Roberto Hernández Guerra

Distraídos en lo inmediato, absortos en lo intrascendente, los mexicanos nos mantenemos divididos, que no polarizados, respecto a la necesidad de una  transformación de la vida nacional. Y no podemos hablar figuradamente de polos, porque éstos se refieren a los dos extremos del eje de rotación de una esfera, que por su naturaleza son de igual tamaño, y en el caso de nuestra división política no existe igual proporción entre uno y otro bando. Sin duda los que añoran un bucólico pasado son millones, pero son muchos más los que desean que las cosas cambien para bien.

El sector conservador, liderado por intelectuales orgánicos, universitarios cómodamente instalados en sus cátedras, medios de comunicación tradicionales, sectores de la cúpula empresarial y desplazados políticos del pasado, representa alrededor de la tercera parte de la población. Una de sus características es no ofrecer a la luz pública un proyecto de nación. Hacen honor a su papel de “oposición” al oponerse a todo, sin ofrecer alternativas; y aquí podemos citar algunos ejemplos:

Se oponen a la reforma eléctrica aduciendo consideraciones ecológicas que no tienen sustento, pero no dicen cómo evitar que en el futuro, Iberdrola repita la receta que le dio al pueblo español. 

Defienden al INE pero soslayan los elevados sueldos de sus funcionarios y el gasto en publicidad que desvía el organismo para auto-elogiarse; critican la propuesta de reforma electoral, sin leer siquiera el texto, pero no dicen cómo mejorar nuestra democracia.

Ocultan que en el fondo de la oposición al proyecto del Tren Maya está el interés de los consorcios turísticos, que con actitud egoísta pretenden que el flujo de visitantes no se expanda a otros lugares. Desde luego que no ofrecen una mejor alternativa para el desarrollo del sureste del país.

Pero entendamos por qué no presenta su propio plan el “eje” conservador, y no es un peyorativo el que usamos para denominarlo, porque a “flor de piel” está su deseo de conservar privilegios, estabilidad emocional o simplemente ilusiones. La respuesta a “botepronto” es que sus propuestas serían difíciles de defender y el rechazo público sería inmediato.

Proyecto si lo tienen; se sustenta en el modelo de economía neoliberal con características muy definidas y que ya fue aplicado en nuestro país. Se sustenta fundamentalmente en dos criterios: el primero en la “teoría del goteo”, es decir, que si le va bien a los de arriba, el bienestar le llegará a los que menos tienen; el otro, que siendo más eficiente el sector privado según su criterio, lo deseable es privatizar lo más que se pueda, hasta el infinito.

Y aquí viene a cuento un texto del premio nobel de literatura, el portugués José Saramago, que a propósito de la intención del presidente peruano Fujimori de privatizar las zonas arqueológicas, escribió unas irónicas recomendaciones de las que extraemos parte:

A mí me parece bien. Que se privatice Machu Picchu,(…) que se privatice la Capilla Sixtina,…que se privatice el Partenón, (…) que se privatice la cordillera de los Andes, que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire, que se privatice la justicia y la ley, (…) Ahí se encuentra la salvación del mundo…”

La última recomendación de Saramago, por pudor me abstengo de agregarla, aunque Layda Sansores sí se las dio a sus pares del Senado en una de tantas sesiones privatizadoras del pasado.

A final de cuentas, antes como ahora, abyectos y sin proyectos que beneficien al país.