ROBERTO HERNÁNDEZ GUERRA

Como escena de la saga de “El Señor de los Anillos”, la obra de J. R. R. Tolkien que narra imaginarias batallas por el poder en la “Tierra Media”. Como reminiscencia de los asaltos a los castillos medievales, a la toma de Constantinopla por los Turcos y a otros ejemplos históricos de la violencia como forma de resolver las diferencias entre los seres humanos,   asombrados observamos por las redes sociales el asalto a la muralla que protegía el Palacio Nacional.

Como en los ejemplos anteriormente citados no faltó nada: arietes, “fuego griego”, piedras, martillos, marros y consignas para alentar a quienes intentaban derribar la “cortina de hierro” que les impedía su objetivo: quemar las puertas del recinto del Poder Ejecutivo Federal. Las defensoras, por su parte, recurrieron al empleo de extinguidores y del polvo emanado de ellos, para disuadir a los atacantes.

Al grito de “somos malas, podemos ser peores”, una representación de “Las Reinas de Polanco”, un segmento de la élite que tan magistralmente describió Guadalupe Loaeza en el libro del mismo nombre, realizaron destrozos en una estación del Metro que seguramente no conocían, por no necesitar dicho medio de transporte. Aquí cabe reconocerle a Ricardo Anaya su interés por ser testigo de cómo viven “los de abajo”, subiendo a Combis de transporte y viajando en el Metro, por si le preguntan en futuras campañas políticas.

Como resultado de la incursión de las y los “barbaros”, porque tuvieron apoyo masculino las féminas que participaron, resultaron 81 personas heridas, de ellas 62 mujeres de la agrupación policiaca que hizo frente a las atacantes. De igual manera, resultó dañado el “memorial” que la noche anterior se había realizado en la valla protectora para  honrar a las víctimas de feminicidios y que nos recuerda, guardando las distancias, al sitio más sagrado de la religión Judía, otro muro, el llamado “de las lamentaciones”, último vestigio del Templo de Salomón y en cuyas grietas los fieles acostumbran poner sus peticiones al “Altísimo” en pequeños pedazos de papel.

Como corolario de estas épicas escenas pudimos ver el tratamiento que los medios tradicionales de comunicación, prensa, radio y televisión, le dieron al suceso. Se enfocaron en justificar al  representante del grupo autodenominado “marabunta”, que acusaba a las fuerzas del orden de no respetar los protocolos, mientras a sus espaldas las atacantes derramaban gasolina para abrirse paso. Insistieron en que para la defensa de la fortaleza, mejor dicho del Palacio, se lanzaron gases pimienta, lo que la Jefa de Gobierno de la ciudad de México niega categóricamente. Cerraron los ojos ante el vandalismo manifiesto acusando a las autoridades de no responder a los reclamos feministas, ¿Cuáles? Si lo que se lograba escuchar en el barullo era la absurda consigna de “presidente asesino”.

Mientras todo esto pasaba, algunos militantes de Morena  se ocupaban en descalificar a los presuntos candidatos de su  partido, a su dirigente Mario Delgado y a quien obstaculizara sus ambiciones de poder: de nuevo el historiador Pedro Salmerón en primera fila. La conducta de todos ellos me trae a la memoria un hecho histórico. Cuando en el año de 1453 las tropas del Sultán Mehmed II derribaban las puertas de la ciudad de Constantinopla, los “doctores de la iglesia” se enfrascaban en una controversia sobre el sexo de los ángeles, ajenos al drama que se  abatía sobre la ciudad. La historia se repite, pero lo que en el pasado fue tragedia, ahora se convierte en comedia en manos de los “puros” y de sus patrocinadores.

Ahora que la calma regresó al centro de la capital del país, solo queda recomendar a los instigadores de estos violentos sucesos que se serenen, que no “gasten su pólvora en infiernitos”, o mejor dicho su gasolina, que es lo que emplearon sus huestes; recuerden que la democracia, los derechos humanos y los de las mujeres en particular, no se consolidan a golpes de marros y martillos.