y, quizás en privado, también las casi cinco décadas de una relación con intermitencias, pero muy sólida, que sobrevivió a sus respectivos e insatisfactorios matrimonios con otros cónyuges hasta convertirlos en los amantes-protagonistas de una de los grandes culebrones de la monarquía inglesa contemporánea. El grueso del público británico mira hoy por encima del lejano Dianagate y, aún más en tiempos del COVID-19, celebra benévolo que el heredero de la corona haya superado el periodo de aislamiento al que le obligó el leve contagio del virus para reunirse de nuevo con la mujer de su vida.

Por razones de prevención médica la pareja permanece recluida en su querido rincón escocés de Birkhall, el mismo donde pasaron su luna de miel tras una boda consagrada por la Iglesia de Inglaterra, todo un hito al ser ambos divorciados por causa de adulterio. Aquel 9 de abril de 2005, la mujer a la que en su día Diana de Gales denunció como “la tercera persona” en su matrimonio con Carlos desembarcaba en la familia real para quedarse. El heredero de la corona se puso al mundo y a su madre monarca por montera al desposar a Camilla en una modesta ceremonia en un juzgado de Windsor. Hasta Isabel II, tan opuesta inicialmente al enlace, acabó brindando por el futuro de la pareja en el ágape posterior en el castillo de Windsor ante ochocientos invitados.

Por aquel entonces solo un 7% de los británicos sondeados por YouGov aceptaban la idea de una Camilla reina, ante el supuesto de la muerte de Isabel II y la consiguiente ascensión al trono de Carlos. Hace pocos meses, en cambio, un 55% de los consultados por la misma empresa ya aceptaban la idea de Camilla como reina “consorte”, y solo un 32% exigía relegarle a un título inferior, aunque siempre subrayando su papel de compañera del ocupante del trono. En la foto oficial de la boda del príncipe Carlos de Inglaterra y Camilla (en el centro), aparecen en la izquierda de él, sus hijos Enrique y Guillermo, y a la derecha de ella, sus hijos Tom y Laura; sentados, de izquierda a derecha, el duque de Edimburgo y su mujer, la reina Isabel II; y el padre de la novia, Bruce Shand.

Se dice que el tiempo lo cura casi todo, pero ese cambio obedece sobre todo a una cuidadosa coreografía diseñada desde palacio para reemplazar la imagen de “rottweiler” (acuñada por Lady Di sobre su rival) por la de una dama que ejerce de soporte del príncipe y es casi tan trabajadora como él. Camilla preside hoy nueve decenas de organizaciones benéficas y cada año suma centenares de actos públicos. Y aunque la duquesa de Cornualles solo ocupa el undécimo lugar entre los royals más queridos por los británicos -según el último sondeo de hace un año- ha sido finalmente aceptada por la opinión pública. Ante todo porque Carlos aparece hoy a su lado como un hombre feliz y mucho más afable y relajado.

La fijación del príncipe por Camilla Shand -su apellido de soltera- data de 1972, cuando ambos se conocieron en un torneo de polo. El flechazo fue inmediato, pero ella estaba entonces comprometida con el oficial del Ejército Andrew Parker Bowles y solo entabló una breve relación con Carlos para vengarse de las reiteradas infidelidades de su novio. Acabó casándose con este militar, muy amigo de la reina madre, y se dedicó a la crianza de sus dos hijos. La amistad con el heredero se mantuvo a lo largo de los años, y acabó deviniendo de nuevo en affaire amoroso al constatar Camilla que su marido no había abandonado sus prácticas de mujeriego.

El heredero, sin embargo, cortó en seco en 1981, a raíz de la “boda del siglo” que protagonizó con la jovencísima Diana Spencer en la catedral de San Pablo. Pero regresó a los brazos de Camilla cuando tuvo claro que no tenía nada en común con Lady Di y que aquel matrimonio estaba roto de facto. En 1993, un año después de que se oficializara la separación de los príncipes de Gales, salieron a la luz unas cintas que recogían las conversaciones íntimas del hijo mayor de Isabel II con su amante. Camilla -que a su vez acabó también divorciándose- se convertía a ojos del público en la “mala” de la historia, la gran culpable de las desventuras de Diana, cuya muerte en el verano de 1997 todavía ensalzó más la figura de la princesa triste en los altares de los círculos monárquicos más nostálgicos.

Ni cuando hace tres lustros se casó con el futuro rey, ni ahora a sus 72 años (es un año mayor que su marido), Camilla ha intentado competir con el fantasma de “la princesa del pueblo’. Ni podría ni le interesa. Le basta con ser tolerada y, sobre todo, con seguir al lado de Carlos. “Amistosa, divertida, adorable”, así ha descrito la biógrafa real Penny Junor a la duquesa de Cornualles en la intimidad. Siempre se ha entendido muy bien con Carlos, entre otras cosas aficionado como ella a la vida campestre que tanto aburría a Diana de Gales, una mujer ‘asexual’. Incluso comparten la práctica del yoga, que ayudó a Camilla a dejar de fumar ante la insistencia de su marido. Muy celosa de su ámbito privado, Camilla retuvo tras casarse con el heredero una propiedad comprada en el sudoeste de Inglaterra a raíz de su divorcio de Andrew Parker Bowles (1995). A esa casa de Ray Mill, en Wiltshire, suele escaparse sola o con alguno de sus dos hijos (Tom y Laura) y sus cinco nietos. Porque ejercer de abuela y “malcriar” a los pequeños, según ha admitido, es su gran pasión en la vejez. Ella sabe que su suegra siempre le permitió su papel de querida de su hijo. Sabía que su eterno jubilado sucesor estaba ‘colgado’ con Camilla. Su piel y sus orejas aparecían estiradas tras las ‘noches de cuernos’ en la Casa de Windsor.

Enrique VIII (28 de junio de 1491-28 de enero de 1547) fue rey de Inglaterra y señor de Irlanda desde el 22 de abril de 1509 hasta su muerte. Menos conocido por los logros de su reinado que por sus seis esposas, el celebérrimo Enrique VIII de Inglaterra ha pasado a la cultura popular con una imagen con frecuencia distorsionada. Se suele recordar a sus esposas engañadas, repudiadas o ejecutadas, olvidando que el propio monarca, en su legítima ansia de tener hijos varones en quien perpetuar la dinastía, fue a menudo víctima de las malas artes de sus mujeres, de consejeros poco competentes o simplemente de la fortuna. Si bien la vida de alcoba de Enrique VIII fue fascinante y merece ser contada y conocida, no menos cierto es que poca incidencia histórica tuvo en su reinado, con la decisiva excepción de la triste historia de Ana Bolena. Cada año se depositan flores en la capilla de la Torre de Londres, para honrar la memoria de Ana Bolena, quien fuera dama de honor de Catalina de Aragón y reina de Inglaterra hasta el 19 de mayo de 1536. Rondaba la treintena cuando fue decapitada con un golpe de espada, víctima de una conspiración, acusada de adulterio por su marido, que estaba ya enamorado de la que sería su tercera esposa, Juana Seymour. Cuenta la leyenda que el fantasma decapitado de ‘La Bolena’ sigue vagando por la Torre de Londres.

En 1540, Enrique VIII volvió a casarse con Ana de Clèves para fortalecer la alianza de Inglaterra con los protestantes alemanes. Cumplidos los cuarenta y siete años se había decidido a probar fortuna una vez más alentado por un cautivador retrato de la princesa Ana de Clèves pintado por Hans Holbein el Joven, en el que aparecía una muchacha adorable de angelicales facciones. Un ‘Adobe Photoshop’. En realidad tenía el semblante marcado por la viruela, la nariz enorme y los dientes horrorosamente saltones. Además, desconocía otro idioma que no fuera el alemán y su voz recordaba el relincho de un caballo. El desdichado Enrique no pudo consumar la unión porque, según sus palabras, le era imposible vencer la repugnancia que sentía “en compañía de aquella yegua flamenca de pechos flácidos y risa destemplada”. Apenas seis meses después de la boda, la reina fue “expedida” al palacio de Richmond. Ana de Clèves fue compensada a cambio de no aparecer nunca más por la corte. Le nombraron honoríficamente “Su Gracia la Hermana del Rey”.

El caso de la siguiente esposa, Catalina Howard, tuvo un comienzo completamente opuesto. Sus avellanados ojos, sus cabellos rojizos y su figura perfecta hechizaron de tal modo al monarca que la boda fue dispuesta con una inusual celeridad. La caprichosa muchacha había sostenido relaciones amorosas con su preceptor y con varios músicos desde la edad de trece años, actividad que había continuado incluso después de su enlace con el rey. La nómina de sus amantes se incrementó por momentos y algunos galanes de la corte fueron descuartizados tras confesar sus relaciones con Catalina Howard. La reina fue tildada crudamente de “ser ramera antes del matrimonio y adúltera después de él”. El 12 de febrero de 1542 fue ejecutada en el mismo lugar que Ana Bolena y por el mismo verdugo.

Con este currículum a sus espaldas, no es de extrañar que, cuando una bellísima duquesa, Catalina Carr, recibió años después a unos comisionados reales encargados de pedir su mano en nombre de Enrique VIII, ella respondiese sin pestañear: “Digan a Su Majestad que me casaría con él si tuviera una cabeza de repuesto”. Discretamente, supo proporcionar a Enrique, tras sus trágicos matrimonios anteriores, cinco años de paz y sosegada vejez. William Shakespeare no perdió tiempo en escribir su ‘Enrique VIII’, un drama histórico. Durante una representación de ‘Enrique VIII’ en el teatro Globe en 1613, un cañonazo utilizado en efectos especiales prendió en el tejado de paja y las vigas del edificio, incendiando el teatro original hasta convertirlo en escombros. Camilla Parker es consciente que conserva aún su cuello merced a las limitaciones que imponen a la Familia Real Inglesa la Constitución del Reino Unido. No obstante ha podido constatar que sus ‘nueras’, Kate Middleton y Meghan Markle, mujeres de Guillermo y Harry, tienen mucho que ver con el mayor cisma desatado en la Familia Real Inglesa desde los tiempos de Enrique VIII, coincidente en el tiempo con el inicio a nivel mundial de la vacunación contra el COVID-19, y también en nuestro Quintana Roo, ‘en tiempos de pandemia’. William Shakespeare debe estar escribiendo nuevos capítulos sobre la renuncia, huida, entrevista y cobro en  Estados Unidos del príncipe Harry y Meghan Markle con Oprah Winfrey, de la cadena televisiva CBS. Por su entrevista donde cuestionaban de racista a la Monarquía recibieron una cantidad no lejana a los 10 millones de dólares. ‘El Tesoro de Harry y Meghan’.

 

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